martes, 28 de junio de 2011
Tecate sunrise
La cruda era insoportable, apenas si me dejaba respirar. Éste estado se había convertido en algo casi crónico. A todo los lugares que iba la gente solía preguntarme: “ey ¿qué tal estuvo la fiesta? Yo les miraba con cierto desprecio. Cómo se podían burlar de tal condición, qué no saben que uno no debe burlarse de las personas a las que nos gusta extremadamente el alcohol.
Decidí entrar al colegio a curar mi malestar con una Tecate que compre justo enfrente. A esas horas de la mañana casi todo el mundo se encontraba en clase. Sólo había al fondo un empleado del aseo. Saqué de la bolsa la lata de cerveza y empecé a ingerir. Sólo los que forman parte de este movimiento saben lo que es una Tecate después de una noche de alcohol barato. La chela con la que me la estaba curando resultaba costar casi tanto como el panal que había bebido la noche anterior. El gusto por los pomos baratos me fue adquirido desde mis años de preparatoria. No era cuestión de falta de efectivo, simplemente prefería tomar de esos licores de dudosa procedencia a otros como el Bacardí o el mentado Torres de albañil.
Me encontraba bebiendo en el mismo lugar en el que tantas veces lo había hecho. Ya fuera solo, o con los demás amigos de la facultad, prefería tomar en aquellos lugares que no están destinados para eso. Todos los que pasaban por aquél lugar sabían que en ese sitio el alcohol corría.
Mire sobre el horizonte de lata hacia el salón en el que una belleza de cabello castaño me miraba con asco de tras de sus diminutos lentes. Me gustan esa clase de lentes, parecen esconder la coquetería que no se deja mostrar por completo. Ahora muchos en la facultad traen unos lentes que cubren casi toda la cara como para esconder su falta de originalidad. Lo bueno es que, aunque me mirara con asco, la belleza de aquel salón no los usaba. Sentía un poco más de conexión con ella. Es lo que se me venía a la mente: la conexión; enchufarla, ensartarla, saber que nos conectábamos. Llevaba una falda que me permitía ver un pequeño triángulo verde asomando entre sus piernas maravillosas. Sus caderas parecían querer escapar por los lados de la silla. Una cierta rigidez empezaba a esconderse debajo de mi bragueta.
-Ya te vi.
Giré la cabeza para ver quien me veía
-Hola –dije con dificultad mientras trataba de esconder la lata- ¿Cómo estás Georgina?
-Muy bien –dijo inclinando un poco la cabeza hacia la izquierda como tratando de adivinar algo- Es muy temprano. Casi no te veo por el colegio a estas horas. ¿Qué tal estuvo la fiesta?
Ahí estaba otra vez la maldita pregunta, sólo que con ella no era tan desagradable. De todas formas no podía negar que había estado ingiriendo cantidades casi industriales de Charanda y cosas peores, mi cara simplemente delataba una tremenda cruda.
-Estuvo muy bien aunque, siéndote sincero, se trató más que nada de una monstruosa peda. Ya casi no voy a fiestas o por lo menos no me invitan. Dicen que mis amigos y yo luego solemos mal copear.
- Ya ves…¿para qué andas haciendo cosas malas? Yo por eso no me meto nada.
Metete ésta –pensé mientras fingía una sonrisa-.
-Pues no creas que ando por la vida provocando peleas –dije- yo sólo trato de discutir problemas elementales, trato de que se de en las pedas toda una dialéctica entre borrachos. El problema radica en que a veces lo hago en círculos muy diferentes a los de mi banda.
Note que es su cara se dibujó la duda cuando escuchó la palaba dialéctica. Creo que en alguna parte muy profunda de mi, siempre me han gustado las mujeres cuya estolidez se llega a confundir con la ternura. Ella era un claro ejemplo de esto. Era como la Maga de Cortázar a la que se le podía adivinar la próxima tarugada que de su boca saldría. Era eso, y lo sorprendente de su belleza. Claro, no podía sólo gustarme su estupidez. Si las aceptaba tontas por lo menos tenían que estar bien sabritas.
-Alguna vez –proseguí- en una discusión le dije a un conocido que su hijo (que tenía menos de un año) era todavía como un animalito que no piensa aún, lo comparé con un perro que pasaba por el jardín. No aguanto la verdad y se indignó. Desde ese día no me ve de la misma forma.
Se me quedó mirando de tal forma que mejor cambié de tema.
-¿Sigues con tu nefasto novio? –pregunté-. Puso una cara peor que la anterior.
-¿Por qué hablas así de él? Si ni lo conoces
-No necesito conocerlo. Sólo sé que es un hijoputa anacrónico que se cree hipster. Ya me lo imagino a él y a sus amiguitos jugando a los alternativos (como que la chela me había activado el alcohol de la borrachera pasada) dándose por atrás por las noches mientras tu desperdicias todo eso que tienes.
-No me hables así que apenas si te conozco.
-Pues ya me iras conociendo.
- Lo único que sé de ti es que bebes.
- Pues por algo se empieza –contesté-. Lo único que debes saber es como me molesta verte de la mano de aquél cabrón a quien dices amar. Me re emputa ese wey, con sus chinitos y sus lentes que abarca toda su cara. Que bueno que los usa porque está re pinche feo.
-No hables de esa manera de él – me dijo- ( pero en su cara no se mostraba el menor enojo), aparte él me trata como nadie más me ha tratado. Es más, es mi primer novio.
-Pues ahí está el problema. Falta que conozcas más personas.
-¿Cómo tú? Hazme el favor….
La vi detenidamente a los ojos. Llevaba ya mucho tiempo deseándola. Me excitaba verla por la facultad caminado, dando grandes saltos como escuincla babosa. Cuando pasaba y se despedía de mi no me era posible quitar la mirada de esas magníficas nalgas. No era necesario que sus pantalones estuviesen ajustados, cualquier cosa que vistiera quedaba entallada en ese culo. Me encantaba ver como se marchaba.
La jalé hacia la banca y quedamos estrechamente uno junto al otro. Pasé mi mano por su cintura con seguridad. Ella fingió resistencia a la vez que su cabeza se acercaba más a mi pecho. Sus ojos empezaron a buscar los míos mientras yo tocaba uno de sus pechos. Sentí como su respiración aceleraba. La comencé a tocar con más fuerza. Pasé mi boca por su oreja, respirándole suavemente a la par que le decía cosas obscenas. Bajé más y di unos cuantos besos a su cuello. No había soltado para nada su seno.
Me percaté que la belleza de cabellos castaño, aquella que desde el salón mostraba su diminuto triángulo verde, nos miraba. Pensé que aquello la estaba poniendo horney así que fui más aventurero. Seguí besándole el cuello a la vez que mi mano se deslizó a la parte trasera de su pantalón. Metí mi mano y por fin pude sentir lo que tanto había anhelado. Era mejor de lo que pensaba. Ella se levantó un poco para que yo me introdujera más y más. Pude cerciorarme rápidamente de que ella ya estaba más lista que nada para la acción. Era un torrente ahí adentro. Con un poco de dificultad mandé un dedo expedicionario a aquellos confines. Un sobresalto, seguido de una pequeña queja, se produjo en su cuerpo. Su mano, tímida, subía por mi pierna, pero siempre paraba antes de tocar a la que suda blanco, y eso me ponía muy hot. Con un ligero movimiento me permití mandar un segundo dedo.
Esto la sacó del transe. Se alejó un poco de mi y me miro sorprendida. Mis dedos seguían en el mismo lugar, en aquel manantial, humedeciéndose. Se deslizó sobre la banca, lo que sacó mi mano de sus pantalones.
- ¿Cómo te atreves?-dijo-. Estás tomado y te aprovechas de mí.
Se dio media vuelta y subió corriendo por las escaleras. Eso me dio una mejor vista (Repito: me encantaba ver cómo se marchaba). La hermosura del triángulo seguía observándome.
Saqué mi cerveza de su escondite y seguí bebiendo.
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