domingo, 29 de mayo de 2016

Consejos de Raúl para la eternidad.


-Deja eso, es mío- dijo Raúl mientras me miraba fijamente a través de sus lentes redondos. Me dijo que sus lentes los había encontrado en la recámara de sus papás. Son como los de aquél señor que cuelga de la pared del vecino de la silla de ruedas. Dice el vecino que ese señor era una estrella de rock, que lo mataron como dos años antes de que yo naciera. A mí no me gustan sus lentes, ni su pelo todo caído. Dice mi mamá que se le llama pelo lacio, que yo lo tengo chino, como ella. Le pregunté a mi mamá qué era una estrella de rock, me dijo que son personas que hacen una música bonita; que a ella le gusta Queen. Me puso un disco de los que guarda debajo de la vitrina. Yo no me acerco mucho a la vitrina, en la parte de arriba hay una cabeza de payaso que me asusta. A veces, cuando mamá sale por la noche, siento que la cabeza se asomará por la puerta; aprieto los ojos muy fuerte, pero siento que la veo en la oscuridad de mis párpados. No me gusta, le digo siempre a mamá que la tire. Dice ella que es un recuerdo, con ella se acuerda de mi cumpleaños. Cuando la vi sobre el pastel, se me hizo bonita. Pero ya no, siento que al entrar a la casa el payaso siempre está esperándome. Cuando entro a la casa, corro muy rápido al cuarto de mamá. Ella duerme y me acerco con cuidado junto a ella; cuando ella duerme, yo duermo, y el payaso de queda inmóvil en la vitrina, fuera de mis párpados. Escuché a Queen, ahora sé qué es una estrella de rock. Yo pensaba que las estrellas sólo estaban en el cielo, y que de vez en cuando una de ellas se cansaba mucho y se dejaba caer. Lo digo porque una vez vi cómo una se caía del cielo, la vi desde la ventana. También pensaba que había una de ellas que estaba bien gorda, como Salomón, el niño al que pasamos a dejar en el transporte antes de mí. Ahora sé que se llama Luna. Yo creo que la estrella roja luego que se ve junto a ella debe tener calor. -¿Sabías que a las estrellas se les puede matar?- Le dije a Raúl, mientras él me quitaba mi jouils, que ahora no sé si es mío o es de él. - ¿Y cómo se las mata, si yo veo que están muy lejos y ni saltando las agarro?- me preguntó, a la vez que hacía ruidos de carro, mientras movía mi jouils de un lado a otro, haciendo círculos sobre el piso. Le dije que para que se murieran las estrellas tenían que ser de rock. Cuando me preguntó cómo eran las estrellas de rock le dije que ellas usaban lentes como los suyos y que tenían pelo lacio. Menos Queen, que tenía el pelo corto y unos dientotes bien blancos. –Las estrellas de rock no están cielo, te miran fijamente desde las paredes o desde los discos; y hacen un ruido que te pone a mover el pie- le dije a Raúl, a la vez que le quitaba mi carrito de las manos. Raúl se enojó, me dijo que quería el carro, y me prometió que un día me iba a empujar de la azotea. Mamá me dice siempre que no me suba a jugar allá, que puede ser peligroso. Pero a Raúl siempre le gusta jugar en la azotea. Nunca lo veo en otra parte, ni en el parque o en alguno de los patios. Cuando alguien sube a tender la ropa, Raúl siempre se esconde detrás de algún tinaco. Dice que no quiere que lo vean, porque pueden ir a decirles a sus papás que está arriba. A sus papás tampoco les gusta que Raúl juegue en la azotea. Nunca he visto a los papás de Raúl. A lo mejor es alguno de los que luego suben a tender. La otra vez invité a Víctor a jugar a la azotea. Él no quería, decía que le daba miedo subir hasta arriba por esas escaleras de metal. Las escaleras son como la resbaladilla que está en el parque. Subes y bajas en círculos. Le dije a Víctor que no fuera puto, así me dijo mi papá que se les dice a los miedosos.  Cuando le dije al vecino que no fuera puto y se bajara de su silla de ruedas, me miró como triste, después se enojó y me dijo que no tenía nada de malo ser puto. Me dijo que hasta Queen era puto. Yo la verdad no creo que Queen le tenga miedo a algo, usa una capa roja y en la foto que me enseñó mi mamá tiene el puño cerrado, como si le fuera a pegar a alguien. Víctor subió lentamente por las escaleras, le costó mucho. Subía un escalón y se detenía, se agarraba bien fuerte del tubo y comenzaba a llorar. –Pinche putito-  le dije desde arriba. Víctor se portó valiente y por fin pudo subir a la azotea. Cuando estuvimos arriba, llamé a Raúl. Pensé que estaría escondido detrás de uno de los tinacos. Pero Raúl no salió. Le dije a Víctor que Raúl era un niño todo chele, de pelo lacio, flaco y que siempre usa la misma playera de Batman. Víctor me preguntó que qué era chele, entonces me acordé de que mi mamá me había dicho que ya no usara esas palabras, que esas palabras sólo se decían en la casa de mi abuela. –En México se dice güero- le dije a Víctor. Me preguntó que dónde se les dice chele a los güeros, le dije que en El Salvador. Víctor me miró de forma extraña, yo creo que pensó que le estaba inventando todo. Me dijo que él nunca había visto a ese niño llamado Raúl. –Al único que he visto con algo de Batman es a ti. También te vi vestido de Robin y de Superman- mencionó Víctor a la vez que se reía. Me gusta Batman y los luchadores. Mi mamá me llevó a las luchas. Estuvieron en la esquina del parque. Yo iba re-emocionado, pensé que vería a Mascarita Sagrada y a Octagón; al Hijo del Santo o a Blue Panter. Pero no apareció ninguno de ellos, salieron el Cometa enmascarado y el Capitán Rodríguez. A ellos nunca los había visto en las luchas que pasan los domingos en la tele, ni en las revistas que de luchadores que mi mamá me compra. Creo que al Capitán Rodríguez ya lo había visto una vez en la esquina de la casa, en El flamingos, cuando entré a pedir calaverita a las señores borrachos. Mi mamá me dijo que jamás volviera a entrar a ese lugar, ni a la pulquería que estaba en la otra esquina. Yo no sabía que se llamaba pulquería, siempre pensé que era un baño, ya que olía a baño. También me prohibió que me volviera a disfrazar. Me dijo que yo no podía volar como Superman, que de no haberme escuchado bien cuando le dije “ahorita vengo, voy a volar” seguramente ya estaría muerto. Le dije a Víctor que jugaba casi todas las tardes con Raúl en la azotea, que jugábamos con mis juguetes porque Raúl no tenía. Le dije que seguramente Raúl era muy pobre. A veces, yo lo dejaba con mis juguetes cuando mi mamá me gritaba para ir a comer. Cuando regresaba, Raúl ya no estaba, pero mis juguetes sí. Raúl era muy bueno, jamás se los llevaba. Víctor me miró con unos ojos muy raros, con los mismos ojos que hizo cuando subía por la escalera. –Mi mamá dice que tú estás malito, que siempre te ve jugando solo en la azotea. Mejor ya me voy- me dijo Víctor, y agarró y se bajó, ya sin miedo, por la escalera. Tuve ganas de pegarle a Víctor, pero recordé que mi mamá me dijo que eso estaba mal y que no tenía que volverlo a hacer, sino me castigaría de nuevo. Raúl dijo de repente -tu amigo ese, el que se llama Víctor, cree que estás loco ¿verdad?- No, piensa que estoy malito, o algo así dijo – le dije a Raúl- Me contestó que Víctor era muy menso, que no se había dado cuenta de que él se había escondido muy bien. Tan bien que ni yo lo había visto tampoco. Me dijo que se había escondido dentro del tinaco, como el chavo del ocho. Pensé que eso era lo que había pasado. –Lo bueno es que hoy sí me va a conocer, para que no ande pensando que estás loco. Porque eso es en verdad lo que él piensa de ti. Además, no sé por qué quieres juntarte con él, ¿apoco ya no te diviertes conmigo?- Me preguntó Raúl, a la vez que me quitaba otra vez el carro. Le expliqué que quería que lo conociera para que pudiéramos jugar los tres todas las tardes. –Bueno, creo que ya viene. Le dijiste que hoy viniera a conocerme. ¿No?- Raúl se quedó inmóvil mirando hacia la escalera. Comencé a escuchar los pasos que subían, muy lento. –Es re puto- dijo Raúl, mientras me hacía señas para que fuera por Víctor. Me acerqué a la orilla de la azotea y vi cómo Victor estaba apenas a la mitad de la escalera. –Apúrate, Víctor. Ya está aquí Raúl. Traje mis jouils para que juguemos-. Víctor subió por fin a la azotea. Comenzó a respirar muy fuerte y me miró enojado. – ¿Ya ves? Me engañaste otra vez. Estás solo acá arriba- me dijo Víctor, y me dio una patada debajo de la rodilla. Me agaché porque me dolía mucho. Voltee y vi que Raúl ya no estaba. Sólo vi los coches en el suelo. Le dije a Víctor que teníamos que buscarlo, porque de seguro se había escondido dentro del tinado, como el chavo del ocho. – Mi mamá tiene razón, estás loco. Yo mejor me bajo- dijo Víctor, y se dio la vuelta para regresar a las escaleras. De repente, Raúl salió de atrás de uno de los tinacos y empujó a Víctor. Sólo vi cómo él intentó volar con los brazos. Escuché su grito y después un ruido muy fuerte, como el ruido que escuchas en tu cabeza cuando caes sin poner las manos. Me asomé por la orilla de la azotea. Vi a Víctor acostado. La gente se iba juntando a su alrededor, algunos caminaban con cuidado para no pisar su sangre. Ahora sé, me lo dijo mi mamá, que Víctor no era imaginario.            

miércoles, 4 de mayo de 2016

¿A dónde va Inés?

Ira, allá va la Inés, ¿te acuerdas? ¿Sí, no? Sí, la misma que fue con nosotras en la secundaria. Uy, tienes razón, ya nada queda de aquella chamaca con la que íbamos al río a nadar cuando nos salíamos de la clase del Pituche. ¿Te acuerdas que se metía encuerada al agua así bien fría? Sus chichis eran inmensas al lado de las nuestras, sus caderas ya estaba listas para el matrimonio. Mmmta, yo la veía con envidia y, cuando volteaba y te miraba, me daba cuenta de que sentías igual. Ay, pinche Inés, a sus doce o trece años ya tenía a un chingo de cabrones tras de ella. Ya ni terminó la escuela. Le pasó lo mismo que a muchas de nosotras, sus papás le encontraron marido. Se la ofrecieron a Don Diego. Ajá, ese mismo, el señor güero él, que tenía algunas tierras por allá donde terminaba el pueblo.
Írala, pobre. Va hablando con su sombra y ‘ora la gente se ríe de ella. Todos los días sale de su casa a la misma hora, la noche llega y ella no; se queda platicando con las estrellas que nadan borrachas en lo poco que queda del río. Para muy temprano en la mañana, cuando el pan ya está por salir, se le siente regresar en silencio.
Martín, ése, el chismoso de la tienda, al que le gustabas en la escuela, nos contó una vez. Dice que regresó bien pedo de un baile allá en el pueblo que le dicen El cajón y que la dormidera lo agarró a medio camino. Cuando despertó, vio a una mujer parada junto a él. La peda se le bajó al momento.  Era Inés y lo veía como con desilusión. Ella siguió su camino y Martín fue detrás. Iba descalza, como siempre, y sus pies iban enlodados. Dice Martín que vio cómo se metía al río y que el agua apenas pasaba sus tobillos. La escuchó cantar, pero dice que no se acuerda de qué canción era; y la dejó, allá con su soledad y el viento frío. Se regresó chillando. Pobre Martín, creo que fue el único que la quiso.
No, nunca lo peló. Inés de verdad quería a Don Diego, a pesar de la diferencia de edad y de que se la madreaba. Tú ya no la viste, tiene mucho que te fuiste de acá, pero la hermosura de Inés como que se le remarcó con los años. A todos los lugares donde llegaba no faltaba quien le chiflara o le dijera alguna majadería. Las mujeres comenzaron a hablar, no la aguantaban; decían que se metía con uno y con otro porque de seguro al viejito ya no se le paraba. Pero yo sé que ella nunca engañó a Don Diego. Sí, quién sabe por qué. Ya ni cuando él comenzó a perderlo todo. Ah, es que al viejito le entró por las apuestas. Se envició con las cartas. Al final sólo les quedó la triste casa de donde sale Inés todos los días. Fue en esos días cuando se la comenzó a madrear más, yo creo que se desquitaba con ella por sus pérdidas. Pero como que se calmó cuando nació Ernestito, el único hijo que Inés tuvo de Don Diego.
Les duró poco el gusto, Don Diego se murió cuando su hijo tenía como tres añitos. Di tú que tardó mucho en petatearse. Creo que le llevaba como cincuenta años a la Inés. Luego tuvo más problemas la pobre. Como no había sido la primera esposa del viejito, sino la cuarta, los hijos de los otros llegaron luego luego como zopilotes a querer quitarle a Inés las cosas que según le había dejado el esposo. Ya después se dieron cuenta que no tenían nada y se fueron. Así que por mucho tiempo hubo mucha tranquilidad en el rostro de Inés. Vivía de una parcelita, al mismo tiempo que compraba y vendía cualquier chacharita. Quién diría que ahora vive de la caridad.
Ah, sí. Pues Ernestito se hizo todo un hombre, alto, moreno, muy guapo… Despertaba el deseo, así como antes su mamá. N’hombre, y deja tú que fuera guapo. No sé cómo le hizo, pero la Inés logró que su hijo fuera ingeniero agrónomo; así, nomás de vender chingaderitas. Hacían fila las chamacas locas que se querían casar con su hijo. Con el tiempo, Ernesto se logró hacer de algunas tierritas y les ayudó a los otros a mejorar la cosecha. Era un ángel, todos lo echamos de menos…
No, bueno fuera que nomás se hubiera marchado. Un día llegaron personas del gobierno, venían a mirar las tierras. Decían que el progreso llegaría a estos rumbos. Yo no sé mucho de eso, sólo sé que el progreso vuela cerros o los parte. Nos ofrecían una miseria por nuestros terrenos. La gente no quiso vender, menos ahora que teníamos mejores cosechas.
Una tarde,  unos hombres armados llegaron y nos dijeron: “Indios hijos de la chingada, si no aceptan lo que se les ofreció, van a valer verga”. Andaban de aquí para allá echando maldiciones. Ernesto decidió juntar a los hombres, les dijo que era necesario el organizarse para defender lo nuestro. Algunos lo apoyaron, otros creían que una carretera podría beneficiar a la comunidad. A éstos ya los compró el gobierno, pensamos varios. Ya ves, poderoso caballero es Don Dinero.
La gente comenzó a hablar. Decían que pa la próxima que los hombres armados llegaran, no los dejaríamos salir, sin importar lo que pudiera pasar.
Una noche, Rogelio, mi marido, llegó asustado a la casa; era ya muy tarde, yo estaba durmiendo. Se acostó junto a mí y sentí cómo el sudor mojaba las sábanas. Le pregunté que qué le pasaba. “Nada mujer, sigue durmiendo”, me contestó él. A lo lejos, pude escuchar los balazos y los gritos. Oí cómo los unos carros iban y venían por las calles. En mis oídos retumbaban las groserías y el chillido de las llantas.
Al otro día las calles amanecieron mudas, algunos de nosotros no estaban. Con el tiempo unos volvieron, no quisieron decir dónde estuvieron; otros terminaron en la cárcel, ahí siguen, sin un juicio siquiera. A Ernesto lo encontraron en la orilla del río, tenía la cabeza destrozada y dos tiros en el pecho. Estaba que no se le podía ver. Tuvimos que hacerle un funeral a caja cerrada, todos sabíamos que se trataba de él. Todos, menos ella. Cuando Inés corrió a verlo, el día que lo encontramos, al mirarla podías darte cuenta de que la cordura había escapado de ella. No lloró ni gritó, sólo dijo que ése no era su hijo. Y se fue a su casa, no la vimos en varios días. Entre todos enterramos a Ernesto.

Un día, vimos a Inés por las calles, pero ella ya no era la misma; comenzó a ser como ahora la ves, vagando de día y dirigiéndose al río por la noche. Cruza la nueva carretera para llegar hasta allá. Sí, la misma por la que llegaste. Todos sabemos a qué va. Se los puedes preguntar. Anda, ve y pregúntale. ¿Ya?, y ¿qué te contestó? ¿Ves? Lo mismo de siempre: “Voy al río a ver a Ernesto, le llevo su pistola. Se quedó de ver con los muchachos. Esta vez no nos dejaremos”.    

martes, 8 de septiembre de 2015

El intruso.
Cansado de tragar tanta luz, decidió deshacerse de ésta. Apagó la televisión y cerró los ojos por un instante. Había decidido perseguirla a esas horas, cuando los perros dan sus últimos ladridos y la luz de los automóviles alumbra un poco la pared que se asoma entre el librero y las persianas. Ella apareció repentinamente. Él la seguía a unos metros de distancia; ella no daba la cara. El pelo castaño y largo avanzaba, alejándose cada vez más de sus pasos; éstos no podían ser más rápidos, el piso de la banqueta sobre la que él la seguía era como fango viejo. Entre ellos dos, una larga banqueta; al lado de ellos dos, una carretera bastante conocida; al lado de la carretera que se encontraba al lado de ellos dos, un vivero en el que su padre alguna vez, hace tantos años, plantó un árbol.
La muchacha seguía su caminar. Él jamás la había podido alcanzar en una de esas tantas noches en las que se encontraba con ella. Desesperado por la distancia entre sus cuerpos, decidió correr; la angustia y cansancio lo invadían. Su malestar ya no venía de la impotencia de no poder alcanzar a su objetivo; había algo atrás, algo que causaba su angustia. Pronto el miedo lo invadió. Sentía que algo lo asechaba; alguien intentaba alcanzarlo, ahora él era el objetivo. Intentó voltear para ver la cara de aquel testigo de su frustración. Resultó imposible. El pelo castaño comenzó a alejarse. Cuando él aceleraba el paso, también lo hacía la mujer de sus sueños. Mientras ella se alejaba el miedo crecía.

Cansado de correr, decidió mirar al cielo; abandonar la persecución. La luz entró por sus pestañas mientras los perros ladraban a lo lejos. El cielo aún se reflejaba en la pared que se asoma entre el librero y las persianas… 

jueves, 30 de abril de 2015

Temporada 15B
Como en este mes ya no celebramos los cumpleaños abrilezcos que quedamos en celebrar  y cada quien lo hizo por separado, en la comodidad de su hogar o del bar de su preferencia, y como apenas si recuerdo qué es lo que hice en el mío (bueno, sí lo recuerdo, ése mero día estuve ocho horas sentado frente al monitor en el  cual escribo lo que escribo cuando escribo esta R, pero de mi celebración apenas recuerdo algo por culpa de una yerba purple que debería ser verde), en estos  días no queda más que escribir sobre la celebración que cierra el mes de abril: el día del niño.
Un niño en el microbús me ha hecho recordar el nivel de sinceridad que uno alcanza a esa edad. El ser sincero en la infancia a menudo puede resultar incómodo, no para uno como niño, sino para los adultos que te rodean. Aquel niño del microbús cuestionaba a su mamá acerca de eso “tan asqueroso” que tenía junto a la nariz. Se trataba de una verruga. Y sí, era bastante asquerosa, pero no sé si lo bastante asquerosa como para denunciarla. No supe si ése era un acto de sinceridad o un acto  de sincera venganza del niño hacia la madre. Algo tuvo que suceder entre el niño y su progenitora antes de que los dos abordaran el microbús.
 En el pasado, en aquellos años en los que la categoría Infancia es tan oscura y difusa, los dientes del escuincle hubiesen terminado por los suelos. Si hubiese sido ese niño un infante durante el siglo XIX lo podrían haber mandado a trabajar 12 horas seguidas a alguna fábrica. No pasa lo mismo en estos días, por lo menos en el discurso y sobre todo entre aquellos que tuvieron la suerte de nacer entre la clase media.  Hoy incluso el reprobarlos por huevones resulta ser un maltrato.  
 Siendo un niño, la sinceridad puede ser vista aún como una virtud, no pasa lo mismo cuando uno es adulto, con el paso de los años uno tiene que moderar los impulsos. A veces el sincerarse demasiado puede ser contraproducente. Por ejemplo, uno no puede decirle a una mujer que sinceramente se ve “mórbidamente obesa con esos leggins”; tampoco puedes expresar de forma abierta a tu amigo que dicen que su novia “terminó con un licuadote dentro después de la fiesta del sábado”.  No claro que esas cosas no se dicen, si es que no quieres perder al amigo o el favor de la gorda.
Mientras creces aprendes a controlar la pulsión por la verdad. Esto, me imagino, es como un mecanismo de protección natural en los seres humanos. Si el hombre fuese por todos lados diciendo siempre la verdad, ¿qué oportunidades tendría de sobrevivir en un mundo en el que el discurso supera la realidad? En la niñez vivimos una ficción que se encuentra dentro de nosotros, de la que podemos desprendernos voluntariamente una vez que se nos ha explicado la diferencia entre lo que imaginamos y lo que vivimos. En el mundo de los adultos, la ficción se encuentra a nuestro alrededor, la vemos todos los días y la tomamos como parte del mundo real; y a pesar de que se llegue a conocer que lo que vivimos no siempre ha sido de la forma en la que vivimos, y de que el cambio es posible y así poder dejar de vivir en la ficción impuesta,  en la falsa conciencia que nos gobierna la ficción del mundo domina.
Hace falta en estos días la sinceridad de los niños para así poder desenmascarar al mundo. Para no aceptarlo y recriminarlo cuando nos miente en la cara. Hace falta  la sinceridad de la infancia para incomodar al mundo, para sacarlo de sus casillas. Hace tanta falta en estos días la sinceridad y la imaginación.

 30/04/15  

jueves, 10 de julio de 2014

Annales y Marxismo

El momento de la búsqueda: Annales y Marxismo.

La relación entre Annales y Marxismo es compleja. Por un lado se nos presenta una escuela cuyo desarrolló abarca ya varias décadas de la historia de la ciencia histórica; en ellas han pasado diferentes investigadores de las más diversas líneas de estudio y de las más variadas  temáticas. En el reverso de la medalla, encontramos al marxismo cuyo mismo término en sí, representa ya un problema de definición: marxismo como teoría económica, como acción política, como explicación de la historia (materialismo histórico) etc. Por lo tanto al hablar de la relación entre Annales y Marxismo no hay una presencia que se nos muestre de forma inmediata; de lo que se trata es de llevar a cabo una búsqueda. 
Es indudable que durante el siglo XX el avance en la disciplina histórica no hubiera sido de tanta consideración sin la existencia de la denominada Escuela de los Annales. Para todo historiador actual dicha escuela significa un punto inflexión en cuanto al desarrollo metodológico y teórico de la historia. Ésta corriente trajo consigo, en el momento de crisis de la disciplina historiográfica, nuevas interpretaciones de la construcción del conocimiento de los hombres en el tiempo. Los postulados de los Annales sirvieron para dejar atrás todos aquellos prejuicios de la escuela historicista alemana. Podemos considerar la existencia de ésta escuela como un punto de quiebre en la tradición historiográfica que trató de alejarse del denominado positivismo del siglo XIX y principios del XX. Sin embargo, alcanzamos a  apreciar, aún en nuestros días, que a pesar del intento de los Annales por romper con el positivismo, los remanentes de éste mismo continúan reflejándose en las investigaciones de estudiosos que se muestran como seguidores, según ellos, de dicha escuela francesa; y no sólo en las investigaciones, porque al fin y al cabo la historia no es sólo tinta sobre el papel, sino también en la forma de transmitir el conocimiento histórico en sus diversas formas –en la cultura histórica-.
En el horizonte del pasado siglo, con sus conflictos bélicos y crisis de la academia,  aparecen dos nombres inmediatamente cuando se habla de la Escuela de los Annales: Marc Bloch y Lucien Febvre. Ellos fueron los padres de dicha escuela en un siglo que despertaba a una pesadilla de la que la historia, desde el punto de vista de sus detractores, no había podido dar tan siquiera una noticia premonitoria. Porque no se trató tan sólo de la existencia de una guerra armamentista entre las potencias; la guerra también se llevaba a cabo en el terreno de lo ideológico. Los Annales trataban de dar respuesta a todas las interrogantes con respecto al valor de la historia. La tarea de tal empresa fue rápidamente asumida por estos dos pensadores y, en el intento, dieron origen a generaciones que emprendieron el camino de la defensa de la disciplina a lo largo de los años.
 A los fundadores de dicha escuela siguieron varios hombres interesados por desarrollar de manera completa los postulados establecidos ya en los años treinta del pasado siglo. Se habla de una primera generación; una generación cuyo cuerpo bicéfalo se estableció con los dos autores ya mencionados; una segunda generación, cuya cabeza fue el memorable estudioso Fernand Braudel; y por último, una tercera generación con George Duby, Emmanuel Le Roy Ladurie y Jacques Le Goff, recientemente fallecido, a la cabeza.
La bibliografía sobre los Annales es extensa y diversa en la historiografía. Los estudios de este periodo de renovación de la historia, por decirlo de algún modo, nos ayudan a comprender cuáles fueron los mecanismos, metodologías y teorías con las que dichos estudiosos elaboraron una forma original de acercarse al pasado desde su contexto intelectual. Uno de los primeros puntos que se toman en cuenta en el estudio de la historia de ésta escuela es el de si en verdad nos encontramos frente a una Escuela. El origen de los Annales, así como su nombre, se encuentra vinculado a la creación de una revista: Annales d’ historie économique et sociale. Ésta publicación abrió los ojos al mundo en el año de 1929 y a lo largo del siglo pasado el enunciado (Annales) no ha cambiado, aglutinando a gran cantidad de historiadores cuyos orígenes son tan heterogéneos como alejados el uno del otro. Quizá por esto la costumbre de denominar a dicha forma de operar en la investigación con el epíteto de Escuela.
El título original de la revista se mantuvo hasta el año de 1946. Durante los años de guerra la revista pasó a llamarse provisionalmente  Annales d´histoire sociale, esto entre los años de 1939 y 1942; entre los años de 1942 y 1944 también se llamó Mélanges  d’ histoire sociale; en el año de 1946 adquiere otro nombre, Annales, Économies, Sociétés, Civilizations; ya en el año de 1994 se renombró como Annales, Histoire, Sciencies Sociale. (Aurell, 2005, pág. 52) El mismo nombre de la revista ha tenido una historicidad y esto se debe a las circunstancias del momento coyuntural por el que atravesó la publicación. Pero más allá de eso, el nombre también apuntaba a la inclinación que la escuela seguía.
Los epítetos económico y social fueron muy importantes para los fundamentos de la Escuela de los Annales. Durante las conferencias que Lucien Fevbre dio al comienzo de curso de la Escuela Normal Superior en el año de 1941, éste explicó el origen de los calificativos para la revista: “lo primero que debo deciros es que, hablando con propiedad, no hay historia económica y social.” Explicaba que no había una razón genuina para hablar de una historia económica y social en vez de política y social, literaria y social, religiosa y social, etc. La historia debía ser comprendida como historia en su unidad. No habían sido “razones razonadas” las que los habían llevado nombrar al tipo de historia de ésta manera:

“Fueron razones históricas muy fáciles de determinar –y, en definitiva, la fórmula que nos ocupa no es más que un residuo o una herencia de las largas discusiones a que dio lugar desde hace un siglo lo que se denomina el problema del materialismo histórico-. Por tanto, cuando utilizo esa fórmula corriente, cuando hablo de historia económica y social, no debe de creerse que yo albergo una duda sobre su valor real. Cuando Marc Bloch y yo hicimos imprimir esas dos palabras tradicionales en la portada de los Annales, sabíamos perfectamente que lo “social”, en particular, es uno de aquellos adjetivos a los que se ha dado tantas significaciones en el transcurso del tiempo que, al final, no quieren decir nada.” (Febvre, 1993, pág. 39)

Lo que se pretendía con estos nombres fue el de darle un carácter específico a los estudios publicados en la revista. Reivindicar lo social era uno de los puntos de partida; el quitar las murallas y el “hacer irradiar sobre todos los jardines del vecindario, ampliamente, libremente, indiscretamente incluso, un espíritu, su espíritu. (…) un espíritu de libre crítica y de iniciativa en todos los sentidos.” (Febvre, 1993, pág. 39) Para Febvre la historia es absolutamente social. Los adjetivos con los que la historia pueda ser identificada –social, económica, política, etc.- son tan sólo manifestaciones de un interés en específico.
El carácter evolutivo, reflejado en cada una de las generaciones de los Annales, demuestra la fuerte influencia que el contexto intelectual tuvo en cada uno de los personajes sobresalientes de ésta corriente. Uno de los proyectos más destacables de la Escuela radicó en la constante participación con las demás disciplinas encargadas del estudio de la sociedad; disciplinas como la sociología y la antropología fueron fuente de inspiración para los trabajos históricos publicados en la revista. De ésta manera aparecieron historiadores relacionados con los Annales como Ernest Labrousse o Pierre Vilar que a su vez se encontraban comprometidos con el marxismo; otros, como Fernand Braudel que se incluían en las tendencias del estructuralismo; y, los de la llamada tercera generación, que se veían en la filosofía de los 70s una fuente de inspiración. Es éste el caso de George Duby, Jacques Le Goff y Emmanuel Le Roy, que desarrollaron la conocida historia de las mentalidades y que encontraron en antropólogos multidisciplinares como Michel Foucault una vía para sus nuevos estudios. (Aurell, 2005, pág. 53)
El historiador Jaume Aurell plantea una pregunta interesante referente a los Annales: “¿se puede identificar la escuela de los Annales con la escuela histórica francesa?” (Aurell, 2005, pág. 53). El autor no trata de dar la respuesta ya que ese sería tema para otro trabajo. Sin embargo, debido a la conglomeración de historiadores y filósofos, antropólogos y sociólogos identificados con los Annales, la pregunta no puede ser tomada como baladí. Y esto se debe a que dentro de la tradición de los Annales, varios autores se han encontrado también aglutinados bajo el sello característico de la historiografía francesa. Aunque todos los historiadores franceses nieguen lógicamente ésta afirmación y sostengan que los Annales y la historiografía francesa son dos tendencias diferentes, Aurell menciona algo muy sugestivo: “Baste, sin embargo, considerar por el momento que me parece muy ilustrativo que la escuela de los Annales haya conocido su declive en el preciso instante  en que la globalización, (..),  ha traído consigo la desaparición de las llamadas escuelas nacionales…” (Aurell, 2005, págs. 53-54) Sin embargo la representación Annales=Francia no es válida desde sus inicios. Cabe recordar que muchos historiadores de las más diversas nacionalidades se identifican con la escuela.
Una de las primeras cosas que hay que tomar en cuenta de los Annales es la definición que hicieron de la historia. A partir del planteamiento sobre qué es la historia y cuál es su función puede comprenderse de mejor manera su forma de actuar. Se puede apreciar en las definiciones expuestas por sus fundadores la búsqueda de la legitimación de la historia, apartándose de aquellos maestros del oficio que durante el siglo XIX cayeron en las trampas del positivismo.
La historia era escrita a partir de los textos, en ellos se encontraba el material para la construcción de los hechos. De ésta manera los textos serían la guía de la investigación y su sustento contra cualquier enunciado escéptico, a la vez que a partir de ellos la investigación se cimentaría en el terreno de la objetividad. La participación del historiador más allá de la búsqueda, organización, análisis, sistematización y narración coherente – cronológica- del material recaudado, fue tomada como subjetiva. “la historia, la historia… En cualquier caso, si alguien se molestaba en definirla lo hacía,(…), no por su objeto, sino por su material. Quiero decir: por una parte sólo de su rico material.” (Febvre, 1993, pág. 17) Por esto mismo existía un rechazo a la teorización dentro de la historia. La filosofía de la historia era más o menos hecha con “fórmulas tomadas de Augusto Comte, de Taine, del Claude Bernard que se enseñaba en los institutos; aunque tenía rotos y agujeros, allí estaba, siempre a punto, la amplia y suave almohada del evolucionismo para disimularlos.” (Febvre, 1993, pág. 16)  
Febvre menciona, con un poco de ironía, que justo cuando la prehistoria se dedicaba a redactar el más largo de los capítulos de la historia humana, sin textos, aún fuera válida el canon de la investigación basada tan sólo en lo escrito; justo en el momento, también, en el que la geografía humana atraía a tantos jóvenes estudiantes y en el que la historia económica emprendía la escritura sobre el trabajo humano a través del tiempo. El texto, desde el punto de vista de la escuela de los Annales, no sería ya solamente el documento. La historia hecha tan sólo con documentos terminaba por formar eruditos que no conocían en realidad los movimientos existentes en la economía política, la geografía o la cultura. Se hacían coleccionistas de reliquias. Para Febvre los hechos no se encuentran en los textos. El hecho es el resultado de la construcción, “Es dar soluciones a un problema, si se quiere. Y si no hay problema no hay nada.” (Febvre, 1993, pág. 23) De todo ello surge la definición de Febvre sobre la historia:

“En mi opinión, la historia es el estudio científicamente elaborado de las diversas actividades y de las diversas creaciones de los hombres de otros tiempos, captadas en su fecha, en el marco de sociedades extremadamente variadas y, sin embargo, comparables unas a otras (el postulado es de la sociología); actividades y creaciones con las que cubrieron la superficie de la tierra y la sucesión de las edades.” (Febvre, 1993, pág. 40)

La historia, de esta manera, se convertía en ciencia de los hombres. Ciencia de los hombres y de los hechos, de los hechos humanos. Y a la vez es ciencia de los textos, pero de los textos humanos. “Todos tienen su historia, suenan de forma diferente según los tiempos e incluso si designan objetos materiales”. Para Febvre es necesario usar los textos, no duda de ello, pero hay que utilizar todos los textos. No sólo los documentos de archivo. “También un poema, un cuadro, un drama son para nosotros documentos, testimonios de una historia viva y humana, saturados de pensamiento y de acción en potencia.” (Febvre, 1993, págs. 29-30) Las disciplinas cercanas a lo humano también proporcionan documentos; la estadística y su trabajo de campo; la demografía con sus censos especializados en ciertas zonas; la psicología, con sus estudios aplicados a pacientes en particular; y la lingüística, con su estudio del idioma como un hecho cultural.
Por su lado, Marc Bloch tiene una definición un poco más corta de la historia. Cuando Bloch escuchaba decir que la Historia era la ciencia del pasado, no podía menos que pensar que tal afirmación era una forma inapropiada de hablar. Para Bloch era absurdo que el pasado como tal fuera objeto de la ciencia: “Porque ¿cómo puede ser objeto de un  conocimiento racional, sin una delimitación previa, una serie de fenómenos que no tienen otro carácter común que el no ser nuestros contemporáneos?” (Bloch, 2000, pág. 27) No es el pasado el objeto de estudio de la ciencia histórica porque simplemente el pasado no está presente con nosotros. Otra figura es el objeto de la historia. Es el hombre sin lugar a dudas el objeto de la historia. Y para evitar abstracciones, Bloch menciona los hombres en vez del hombre como ser singular.
Para Bloch la historia es la “ciencia de los hombres”, pero aun así, tal expresión se le hace vaga, por ellos agrega “de los hombres en el tiempo”. (Bloch, 2000, pág. 31) Detrás de todo lo que queda como cultura material se encuentran los seres humanos; en los cambios del medio ambiente –los no naturales- los humanos han tenido gran participación; “detrás de los escritos aparentemente más fríos y de las instituciones aparentemente más distanciadas de los que las han creado, la historia quiere aprender de los hombres.” (Bloch, 2000, pág. 30) En este aprendizaje el tiempo será una constante de la historia, “es el plasma mismo en que se bañan los fenómenos y algo así como el lugar de su inteligibilidad.” (Bloch, 2000, pág. 31) El tiempo señala y ubica al historiador.
¿Cuáles fueron los principios expuestos por la escuela de los Annales? Ya hemos mencionado el carácter social, tendencia que incluso viene impresa en el nombre de la revista que dio origen a esta corriente. La apertura con las demás ciencias sociales fue uno de sus mayores intereses. La historia en Francia y varias zonas de Europa en aquél momento podría ser descrita como un gran mueble con incontables cajones. En cada uno de estos cajones encontraríamos a historiadores interesados en temas y periodos concretos. De ahí surge la preponderancia de terminar con esas limitaciones que la misma disciplina se había impuesto. Lo que hizo Annales fue el recoger toda un variopinto conglomerado de tendencias en las ciencias sociales como “la geografía humana de Vidal de la Blanche, la sociología de Durkheim y, en el terreno específico de la historia, el de Henri Berr (…), sin olvidar al historiador belga Henri  Pirenne” (Fontana, 2002, pág. 30) A éstas se suma la antropología como ciencia resaltante del periodo junto con la sociología.
Pero una de las ciencias que mayor interés atrajo por parte de los historiadores de la escuela fue la geografía. No hay que olvidar que una de las mayores obras conocidas de la escuela de los Annales, el Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II de Fernand Braudel, dedica gran número de páginas al aspecto geográfico. Existió un entusiasmo por la geografía por parte de los historiadores. Y es que, por aquellas fechas, historia y geografía iban de la mano; es más, podían ser identificadas como copartícipes de la misma empresa: el conocimiento de los aconteceres del pasado en el lugar que les dio origen. Pierre Vilar hace memoria de sus años de formación y de la importancia que tuvo la geografía para la adquisición de conocimiento:  

“Ya he hablado de lo que un estudiante de 1925-1926 podía pedir a la Sorbona mientras se hacía geógrafo. De entrada, una primera mirada sobre las relaciones entre la tierra y los hombres. El procedimiento más apropiado era lo que nosotros llamábamos “excursión geográfica”, que podía durar algunas horas o algunos días. A veces se trataba de simples salidas de estudiantes al campo, que constituían una buena ocasión para que chicos y chicas pudiesen confraternizar en un marco menos rígido que el de la facultad. Pero en las grandes excursiones nos acompañaban los maestros, los profesores; y las clases ex cathedra eran reemplazadas por las lecciones que escuchábamos en las orillas de los ríos, en las cimas de las montañas, con los pies pisando el suelo. A veces, también, en los albergues.” (Vilar, 1997, pág. 96)

Lucien Febvre también habla de la geografía como punto de partida:

“la Tierra fue para mí la otra maestra de historia. Los veinte primeros años de mi vida transcurrieron en Nancy; y allí en mis recorridos por la espesa arboleda de los bosques de Haye, descubriendo uno tras otro, claramente perfilados, los horizontes de las costas y de los llanos de Lorena, reuní un puñado de recuerdos e impresiones que no me abandonarán nunca.” (Febvre, 1993, pág. 7)

Muestra de éste interés fueron las obras. En el caso de Lucien Febvre, podemos encontrar dos libros dedicados a temas relacionados con la geografía: La terre et l’ evolution humaine y Le Rhin. Histoire, mythes et réalités. Por otro lado, también Bloch estuvo interesado por este tema sólo que dándole otro enfoque. En su historia sobre el medio rural francés se interesó más por las relaciones que se establecen entre los individuos que por el juego existente entre individuos y su ambiente. (Fontana, 2002, pág. 30)
El epíteto de social, en la revista de los Annales, muestra claramente la importancia  que la sociología tuvo para la primera generación y sus seguidores. La corriente fue deudora del aporte metodológico que dicha ciencia acarreó consigo. No puede soslayarse la influencia que Emilie Durkheim y Max Weber tuvieron en el modo de operar en las investigaciones que se desarrollaron en dicha escuela. Otra gran influencia fue el filósofo Henri Berr, quien fungió como actor e influencia determinante en la renovación historiográfica. Intelectual emprendedor y agitador cultural, fundó en 1900 la Revue de Synthese Historique y reivindicó una “verdadera interdisciplinariedad (..), enfrentándose decididamente a la “historia historizante” del historicismo clásico alemán y al imperialismo sociológico de la revista durkheniana L’ Année Sociologique, que había sido fundada en 1898.” (Aurell, 2005, págs. 57-59) Ya desde los decenios finales del siglo XIX, había sido posible una renovación de la historia al retomar los postulados de Auguste Comte quien quería terminar con aquella historia llena de anécdotas interponiendo un modelo en el que existieran leyes - parecidas a las existentes en las ciencias experimentales- a partir de las cuales elaborar una historia realmente científica.
El enfoque económico de los Annales es el que más interesa a la presente investigación. La economía jugó un papel importante más que nada en la llamada segunda generación, la de Braudel, junto con las demás disciplinas ya que en este periodo es cuando existe mayor interdisciplinariedad. Sin embargo, tal enfoque se estudiará más adelante debido a la conexión de éste con el marxismo. Antes debemos de seguir un poco más la historia de la escuela. Ya hemos hablado sobre quiénes comienzan con la publicación de la revista. Lucien Febvre fue un modernista mientras que Marc Bloch centró sus estudios en el periodo medieval europeo. Modernismo y medievalismo fueron una constante en los historiadores de los Annales. Febvre era ocho años mayor que Bloch y por esto mismo puede entenderse que ejerció su liderazgo en un principio. Dicha condición fue equilibrándose poco a poco debido a la solidez de las monografías que Bloch fue publicando. Cuando Febvre entró en contacto con la Escuela normal superior, vino el periodo de  integración con las demás disciplinas, cosa que marcaría de manera permanente a la Escuela en formación en su epistemología. 
Aurell menciona que fue durante su estancia en la Escuela Normal como académico donde Febvre se propuso una combinación bastante peculiar. Planteaba la síntesis del materialismo de Marx con el misticismo de Michelet.  En su tesis sobre Felipe II y Franco Condado, proponía una historia política, social y cultural. “Allí utilizaba una nomenclatura marxista,  aunque las ideas de fondo no estaban del todo acorde con los planteamientos del materialismo histórico.” Aurell también afirma que “Hablaba de lucha de clases pero no como un mero conflicto económico, sino también de ideas y sentimientos.” (Aurell, 2005, pág. 60) De esta manera Febvre también se iniciaba lo que sería una tradición dentro de los Annales: las monografías. El estudio geográfico introductorio de su trabajo, que podría ser tomado como la primera monografía de los Annales, aunque éstos no existieran aún,  serviría de influencia para las demás generaciones como en el caso de Vilar con su historia de Cataluña y el de Braudel con su Mediterráneo. De igual manera se inauguraba el debate entre el llamado determinismo geográfico y la libertad humana, esto por la importancia que en Francia se le daba al medio geográfico.
En 1924 Marc Bloch publicó uno de sus libros más importantes Los reyes Taumaturgos. Dicho libro tendría repercusiones en la tercera generación de los Annales debido a su temática cercana a la historia de las mentalidades. Se trataba de un trabajo político que mezclaba mucho de la mentalidad. El libro abarcaba la etapa medieval y se adentraba en los comienzos del siglo XIX y estudiaba la creencia de que los reyes franceses e ingleses tenían el poder de curar cierta enfermedad de los ganglios conocida como el “Mal del Rey”. “En este contexto, el milagro regio era sobre todo una expresión de una particular concepción del poder político supremo, acorde con la peculiar simbiosis que se da durante esos siglos entre el ámbito político y el espiritual.” (Aurell, 2005, pág. 62)
Con todo y los trabajos y obras publicadas por los dos autores, aún faltaba una manera de que todo lo aportado tuviera repercusiones e influencia. Para ello se necesitaba un proceso de institucionalización a las propuestas historiográficas de los dos autores. Éste  llegó con la publicación de la revista en 1929. Ya a principios de los veintes Febvre habían intentado, junto con el historiador belga Henri Pirenne, la publicación de una revista de historia económica, la cual no prosperó (Aurell, 2005, pág. 62).   A partir de 1930 la revista se desmarca de su competidor, la Economic History Review de Inglaterra, y se vuelca sobre el aspecto sociológico. Prueba de ello son los trabajos de Bloch sobre la sociedad feudal en los que volcaba algunos de los conceptos de Durkheim como son la conciencia colectiva, la memoria colectiva, las representaciones colectivas o la cohesión social a través de los lazos de dependencia;  y los estudios de corte religioso de Lucien Febvre a través de las biografías de Lutero y Rabelais con las que dicho autor se vuelve un referente de la sociología religiosa (Aurell, 2005, pág. 63).
En el año de 1933 se trasladan de Estrasburgo a París. Febvre consiguió una plaza en College de France  y en el año de 1936 Marc Bloch hace lo mismo en la Sorbona. Todo ello como parte de la estrategia para dar a conocer de manera más amplia su esfuerzo teórico, a la vez que expandía su influencia desde el centro intelectual del país. Existe un mito, que el mismo Febvre fortaleció, sobre la situación de los fundadores de los Annales como investigadores marginales del sistema establecido y sobre su lucha heroica contra la ortodoxia dominante (Fontana, 2002, pág. 30). Para Fontana los iniciadores de la revista fueron jóvenes que tuvieron gran influencia y que harían carrera bajo la protección de los grandes patrones que controlaban la enseñanza.
En el desarrollo de las pautas a seguir dentro de la revista los dos autores se encontraron a menudo discrepando el uno con el otro. Para febvre la revista, en un principio, carecía de cierta animosidad y no dudó en culpar a Bloch por éste hecho: “mi director es muy historiador y muy erudito”. Palabras que mencionaba a Albert Thomas. El interés de Lucien se veía dirigido a la historia cultural y religiosa, mientras que Bloch demostraba una inclinación por la historia económica de manera muy seria. En un principio la revista no tuvo el éxito esperado. Fontana escribe que: “Habían conseguido de 300 a 350 subscriptores, cuando necesitaban 800 para sobrevivir, lo que explicaba que su tirada que había comenzado siendo de 2.500 ejemplares en 1929, bajase hasta 1.000 en 1933” (Fontana, 2002, pág. 31).
A pesar del triunfo académico que significaba la colocación de los dos historiadores en instituciones de renombre mundial dentro de  Francia y de la publicación de sus grandes libros, la revista seguía sin tener el empuje que ellos hubiesen deseado. Febvre se quejaba con Bloch en el año de 1938 sobre la revistas y la tildaba como aburrida, sin influencia y de un conformismo académico de centroizquierda; mientras que por su lado, Bloch, defendía la seriedad de la publicación (Fontana, 2002, pág. 31) . Todo esto culminaría con una muestra del distanciamiento de los dos autores: la reseña de la Sociedad Feudal, texto publicado por Bloch. Dicha reseña fue publicada en 1941 por Febvre  y en ella éste le reprochaba a Bloch su “sociologismo abstracto”, su interés por los grupos sociales y la falta de aparición del individuo en su trabajo. Tales afirmaciones han sido tomadas como una clase de perfidia disimulada (Fontana, 2002, pág. 31).  
La separación de los fundadores de la Escuela de los Annales se daría por causas externas. Con la ocupación de Francia por parte de los alemanes en el año de 1941 se inició una nueva era en la historia de la revista. Mientras que Bloch se marchó a la parte no ocupada de Francia, Febvre se mantuvo en París. Ahí en París Febvre siguió publicando la revista con el nombre que ésta había tenido desde el año de 1939, Annales d’histoire sociale, con la diferencia de que en la publicación no aparecería el nombre del judío Bloch. Mientras la ocupación seguía la revista cambió otra vez de nombre, ahora se titularía Mélanges d’ histoire sociale (1942-1944) y en sus páginas se omitiría nuevamente el nombre de uno de sus directores. Tal situación no pudo menos que provocar malestar en Marc Bloch debido a que tal actitud por parte de Febvre significaba un triunfo más para el enemigo. Sin embargo, tales circunstancias no cancelaron la participación de Bloch como colaborador de la revista bajo el pseudónimo de Fougeres. Durante estos años Bloch vio cómo fracasaba su intento por trasladarse con su familia a los Estados Unidos a la vez que se unía a la resistencia y  escribía al mismo tiempo la que quizás es su obra más famosa: Apologie pour l’histoire.[1] Su participación en los movimientos contralemanes culminaría con su detención, tortura y fusilamiento en Lyon el 16 de Junio de 1944 por parte de los nazis (Fontana, 2002, págs. 31-32).
Lo hasta ahora visto puede ser tomado como tan sólo una introducción de la genealogía de los Annales. El verdadero periodo de institucionalización y reafirmación de los Annales como escuela vino en la postguerra. En los años siguientes a la finalización de la segunda guerra mundial Febvre haciende a los altos puestos académicos y se convierte en un “personaje clave de la cultura oficial”, se le encuentra como partícipe de todos los comités importantes de la “vida científica francesa, en la UNESCO, etc.” (Fontana, 2002, pág. 32). Para 1946 Febvre se instala como uno director de la revista y ésta cambia de nombre nuevamente por el de Annales. Économies, Sociétés, Civilitations que se mantendrá hasta el año de 1933.  Fontana rescata el acontecimiento más importante de éste periodo:

“El hecho más importante para el futuro de la escuela se produce en 1947, cuando Febvre y el comité de dirección al completo de Annales se instalan en la VI sección de la École Pratique des Hautes Études, creada con la ayuda de la Fundación Rockefeller (y transformada en 1975 en École des Hautes Études en Sciences Sociales), con la colaboración de Charles Mozaré y de Fernand Braudel, que sirven de puente hacia las fundaciones norteamericanas que les proporcionan financiación. Los hombres de Annales hallaran aquí su territorio natural de enseñanza y de proyección. En el curso de 1948 dan clase en la École Febvre, Morazé, Labrousse, Braudel, Leroi-Gourhan, Lefebvre, Lévi-Strauss, etc. Con los años se sumaran a ellos Raymond Aron, Barthes, Bourdieu, Derrida, Le Goff, Le Roy Ladurie, Taton, Pierre Vilar, etc.” (Fontana, 2002, págs. 32-33)

Podemos ver que durante los años de postguerra Febvre y compañía comienzan a ejercer eso que Bourdieu llama “sentido de colocación”. Comienzan a dar cátedra en una de las escuelas más importantes y son apoyados de manera económica por fundaciones con gran cantidad de recursos. A partir de esto podríamos plantearnos la cuestión acerca del compromiso social existente dentro de la escuela de los Annales y del compromiso político  entre sus filas o la falta de éste. Sin embargo eso será tomado en cuenta en las siguientes páginas respectivas a los Annales y el Marxismo.
En aquellos años se darían a conocer los dos textos canónicos de la Escuela de los Annales. Uno ya lo hemos mencionado Apologie pour l’ histoire, el cual fue malentendido en un principio y fue tomado como un manual de método; el otro se trata del libro de ensayos escrito por Febvre llamado  Combats pour l’ histoire. Estos libros han pasado de generación en generación y han cautivado a sus lectores por sus aportaciones literarias. Son libros en los que la retórica adquiere un nivel bastante convincente. En sus páginas pueden encontrarse frases como: “Nuestro arte, nuestros monumentos literarios, están llenos de los ecos del pasado; nuestros hombres de acción tienen constantemente en los labios sus lecciones, reales o imaginarias” o aquella  muy famosa que dice “Allí donde huele la carne humana, sabe que está su presa” (Bloch, 2000); el humano como presa de la historia. También Febvre aporta líneas que exaltan el phatos:

“El hombre no se acuerda del pasado; siempre lo reconstruye. El hombre aislado es una abstracción. La realidad es el hombre en grupo. Y el hombre no conserva en su memoria el pasado de la misma forma en que los hielos del Norte conservan congelados los mamuts milenarios. Arranca del presente y a través de él, siempre, conoce e interpreta el pasado.(…) si el historiador no se plantea problemas, o planteándoselos no formula hipótesis para resolverlos, está atrasado con respecto al último de nuestros campesinos. Porque los campesinos saben que no es conveniente llevar a los animales a la buena de Dios para que pasten en el primer campo que aparezca: los campesinos apriscan el ganado, lo atan a una estaca y le obligan a pacer en un lugar mejor que otro. Y saben por qué.” (Febvre, 1993)

En esos libros los dos autores dieron a conocer su interpretación de la historia. Expusieron sus definiciones sobre el qué hacer histórico y su papel dentro de las disciplinas sociales y su relación con las demás ciencias. Trataron de establecer los niveles de legitimidad del  hacer histórico sin caer en el cientificismo del siglo XIX. Sí, la historia también podía ser científica, pero no de la misma manera que en las ciencias naturales. Las ciencias del hombre marcaban sus propias pautas dentro del saber y de la construcción del conocimiento. Lo que tenía que permanecer, para los dos autores, dentro de las categorías de lo científico era el método. Por eso las palabras de Febvre sobre la historia como “conocimiento científicamente elaborado”. Pero a la vez comprendiendo que el ser humano, o los seres humanos, como objeto de la historia, eran quizá más complejos que los objetos abordados por muchas de las demás ciencias. Por esto mismo, existía la necesidad de trabajar en conjunto, como en equipos, con las disciplinas exteriores aprovechando lo que ellas pudiesen aportar. Al ser ésta construcción del conocimiento sobre los humanos una empresa humana se eliminaba el viejo prejuicio de la objetividad en la investigación ya que al final toda historia era elección.
El tipo de historia cambiaría. Durante el siglo XIX la historia política había sido la de mayor producción; y era desde la política, materialización de las ideas de los hombres en el medio social, que todo lo demás era explicado. La historia para los Annales  tenía que abarcarlo todo. Lo económico no tenía por qué estar en la cima de la jerarquización de los fenómenos históricos, lo social, como ya se ha mencionado, al final no quería decir nada. La historia que la escuela de los Annales planteaba desde sus principios era la Historia Global. Este punto es de vital importancia para establecer, si es que se puede, una relación entre los Annales y el Marxismo. Esto debido a que la noción de historia global también se puede encontrar en las aportaciones que Marx hizo para la historia. Es a partir de la Historia Global que podemos hablar de Marxismo y Annales.
Antes de hablar de la relación entre Escuela de los Annales y el Marxismo, es necesario el establecer la relación existente entre Marxismo y Francia. ¿Fue el marxismo una corriente ideológica, política, filosófica e histórica, de importancia en Francia? Ésta sería la pregunta más importante y de la cual partir. Antes del triunfo de los nazis Alemania era el único país, aparte de Rusia, que contaba con un partido comunista de masas. Al poco tiempo del ascenso del nazismo, Francia tuvo por primera vez un movimiento comunista de masas en el periodo del Frente Popular. Tras la segunda guerra mundial el PCF (Partido Comunista Francés) se convirtió en el principal organismo aglutinante de la clase obrera en dicho país.
Para principios del Siglo XIX los movimientos obreros en Francia habían sido de un compromiso político bastante sólido y habían contado con gran creatividad intelectual. Sin embargo, desde los tiempos de la II internacional (1889) éste país había quedado rezagado teóricamente con respecto a los países del centro de Europa, con los del este e incluso con Italia. El marxismo no había penetrado hasta ese momento ni en la SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera) ni en  la CGT (Confederación General del Trabajo). Para Perry Anderson existieron dos razones que explican éste atraso durante los tiempos de la III República. Por una lado menciona “la fuerza de las tradiciones premarxistas nativas” de la clase obrera francesa inspiradas en Proudhon y el anarcosindicalismo; y por otra parte, el “sostenido vigor del radicalismo burgués (…) que aún anclaba firmemente a la intelectualidad local en su propia clase.” (Anderson, 1979, pág. 48). No existe en Francia alguna obra de importancia teórica del marxismo antes del año de 1914. La Lectura del capital era mera empresa literaria de algunos y no existían traducciones importantes de autores que siguieran la tradición marxista posterior a Marx y Engels.
A pesar de esto, el periodo de entreguerras propiciaría las condiciones necesarias para el establecimiento de una nueva tradición marxista. Eran tiempos de la reafirmación de la clase burguesa con la victoria de la Entente. Aunque en un principio existió el entusiasmo por la afiliarse al Partido Comunista Francés, éste fue decayendo poco a poco durante la década de los treintas contando para el final de ésta con unos 50.000 miembros dentro de las filas de partido. . Los intelectuales que formaron filas en el partido fueron más que nada gente interesada en aspectos literarios o artísticos, no contaban con un enfoque verdaderamente científico de las ideas de la tradición socialista (Anderson, 1979, pág. 48).  Los intelectuales interesados en los aspectos teóricos del marxismo aparecen más o menos por el año de 1928. Entre los más importantes podemos mencionar a Nizan,  Lefebvre, Politzer, Guterman y Friedmann. Dicho grupo iba en contra de la esterilidad y el provincialismo de la filosofía francesa y en un principio había tenido como lazo común un interés muy marcado por el surrealismo.
La entrada de dicho grupo al Partido Comunista Francés coincidió con el momento de mayor estalinización del movimiento comunista en el tercer periodo. Debido a tales circunstancias la labor intelectual del grupo francés se veía limitada por todas las pautas que eran impuestas desde Rusia. Cosa muy común en la época fue la censura de todos aquellos miembros de los partidos comunistas alrededor del mundo que no siguieran las líneas de acción del partido central. El caso francés no fue la excepción. Toda aportación intelectual teórica al marxismo o todo lo que se refería a la lucha de clases y sus tácticas  tenía que pasar primero por la Komintern; no era asunto del PCF.  Anderson describe la situación de algunos de éstos comunistas durante aquél periodo:

“Así, el campo para la actividad intelectual dentro del marxismo se había reducido mucho dentro de las filas de los partidos comunistas europeos. Politzer, después de un precursor intento de llevar a cabo una crítica marxista del psicoanálisis, se convirtió en poco más que un obediente funcionario cultural de PFC. El espíritu polémico de Nizan fue rápidamente ahogado por las presiones organizativas, hasta que finalmente se rebeló contra el pacto nazi-soviético y fue expulsado del partido. Sólo Lefebvre mantuvo un nivel y un volumen relativamente elevados de producción escrita y la fidelidad pública al PCF.” (Anderson, 1979, pág. 49)

De qué manera era posible el elaborar nuevas aportaciones teóricas en un ambiente tan controlado como lo fue el impuesto por la Komintern. Ya se ha mencionado algo de esto cuando abordamos el caso de algunos rusos que intentaron evitar la censura. Lo que procedió en varias ocasiones en Rusia, Francia y demás países con un partido comunista local, fue la táctica de dar al César lo que es del César. Esto es, el dar “una lealtad política combinada con una labor intelectual lo suficientemente disociada de los problemas centrales de la estrategia revolucionaria como para escapar al control de la censura directos.” (Anderson, 1979, pág. 49). Con ello, claro está, se ejercía a la vez una autocensura con lo que varios trabajos serios y de relevancia no fueran publicados sino hasta superar la etapa de mayor control por parte del partido en Rusia o fueron publicados con mucha cautela. Un caso de éste tipo fue el de Lefebvre cuya obra más importante, El materialismo dialéctico, sólo pudo ser publicada hasta tres años después de haber sido escrito, y eso con  recelo oficial.
Durante los años de la ocupación alemana en Francia (1940-1944), mientras Lucien Febvre cambiaba el nombre a la revista de los Annales y negaba en su portada a Marc Bloch por ser éste judío, comienza el verdadero despertar del comunismo francés. El partido  ya contaba con más o menos unos 300.000 miembros afiliados en la última etapa del Frente Popular y para el año de 1941 ya era la mayor fuerza popular que aparte de todo encabezaba a la resistencia. Para el final de la guerra el PCF saldría bastantemente fortalecido (Anderson, 1979, pág. 50). La década siguiente a la guerra significó para el PCF su momento de mayor influencia en el medio social francés. La capacidad organizativa de las masas obreras incorporadas al partido era un modelo ejemplar. Aquello no tardó en llamar la atención de los grupos intelectuales. Muchos estudiosos también se unieron a las filas. El comunismo a la vez atrajo a un grupo que habría de  ganar varios seguidores a nivel internacional en los 60s: los existencialistas. Aquél grupo había surgido durante la ocupación y mostraron gran irradiación cultural en influencia después de ella. Fue el momento de la aparición de las obras de Sartre, Merleau- Ponty y de De Beauvoir, quienes fueron inspirados por el filósofo académico Kojéve a través de su interpretación existencial de La fenomenología del espíritu de Hegel con lo que establecía un puente directo hacia el marxismo bastante llamativo para aquellos jóvenes filósofos (Anderson, 1979, págs. 50-51). Sin embargo, como en el caso de Sartre, el PCF no los influyó lo bastante como para entrar en sus filas; lo que despertó fue la curiosidad de la influencia de éste partido en su país y de la relación existente entre la teoría y la práctica dentro de él. Tan curiosidad se materializó en un trabajo de Sartre titulado Los comunistas y la paz.
Así, a través del pequeño recorrido descrito arriba, encontramos dos eventos importantes en el periodo de postguerra que son muy significativos para la exposición de la relación entre Marxismo y Escuela de los Annales. Por una lado, a nivel nacional, encontramos el despertar de la curiosidad por el marxismo dentro de los intelectuales; curiosidad que terminará convirtiéndose en vivo interés por la teoría marxista. Todo ello aunado a la influencia del Partido Comunista Francés sobre la clase obrera, sobre las masas y sobre sectores burgueses que antes no tenían la preocupación latente de una amenaza comunista. Del otro lado, hablando historiográficamente, fijamos el año de la muerte de Lucien Febvre en 1956, que a la vez servirá como referente del inicio de una nueva etapa dentro de los Annales; una etapa más viva, de mayor trascendencia e influencia y de mayores aportes al conocimiento del pasado humano. Es a la vez la etapa de mayor apertura con las demás disciplinas y teorías; y entre ellas de apertura al marxismo. También, el año de 1956 será un referente para la Escuela Marxista Británica  debido a la invasión de Hungría por parte de Rusia. Pero esto se retomará más adelante.
Sin lugar a dudas, en lo que se refiere a la historia como escritura, el Marxismo y los Annales han sido las dos líneas de investigación más influyentes a lo largo del siglo XX. No hay que olvidar que desde el siglo XIX el marxismo ya había presentado los paradigmas para la construcción de una historia científicamente elaborada y de cosmovisión materialista; a la vez que ponía en relieve la importancia de la historia económica en los procesos sociales. Por su parte los Annales, para autores como Carlos Antonio Aguirre,  va a “rehacer por su propia cuenta un camino que, toda proporción guardada, equivale dentro del hexágono al camino recorrido por Marx 70 años antes, redescubriendo por su propia vía los mismos temas recientes de la investigación historiográfica” a la vez que retoman “ el área de la historia económica, que paradigmas metodológicos ya postulados por Marx, tales como el de la historia global, la visión de largo aliento en los procesos históricos, o la crítica del empirismo y del idealismo dentro de las concepciones históricas” (Rojas, 2014, pág. 37).
De ésta manera podemos fijar un cierto número de coincidencias existentes en el desarrollo de los Annales y el Marxismo. Mientras que Marx desarrollaba el análisis científico de la historia económica, en Francia, el principal de los pensadores que podría ser considerado como un antecesor de la Escuela de los Annales, Henri Pirenne, se convertía en el padre de los estudios histórico-económicos en lengua francesa. De igual forma, en ambas corrientes existió la crítica a la historia de corte empirista y positivista (Rojas, 2014, pág. 38). Cuando los fundadores de los Annales se encontraban en plena lucha contra el paradigma histórico precedente –el positivismo-, desarrollaban a la vez sus propios paradigmas metodológicos. Entre ellos se encuentra la reivindicación de una historia global o historia total. “Una historia de amplísimas dimensiones, que no sólo deberá abarcar toda huella humana producida en el tiempo y todo fenómeno o realidad histórico-sociales posibles, sino que también deberá ser construida y concebida desde otra perspectiva: el punto de vista de la totalidad” (Rojas, 2014, pág. 38). Punto importante y de partida, como ya ha sido mencionado arriba. La historia total remite a su vez a la tesis propuesta por Marx sobre la ciencia: no existe más que una sola ciencia, la historia. Y ésta historia, para ser científica, debe de ser estudiada desde la amplitud de la totalidad.
Para Marx la historia anterior y la de sus tiempos implicaba una manera de actuar en la que sólo se coleccionaban hechos muertos. Para él también era de importancia el tratar de regresar a la vida a dichos difuntos. La dimensión de totalidad en la historia traía consigo a la figura de un historiador bastante versado en una amplitud de técnicas, conocimientos y metodologías con las cuáles sería capaz de interrogar a las fuentes existentes. Esto trae a consideración otro punto de encuentro: la historia problema. Tanto en los Annales como en el Marxismo, existe la necesidad de romper con aquél alejamiento entre los datos empíricos y la teoría; se trata de unir una vez más al historiador y a su objeto de estudio a través del problema a tratar que el primero encuentra en el segundo. El problema que el historiador hallaría en los datos marcaría el rumbo a seguir dentro de la investigación. 
Otro punto existente a considerar dentro del Marxismo y de la Escuela de los Annales es el de la noción de historia abierta. Aguirre Rojas la detalla de la siguiente manera:

“una historia que reconoce la novedad y el carácter totalmente incipiente del proyecto que intenta constituirla en verdadera “empresa razonada de análisis”-según la concibe Bloch-, en genuino proyecto de explicación científica de los procesos históricos, y que en consecuencia se autopostula, tanto en la versión de éstos primeros Annales como en la previa formulación de Marx, como una historia abierta o en construcción. Historia que “se está haciendo todavía” en la medida en que se descubren constantemente nuevos métodos y técnicas de aproximación al objeto, en que se incorporan nuevos territorios y espacios de análisis antes inexistentes o poco explorados, en tanto que se enriquecen permanentemente, con nuevas y más complejas hipótesis y con más elementos de juicio y de interpretación, los viejos debates historiográficos siempre fundamentales para el esclarecimiento de la evolución humana en la historia.” (Rojas, 2014, pág. 38) 

Los tres puntos anteriormente mencionados, la historia global, la crítica al positivismo y la historia abierta o en construcción permanente, fueron rápidamente acogidos en el ambiente intelectual francés de manera congruente con el tiempo histórico en desarrollo. La escuela de los Annales los integró a su metodología más o menos 50 años después de que ya habían sido propuestos por Marx:

“De este modo, la distinción que Bloch establece entre relación feudal y relación de servidumbre, y la doble tipología particularizada que de cada una de ellas desarrolla, así como la reconstrucción febvriana del “utillaje mental” de los hombres del siglo XVI, o el rico análisis braudeliano de los contenidos de lo que él llama la “civilización material”, son desarrollos conceptuales e historiográficos sumamente interesantes, que desde una lectura crítica marxista pueden ser recuperados para la explicación materialista del modo de producción feudal, del proceso de la reforma religiosa del siglo XVI o del desglose del sistema de las necesidades y de las capacidades humanas de un cierto metabolismo social precapitalista, respectivamente.” (Rojas, 2014, pág. 39)

Es debido a éstas afinidades que en las páginas de los Annales tuvieron cabida intelectuales de izquierda e intelectuales comunistas. El primer periodo de la revista autores como Georges Friedmann, Franz Borkenau, Camille-Ernest Labrousse, Georges Lefebvre y Henri Mougin, fueron los que gozaron de mayor difusión. La postura de la revista como apolítica y alejada de partidismos, como es el caso de su no adhesión al partido comunista, le daba la libertad de hasta cierto punto ser crítica con la situación existente en la Rusia comunista. Los autores mencionados y otros se ocuparon de “analizar problemas como el del plan quinquenal, la colectivización forzosa, el movimiento stanajovista o la situación agraria en la Unión Soviética del periodo de la entreguerras” (Rojas, 2014, pág. 40). El periodo de los Annales de 1929-1939, servía de escaparate a toda esa izquierda y socialismo que se encontraban sino en contra del partido comunista, sí en posición crítica hacia algunas de sus decisiones.
A pesar de contener ambas corrientes enfoques metodológicos similares, se encuentra aún muy lejos una noción de Annales marxistas. Es bien conocida la crítica que ésta escuela francesa tuvo hacia el marxismo o materialismo histórico y hacia algunas de las tesis fundamentales del propio Marx. Los fundadores de la escuela nunca tuvieron reparos en manifestar su admiración por el autor de El capital, sin embargo no tuvieron las mimas concesiones con autores que se pretendían herederos de Marx. A éstos últimos, se les veía como simples repetidores de fórmulas, mal comprendidas y mal utilizadas, que pretendían crear conocimiento a través de métodos simplistas, mecanicistas y carentes de teoría. Tal fue el caso del llamado marxismo ortodoxo, ya fuese éste francés o de otras partes del mundo.   
Un punto de encuentro entre la historia que desarrolló la escuela de los Annales y el Marxismo, aparte del arriba mencionado, radica en el epíteto de lo económico. El gran peso del nombre de Lucien Febvre en la vida académica y su liderazgo dentro de la revista imponiendo sus intereses, a menudo hacen sombra sobre la importancia del factor económico. No hay que olvidar que lo que más interesaba a Febvre era lo cultural, la modernidad y lo religiosidad, dejando de lado todo lo referente a producción, intercambio y consumo. A dicha peculiaridad podemos sumar también la temprana muerte de Marc Bloch quien sí tenía una disposición real por la utilización de éstos temas como punto medular en las investigaciones.
En la segunda generación de los Annales podemos encontrar lo que podría calificar como un giro económico en la escuela. Como ya se ha mencionado, quien tomó las riendas en adelante como director de la revista  fue Fernand Braudel. Lucien Febvre lo había hecho hasta el año de su muerte en 1956. Fontana menciona que la canonización de la persona de  Braudel y de su retórica a menudo hacen sombra  a las aportaciones de otro gran investigador de esta corriente; Ernest Labrousse. Él añadió al “bagaje de los Annales la herencia de Simiand, el rigor del trabajo en el terreno de la historia económica (que Bloch no había acabado de dominar y que Febvre ni siquiera le interesaba) a la vez que algunos elementos de la tradición marxista.” (Fontana, 2002, pág. 34) Dichos elementos se concretarían en una de las obras más serias de los Annales: Histoire économique et sociale de France. En el texto introductorio de la obra puede leerse, en clara contradicción con Febvre de 1941: “esta historia económica y social sitúa con pleno derecho el acento en la economía, que es la que lo pone todo en movimiento.” (Fontana, 2002, pág. 35).
A pesar de que Febvre había llevado a los Annales a los grandes escenarios intelectuales de la Francia de la primera mitad del siglo XX, su universalización no era viable aún por la falta de claridad en los conceptos expuestos por la primera generación. Tal encuentro con lo universal sólo fue posible cuando Braudel se encontró a cargo. Éste personaje, quizá el más influyente de los Annales, había sido profesor en Argelia y en el año de 1935 hizo un viaje, junto con Lévy. Strauss, a Brasil para poner en marcha la Universidad de Sao Paolo. Investigador solitario, conoció a Febvre en el barco que lo llevaría de regreso a Europa cuando ya su tesis sobre el Meditterráneo estaba muy avanzada. Ésta investigación había comenzado en el año de 1923, y en ella tan sólo se planteaba un trabajo sobre política tradicional. Con el paso del tiempo la investigación fue tomando otro rumbo cuando Braudel comenzó a plantearse cuestiones que tenían que ver más con la historia económica. Para el año de 1939 el trabajo estaba elaborado en sus líneas generales. La redacción del libro se llevó a cabo durante los cinco años en los que Braudel estuvo recluido en un campo de prisioneros alemán entre los años de 1940 a 1945. Un año antes de terminar el libro, 1944, ya tenía claramente establecida la fórmula que articularía su libro: “una historia inmóvil del marco geográfico; una historia profunda de los movimientos de conjunto; una historia de los acontecimientos.” (Fontana, 2002, pág. 35).
Braudel seguiría ésta fórmula por años. Para él la historia se encontraba dividida en tres pisos y con éstos ponía en orden las ideas de Febvre. En una carta a su esposa expone la articulación de su manera de ver la historia:

“La primera parte trata de una historia casi inmóvil, la historia del hombre en sus relaciones con el medio que le rodea (…). Por encima de esta historia inmóvil se alza una historia de ritmo lento (…) que nosotros llamaríamos de buena gana, si esta expresión no hubiese sido desviada de su verdadero sentido, una historia social, la historia de los grupos y las agrupaciones (…). Finalmente, la tercera parte, la de la historia tradicional o, si queremos, la de la historia cortada, no a la medida del hombre, sino a la medida del individuo, la historia de los acontecimientos (…). Hemos llegado así a una descomposición de la historia por pisos. O, si se quiere, a la distinción, dentro del tiempo de la historia, de un tiempo geográfico, de un tiempo social y de un tiempo individual”. (Fontana, 2002, pág. 36)

Al mismo tiempo que va configurando ese espacio físico y el espacio de las relaciones humanas, también Braudel va reconfigurando espacio temporal. Al piso del espacio geográfico corresponderá la larga duración donde los procesos son lentos y aletargados; procesos en los que el medio ambiente marca su lugar como punto de partida. Al segundo espacio, el social, corresponde la mediana duración. Es éste el lugar de la economía, pero también de los Estados, de las sociedades, las civilizaciones y las formas de guerra, todas, explicadas por ritmos y coyunturas. Finalmente, al piso último, el de los acontecimientos, la política y los hombres, correspondió la corta duración. De ésta manera la fórmula se hizo muy atractiva para todo un grupo de investigadores. Ya después Braudel intentó restructurar su metodología con un nuevo trabajo, Civilización material, en el que volvía a hacer una fórmula terciaría. Sin embargo éste no tuvo el mismo impacto en qué momento como sí lo tuvo el Mediterráneo.
Con el ascenso de Braudel en 1957 como director y responsable de la revista viene la etapa de expansión fuera de Francia. La revista fue acogida con agrado en los Estados Unidos debido a que en ella no se encontraba un a amenaza del tipo marxista lo cual significaba una refrescante alternativa. La revista era académica, tocaba los puntos referentes a la economía, pero no lo hacía de una manera crítica en sí. “Annales es radical en el estilo, pero académica en la forma y conservadora desde el un punto de vista político; toca las cuestiones de la historia económica y social sin riesgos de contagio marxista, y cuenta como garantía con un equipo de excomunistas reconvertidos” (Fontana, 2002, pág. 37). Entre este grupo de excomunistas reconvertidos se encontraban Emmanuel Le Roy Ladurie y Francois Furet.
Al final de la segunda guerra mundial el marxismo comienza su despliegue intenso en Europa. El marxismo hasta esas fechas había tenido sus grandes manifestaciones en los países del norte del continente europeo –Alemania, Austria y Polonia-. Para la segunda mitad del siglo XX encontramos lo que algunos autores denominan como marxismo mediterráneo (Rojas, 2014, pág. 42). Las características culturales de las regiones jugaron un papel decisivo en el desarrollo de éste nuevo marxismo. El marxismo del mediterráneo fue más “inmediato en sus elaboraciones” y menos analítico que su homólogo del norte; en el mediterráneo este marxismo se apreciaría “ligero y expositivo en su estructuración”; por su mismo origen cultural también fue mucho más “florido en la explicación y más abundante y reiterativo en el tratamiento de los puntos que aborda. El marxismo germanoparlante era más “denso y reflexivo”, así como “radicalmente económico” en su argumentación y “sistemático y ordenado” al punto de la rigidez (Rojas, 2014, pág. 42).
Diferentes marxismos y diferentes formas de su utilización. El norte el marxismo podía ser visto como elitista, era un esfuerzo en solitario de los teóricos y no estaba en su plan el llegar a las grandes masas. Por su lado el marxismo del mediterráneo busca la praxis, el insertarse en las masas, en la academia, en la plática y en la vida cotidiana. Fue éste segundo marxismo el que tuvo de frente Fernand Braudel en una Francia católica y de origen latino entre los años de 1956 a 1969. Los Annales de ésta segunda generación se dejaron envolver y permitieron la inserción de dicha segunda manifestación del marxismo, más de lo que sus antecesores lo permitieron. Y es que para esos años el marxismo también se había convertido en un fenómeno popular; había ganado espacios en las academias y contaba con gran influencia en las revistas de ciencias sociales. No es de extrañar que varios colaboradores de los Annales que se identificaban con la izquierda se dejasen guiar por aquella línea de investigación.
En dicho ambiente Fernand Braudel va a acercarse más a la historia económica y en su interior encontrará las bases de su investigación. Su preocupación se centró, como ya lo había hecho Marx, en el desarrollo del capitalismo de los siglos XV-XVIII. Tal interés se manifestó en su segundo gran proyecto: Civilización material, economía y capitalismo.  En las páginas puede apreciarse la manifiesta simpatía por Marx; el acercamiento respetuoso pero a la vez crítico y alejado de algunas de las teorías expuestas por el autor alemán a la vez que rescata algunas de las mismas.
La actitud de Braudel con respecto a Marx no permite hablar de la conversión del autor francés al marxismo. Para Aguirre Rojas se trata de una “braudelización” del marxismo: “ “braudeliza” las enseñanzas de Marx, las refuncionaliza y adapta, las retraduce a su propio modo de ver para incorporarlas al esquema, entonces en proceso de construcción, de su peculiar e interesante teoría del capitalismo.” (Rojas, 2014, pág. 44). A partir de aquella postura Braudel se encontró en la posición de poder dialogar con los demás marxistas, no sólo los franceses, sino también con los de Europa y América Latina. Al mismo tiempo, permitió la entrada de estudiosos de formación marxista ya no sólo en la revista, sino también en los puestos importantes dentro de  la  Ecoie Pratique des Hautes Etudes y en las   colecciones publicadas por el Centre de Recherches Historique (Rojas, 2014, pág. 44).
Durante dicho periodo se dan las colaboraciones más ricas con los marxistas de diversos países. Eric Hobsbawm comienza a colaborar en Annales, así como el grupo de los historiadores marxistas de la revista inglesa a la que él pertecía, Past and present. De igual modo existieron vínculos con los estudiosos polacos representados por Witold  Kula y con los comunistas de Hungría y Canadá. Comenzó a existir la participación de los estudiosos franceses en los coloquios de la Unión Soviética y con toda la avanzada comunista de la época.
El “matrimonio” entre Marxismo y Annales no duraría por mucho tiempo. Se habla de él como un evento tan sólo coyuntural debido a la situación histórica del momento. No hay que olvidar que la revista siempre mantuvo una posición alejada de los procesos políticos y con el compromiso con las masas; cosa que no combina con el ideal del marxismo como teoría que es práctica a su vez. Braudel, con todo y el respeto que sentía por Marx, no podía menos que advertir que existía un “marxismo a la moda”. La utilización del vocabulario y la repetición de clichés no formarían a marxistas reales y comprometidos a los ojos de Braudel. Muchos de sus alumnos fueron marxistas pero también muchos de ellos decidieron alejarse con el paso del tiempo de dicha corriente. Bastante tuvo que ver el movimiento de 1968 en ésta cuestión. Tal fecha marcó la nueva crisis en la Europa de la segunda mitad del siglo. También a partir de tal año comenzó el declive del marxismo mediterráneo. 
El año de 1968 puede ser el punto de referencia en el que se dio el rompimiento de los Annales con el Marxismo. Después de ésta fecha, los Annales comenzarían a convertirse en algo nuevo, diferente a sus antecesores. Abandonan la línea de lo social y de lo económico, que eran punto de encuentro con la teoría elaborada por Marx, y se adentran en la nebulosa de la historia de las mentalidades. También abandonan el campo de la teoría y de la elaboración metodológica dentro de la historia. El marxismo, a partir de aquel momento, se convirtió para la tercera generación de los Annales en un referente. No niegan su influencia, pero la ven como un aporte del siglo XIX que ya no ofrecía algo esencial en el siglo XX. Tal posición se manifestará hasta nuestros tiempos. 



Anderson, P. (1979). Consideraciones sobre el marxismo occidental. Madrid: Siglo XXI.
Aurell, J. (2005). La escritura de la memoria: de los positivismo a los postmodernismos. España: Universitat de Valencia.
Bloch, M. (2000). Introducción a la historia. México, D.F: FCE.
Febvre, L. (1993). Combates por la historia. Barcelona: Planeta-De Agostini.
Fontana, J. (2002). La historia de los hombres: el siglo XX. Barcelona: Crítica.
Rojas, C. A. (24 de Junio de 2014). http://tesiuami.uam.mx. Obtenido de http://tesiuami.uam.mx/revistasuam/iztapalapa/include/getdoc.php?id=1343&article=1378&mode=pdf
Vilar, P. (1997). Pensar históricamente. Barcelona: Crítica.



[1] La traducción de este libro en español es conocida como Introducción a la historia