Permanencia y actualidad del pensamiento
marxista en la historiografía.
José Roberto Conde Morales.
Marx se sitúa en la
historia con el sólido
Aplomo de un
gigante: no es un místico
Ni un metafísico
positivista:
Es un historiador,
un intérprete de los documentos
Del pasado, pero de
todos los documentos,
No sólo de una parte
de ellos.
(Antonio Gramsci)
Si fuera el marxismo no más que un pensamiento
del siglo XIX, no más que la obra e ideas de un pensador muerto hace ya más de
130 años, no habría tanta resistencia en el mundo por parte de los ideólogos
del capitalismo actual a los conceptos que dicho pensamiento propone. Tan
actual como este capitalismo es el pensamiento de este filósofo, economista,
sociólogo e intelectual que legó a la humanidad las bases de una construcción
de mundo originadas a través del estudio del pasado y el presente.
La reticencia a dicho pensamiento por aquellos que defienden el modo de ser del
mundo moderno esconde en su interior un temor.
Es el
siglo XIX la época de las grandes revoluciones,
la era del capital como la identificó Eric Hobsbawm. Grandes adelantos
tecnológicos y científicos se mezclan en la escritura que sobre este siglo se
ha hecho. Pero de igual forma, es la época de los movimientos sociales más
sobresalientes en Europa y es el momento en el que el capitalismo aparece con
su fuerza creadora de modernidad. Nuevos
actores sociales saltan a la vista desde la génesis de este periodo; se le ve
como una era en la que la burguesía se encuentra ya consolidada. Al mismo
tiempo también se hace notar la figura de un actor de relevancia en la
historia: el capitalista. Sin embargo, el siglo XIX se caracteriza por la
presencia de una nueva clase, la más revolucionaria de la historia, la clase
obrera.
La aparición de esta clase es una de las
condiciones para que naciera una nueva forma de concebir a la historia de la
sociedad. Me refiero al materialismo histórico. Es precisamente sobre este
modelo y sobre la influencia que Marx ha tenido en la historia que se basa este
ensayo. La aportación de este pensador
a las ciencias sociales es de relevancia ya que gracias a sus conceptos y
modelos devino una nueva concepción metodológica en el campo del estudio de las
relaciones humanas. Siguiendo a Eric Hobsbawm se tratará de definir cuáles
fueron las aportaciones de Marx a los historiadores para saber, como este autor
titula uno de sus ensayos, qué le deben
los historiadores a Karl Marx. También se usaran a autores como Carlos Antonio
Aguirre y Adolfo Sánchez Vázquez para esclarecer cuál es la importancia y
actualidad de Marx en nuestra disciplina. Veamos lo que Hobsbawm nos menciona.
Durante el siglo XIX los grandes logros
intelectuales al parecer no se dieron en la disciplina de la historia. Estos
fueron canalizados en otras áreas del saber como fue el caso de la filosofía,
la antropología y de la sociología en especial.
Fue el momento en el que la historia Rankeana estuvo en apogeo, con su
premisa de objetividad y con la idea fundamental de conocer la historia tal y
como fue. Esta pretendida objetividad
científica ocultaba una intención de
fondo que iba más allá de presentar a la historia como una más de las ciencias
comparables a las ciencias naturales. Su función real, como lo dice Josep
Fontana, era la de “servir, por un lado, para la educación de las clases
dominantes y, por otro, para la producción de una visión de la historia
nacional que se pudiera difundir al conjunto de la población a través de la
escuela.”[1]A
pesar del cientificismo con el que la historia quería ser asociada, puede
apreciarse que su función no se alejaba tanto de la vieja postura de la
historia como maestra de vida. Seguía siendo la historia de los grandes
hombres, de la política, de las batallas, que serviría de ejemplo a las clases
que contaran con las condiciones favorables de recibir instrucción para
construir normas ético-morales. A esto se le sumaba en ese momento la utilidad
de ser instrumento de legitimación y dominio por parte de los nacientes Estados
nación.
Sin embargo, Hobsbawm apunta a que si bien la
historia daba un paso atrás en cuanto a lo que debería de ser su función real
dentro de la sociedad, esto es, el conocimiento de las relaciones sociales
dentro del marco de lo humano, tenía algunos puntos favorables como fue la
implementación de nuevas técnicas de investigación. La historia académica de
este periodo hizo bien en dejar atrás ciertas generalizaciones apoyadas de
forma insuficiente en hechos o respaldadas en hechos poco fidedignos. “En
cambio, concentró todos sus esfuerzos en la tarea de determinar los <<hechos>> y de esta manera
aportó poco a la historia, excepto una serie de criterios empíricos para
valorar ciertas clases de documentos (por ejemplo, registros manuscritos de
acontecimientos en los que intervino la decisión consciente de individuos
influyentes) y las técnicas auxiliares necesarias para este fin.”[2] Podemos ver que
metodológicamente esta historia sí aportaba algo nuevo en cuanto al trato de
las fuentes; pero a la vez, basaba sus investigaciones tan sólo en la
disponibilidad de los documentos con los que se contaba. Por ese lado se
encontró limitada en su campo de estudio ya que era hasta cierto punto
imposible realizar una investigación si para ella no se contaba con el
suficiente material disponible. La historia en ese momento tan sólo se
encontraba en las fuentes, en la impronta que el pasado dejaba como huellas
materiales.
A pesar de esto, no sólo las fuentes
determinaban lo que el investigador estudiaba. Dentro de la historia académica
existió la tendencia hacia la discriminación de ciertos temas que podían ser
vistos como poco merecedores de tiempo de estudio. No se concentraban en la
<<historia de los acontecimientos>> y metodológicamente se
inclinaban hacía la utilización de la cronología para dar soporte y
coherencia sus narraciones. Los temas en los que no existía lo que puede
llamarse una perspectiva histórica basada en la génesis y finitud de un proceso
dentro de la historia eran poco abordados. Nos dice Hobsbawm que aunque los
temas no se limitaban a la historia de la política, de la guerra y la
diplomacia, sí se veía en estas historias el conjunto central de los
acontecimientos a los que el historiador debía de prestar mayor atención. A
esto el autor lo llama la “Historia en singular.”[3] Ya de estos temas, siendo
tratados con erudición y con una metodología proveniente de otras áreas, podían
desprenderse para formar otro tipo de historias a las que simplemente se les
calificaba: historia económica, historia
eclesiástica, historia cultural, historia del arte etc. Este tipo de historias eran tratadas al
margen de una historia general y, por lo mismo, su relación con ella no parecía
la apropiada con el cuerpo central.
Tratándose del siglo XIX no puede dejarse de
lado la increíble influencia que el positivismo tenía en los historiadores y en
los científicos sociales en general.
Hobsbawm habla en su ensayo ¿Qué deben los historiadores a Karl Marx?
de la existencia de una “inocencia” por parte de los historiadores. Indica que
es muy probable que estos no se dieran cuenta de que su positivismo, que se
trataba de hombres que así como aceptaban que ciertos temas eran relevantes,
como la política, lo militar y la diplomacia; y que veían como zonas de estudio
tan sólo a la Europa occidental y centra, de igual forma aceptaban ideas del
positivismo de manera poco crítica como: las ideas del “pensamiento científico
popularizado, por ejemplo, que las hipótesis surgen automáticamente del estudio
de los <<hechos>>, que la explicación consiste en un conjunto de
cadenas de causa y efecto, o los conceptos del determinismo, la evolución y así
sucesivamente. Daban por sentado que, del mismo modo que la erudición
científica podía determinar el texto y la sucesión definitivos de los
documentos que publicaban en complejas e inapreciables series de volúmenes,
también determinaría la verdad definitiva de la historia.”[4]
Tomando en cuenta la situación de la historia
en ese momento la idea del autor es la de buscar qué otras formas más fructíferas salieron a
relucir en cuanto a la exploración del pasado.
Incluso en aquella en la que los conceptos de las ciencias humanas se
encontraban en plena formación y realización, la historia, como lo dice
Hobsbawm, se encontraba atrasadísima, e incluso, el autor nos menciona, que
esto podría ser casi de forma deliberada. Las aportaciones que la historia daba
a la comprensión de las relaciones humanas, las pasadas como las presentes,
carecían de significancia o incluso tan sólo eran accidentales. Por esto mismo,
tenían que darse otro tipo de soluciones en cuanto al estudio del pasado;
soluciones que dejaran tras de sí las viejas normas académicas de la época.
Hobsbawm encuentra nuevos aires que venían a revivir la forma del estudio del
pasado en el pensamiento de Karl Marx.
Más o menos cien años después de la partida de
Ranke ya eran visibles ciertas posiciones en la historia que eran contrarias a
la concepción de éste alemán. Eric Hobsbawm cita a Arnaldo Momigliano para
resumir algunas de las transiciones que la disciplina ha sufrido. Para la
década de los años cincuenta el estudio de la historia se inclinaba hacia los
siguientes tendencias:
1) L a historia política y religiosa había
decaído de forma acusada, a las vez que las <<historias nacionales
parecen anticuadas>>. A cambio de ello se había producido una notable
inclinación a la historia socioeconómica.
2) Ya n era habitual, o, mejor dicho, fácil,
utilizar <<ideas>>como explicación de la historia.
3) Las explicaciones predominantes se daban ahora
<<en términos de fuerzas sociales>> aunque esto planteaba de
forma más aguda que en tiempos de Ranke
el asunto de la relación entre la explicación de acontecimientos históricos y
la explicación de acciones individuales.
4) Ahora (1954) resultaba difícil hablar de
progreso o siquiera de evolución con sentido de los acontecimientos en cierta
dirección.[5]
Estos cambios provenían ya de una fuerte
tradición materialista dada desde mediados del siglo XIX. Durante todo este siglo se vivió una
confrontación entre científicos de tendencias progresistas y otros de posición conservadora.
Los primeros trataron de enfocar las investigaciones desde un marco
materialista, mientras que los segundos seguían aferrados al idealismo. Una preponderancia de la posición progresista
es la que inclinó la balanza hacia los estudios económicos sociales. Las
historias de tono idealista, como la política, empezaron a ya no tener la misma
fuerza ni a llamar tanto la atención de los estudiosos. Lo que importaba a la
historia a mediados del siglo XIX era el <<problema social>> y este
dominó la historiografía del momento. De
forma alegórica, Hobsbawm compara este paso de una postura a otra con una
batalla:
“Obviamente, tomar las fortalezas de las
facultades universitarias y escuelas de archivos requirió bastante más tiempo
del que supusieron los enciclopedistas entusiásticos. En 1914 las fuerzas
atacantes habían ocupado poco más que los puestos periféricos de la
<<historia económica>> y la sociología de orientación histórica y
los defensores no tuvieron que emprender
una retirada total –aunque de modo alguno fueron derrotados- hasta después
de la segunda guerra mundial. No obstante, el carácter y el triunfo generales
del movimiento contrario a Ranke no se ponen en duda.”[6]
Era este un momento transcendental en la
historia debido a su importancia conceptual metodológica. En el modo del estudio
de la historia desde la corriente idealista,
la importancia del individuo y de sus creaciones mentales seguía
teniendo determinando a los procesos mismos. Desde el materialismo, esto venía
a subvertirse, los procesos tenían su coherencia desde las relaciones sociales,
y en especial, desde la concepción de Marx, desde las relaciones de producción
existentes en la sociedad.
Esto último lleva a la cuestión central del
tema. Si la historia se encontraba en una situación de atraso, incluso con
respectos a esos criterios nacientes de las ciencias del siglo XIX, y no
existía un tipo de relevancia en sus estudios que fuera sustento de un
conocimiento apropiado de la sociedad, qué lleva a que en el transcurso del
siglo XIX al XX la historia empiece a tener una mayor participación en el
estudio y conocimiento de las relaciones humanas. Eric Hobsbawm se hace dos
preguntas: ¿Hasta qué punto esta nueva orientación se ha debido a la influencia
marxista? Y ¿De qué manera la influencia marxista sigue contribuyendo a ella?
El autor contesta que no cabe duda de que el
marxismo tuvo una temprana influencia en la historia. Sin embargo, no puede
dejar de lado la existencia de la otra corriente fuerte de la época: el
positivismo. Este apuntó de igual forma a una reconstrucción de la historia. Su
aporte fue el de introducir conceptos, métodos y modelos de la ciencias
naturales en la investigación social y
el de aplicar a la historia los descubrimientos de las ciencias naturales que
parecían adecuados. Se trataba de usar
un tipo de analogía entre los descubrimientos dados en áreas como la geología o
la biología, como es el caso del evolucionismo de Darwin, y la historia. Se trató de ver en la teoría
de la evolución un modelo de cambio histórico, esto influenciado a partir de
1859 con el Darvinismo. Pero al final, ver a la historia desde esta teoría
resultaba limitado ya que se convertía en un modelo muy esquemático e
insuficiente. Sin dejar de lado la
importancia de esta escuela positivistas, puede apreciarse una cierta debilidad
en su manera de tratar a las ciencias sociales. Hobsbawm explica cuál fue su
punto débil:
“La debilidad del positivismo (o del
Positivismo) fue que, a pesar de que Comte estaba convencido de que la
sociología era la más elevada de las ciencias, tenía poco que decir acerca de
los fenómenos que caracterizan a la sociedad humana, a diferencia de los que
podían derivarse directamente de la influencia de factores no sociales o tener
por modelo a las ciencias naturales. Las opiniones que tenía sobre el carácter
humano de la historia eran especulativas, cuando no metafísicas.”[7]
Así pues, el ímpetu principal para la
transformación de la historia provino de las ciencias sociales con inclinación
histórica como la economía. Y sin lugar a dudas, bastante tuvo que ver la
influencia de Marx. Fue tanta la
admiración y el reconocimiento por este autor que a menudo se le atribuyeron
logros que el mismo Marx no veía como concepciones propias:
“El materialismo histórico se calificaba
habitualmente – a veces por parte de los mismos marxistas- de
<<determinismo económico>>. Aparte de negar esta expresión, es
seguro que Marx también hubiera negado que él fuese el primero en recalcar la
importancia de la base económica del desarrollo histórico, o en escribir la
historia de la humanidad como la de una sucesión de sistemas socioeconómicos.
Desde luego, negó la originalidad al introducir el concepto de clase y de lucha
de clases en la historia, pero fue en vano.”[8]
Dentro del marxismo Hobsbawm identifica dos
clases de posiciones con respecto a los conceptos que se utilizan para la
explicación de la historia: una es la del marxismo vulgar en la que las ideas
son sencillas y no son necesariamente propias de Marx; y la otra, la del marxismo propiamente dicho
como aquel que surge del pensamiento maduro de Marx. A continuación se
enumerarán las ideas del marxismo vulgar:
1) La <<interpretación económica de la
historia>>, esto es, la creencia de que <<el factor económico es el
factor fundamental del cual dependen los demás>> (según dice R.
Stammler): y, de modo más específico, del cual dependían fenómenos que hasta
ahora no se consideraban muy relacionados con asuntos económicos.
2) El modelo de <<base y
superestructura>> (que se usa de la forma más generalizada para explicar
la historia de las ideas). A pesar de las advertencias de los propios Marx Y
Engels y de las sutiles observaciones de algunos de los primeros marxistas, por
ejemplo Labriola, este modelo solía interpretarse como una simple relación de
dominio y dependencia entre la <<base económica>> y la
<<superestructura>>, mediada a lo sumo por
3) <<El interés de clase y la lucha de
clases>> Uno tiene la impresión de que varios historiadores marxistas
vulgares no leyeron mucho más allá de la primera página del Manifiesto comunista, y la frase de que
<<la historia (escrita) de todas las sociedades que han existido hasta
ahora es la historia de la lucha de clases>>.
4) <<Las leyes históricas y la
inevitabilidad histórica.>> Se creía, acertadamente, que Marx insistía en
una evolución sistemática y necesaria de la sociedad humana en la historia, de
la cual se excluía en gran parte lo contingente, en todo caso en el nivel de la
generalización sobre los movimientos a largo plazo. De ahí la constante
preocupación de los primeros escritores sobre historia marxistan por problemas
como el papel del individuo o de la casualidad en la historia. Por otro lado,
esto podía interpretarse –y así se hacía
en parte- como una regularidad rígida e
impuesta, por ejemplo en la sucesión de formaciones socioeconómicas, o incluso
un determinismo mecánico que a veces se acercaba a sugerir que no había ninguna
alternativa en la historia.
5) Temas específicos de la investigación
histórica que se derivaban de los intereses del propio Marx: por ejemplo, el
interés por la historia del desarrollo capitalista y la industrialización,
pero, a veces, de comentarios más o menos fortuitos.
6) Temas específicos de la investigación que se
derivaban no tanto de Marx como del interés de los movimientos asociados con su
teoría: por ejemplo, el interés por la agitación de las clases oprimidas
(campesinos, obreros), o por las revoluciones.
7) Varias observaciones sobre la naturaleza y los
límites de la historiografía, que se derivaban principalmente del número 2 y
servían para explicar los motivos y los métodos de los historiadores que
afirmaban no ser nada más que buscadores de la verdad y se enorgullecían de
determinar sencillamente wie es
eigentlich gewesen.[9]
Como puede apreciarse, la integración de estos
elementos a la investigación histórica vino a provocar una reconstrucción de la
misma. El hacer una interpretación económica de la historia provocaba un
movimiento contrario la tendencia de hacer investigaciones en las que el factor
político y la acción de las ideas de los hombres daban forma a toda una
realidad histórica; lo económico se establecía como centro del cual salían
todas las demás manifestaciones de la relación entre los humanos en la
sociedad. El modelo de base y
superestructura servía para explicar la relación entre los modos de producción
existentes hasta el momento y la forma en la que la sociedad reaccionó ante
ellos a través de la implementación
de un cierto orden coherente y
proveniente del mismo modo de producción.
Conceptos como la lucha de clases
ayudaban a explicar la existencia de tensiones dentro de la relación de las
fuerzas de producción y las relaciones de producción existentes en los modos
(esclavismo, feudalismo, capitalismo).
En cuanto a la inevitabilidad histórica, se creía que desde la teoría de
Marx era apreciable la idea de que todo fluye en la historia de una manera
lógica; las contradicciones existentes en los modos de producción por sí mismas
venían a revolucionar el orden y a crear uno nuevo, la historia tenía un fin
determinado. Estás ideas fueron aplicadas al conocimiento histórico y fueron
vistas como influencia directa de Marx, pero, como ya se ha comentado arriba,
no necesariamente eran originales del pensamiento de este autor. Cabe recordar
que la idea de la interpretación económica de la historia tiene raíces muy
antiguas que se remontan hasta pensadores como Aristóteles. Él fue el primero en darse cuenta de la
existencia del vínculo entre lo que los hombres producían y la forma de
funcionar de la sociedad.
A pesar de esto, Hobsbawm no deja pasar de
largo un punto importante de estas ideas con relación a la historia:
“Esta selección de elementos del marxismo o
asociados con él no fue arbitraria. Los elementos 1-4 y 7 del breve resumen del
marxismo vulgar que acabamos de hacer representaban cargas concentradas de
explosivo intelectual creadas para volar partes importantísimas delas
fortificaciones de la historia tradicional, y, como tales, eran inmensamente
potentes; tal vez más potentes de lo que hubieran sido versiones menos
simplificadas del materialismo histórico y, desde luego, suficientemente
potentes en su capacidad de dejar entrar
la luz en lugares hasta ahora oscuros, para tener a los historiadores
satisfechos durante mucho tiempo.”[10]
La tendencia del marxismo es la de transformar
a la historia en una ciencia social. Y se ve como principal aportación la
crítica que hace al positivismo, el cual buscaba un vínculo entro lo social y
lo natural, entre lo humano y lo no humano. [11] Hobsbawm explica este punto de la siguiente manera:
“Esto entraña el reconocimiento de las
sociedades como sistemas de relaciones entre seres humanos, de las cuales las
que se establecen para fines de producción y reproducción son principales para
Marx. También entraña el análisis de la estructura y el funcionamiento de estos
sistemas como entes que se mantienen, tanto en sus relaciones con el entorno
exterior –no humano y humano- como en sus relaciones internas. El marxismo está
muy lejos de ser la única teoría estructural-funcionalista de la
sociedad,(…)pero difiere de la mayoría de las demás en dos cosas. Insiste, en
primer lugar, en una jerarquía de fenómenos sociales (como, por ejemplo, la
<<base>> y la <<superestructura>>), y, en segundo
lugar, en que en toda la sociedad existen tensiones internas (<<contradicciones>>)
que contrarrestan la tendencia del sistema a mantenerse como empresa en
marcha.”[12]
Son estas particularidades del marxismo las
que en la historia sirven para explicar la evolución social; el cómo y por qué
de los cambios y transformaciones de la
sociedad. Hobsbawm menciona que la
inmensa fuerza de Marx radica en la existencia de la insistencia de por parte
del autor en una estructura social y en la historicidad de la misma. Esto es, a
grandes rasgos, su dinámica interna de cambio. Esto es importante debido a la
tendencia en la actualidad de aceptar la existencia de sistemas sociales sin tomar en cuenta su historicidad. Sin
tomar en cuenta que tales sistemas no son resultado de una generación
espontánea, sino de un proceso histórico que involucra necesariamente al
cambio.
En cuanto a este punto, sobre los estudios
antihistóricos, el marxismo entraña dos críticas importantes a estas teorías
que predominan en las ciencias sociales.
La primera va contra la forma mecanicista y la segunda contra las
teorías estructurales-funcionales.
Parafraseando a Hobsbawm, podemos ver que la
primera crítica va contra el mecanismo. Esta teoría últimamente ha influenciado a gran parte de
los estudios sociales, especialmente en los Estados Unidos, y recibe su
fuerza de la fecundidad de depurados
modelos mecánicos provenientes de la actual fase de desarrollo científico y de
la búsqueda de métodos para alcanzar el cambio en la sociedad por otros medios
que no sean necesariamente una revolución social. Debido a la cantidad de
dinero y a las tecnologías que los países avanzados llegan a invertir en el
campo social, este tipo de <<ingeniería social>> llega a ser muy
llamativa; se le llega a ver como teorías que en esencia son ejercicios para la
<<resolución de problemas>>. Estos modelos son rudimentarios y
primitivos incluso comparados con los aplicados en las ciencias sociales
durante el siglo XIX. De esta manera, muchos científicos sociales, ya sea de
modo consciente o de facto, reducen todo el proceso de la historia al cambio
social de la sociedad tradicional a la moderna o industrial. Esta sociedad
moderna se traduce en los términos de los países industriales avanzados,
incluso en lo que se refiere al caso de los Estados Unidos a mediados del siglo
XIX, y la tradicional a los países que carecen de modernidad. Lo que hacen los
científicos sociales en la práctica es que, de este paso único, se sacan
subdivisiones más pequeñas insertas en el cambio de sociedad. Lo que este modelo hace es simplificar los
mecanismos de cambio histórico incluso para tratar este breve periodo de tiempo.
La segunda crítica se enfoca a las teorías
estructurales-funcionales, que, inmensamente más depuradas que la mecánica, en
algunos aspectos resultan más estériles debido a que llegan a negar la
historicidad totalmente o a convertirla en otra cosa. Estos puntos de vista son
de importancia ya que incluso llegan a liberal al marxismo de ataduras propias
del siglo XIX como son los conceptos de evolución y de progreso. Pero la
pregunta es por qué debería de seguirse esta tendencia liberadora. El propio
Marx fue visto como el descubridor de la ley de la evolución social. El propio
Marx no hubiera deseado que su teoría fuera desarticulada de estos conceptos.
Esto Hobsbawm lo explica de la siguiente
forma:
“La cuestión fundamental en historia entraña
el descubrimiento de un mecanismo tanto para la diferenciación de varios grupos
sociales humanos como para la transformación de un tipo de sociedad en otro, o
la falta de tal descubrimiento. En ciertas cosas que los marxistas y el sentido
común consideran cruciales, como, por ejemplo, el control que el hombre ejerce
sobre la naturaleza, entraña, desde luego, cambio o progreso unidireccional, al
menos durante un periodo suficientemente largo.
Mientras que no supongamos que los mecanismos de tal evolución social
son los mismos que los de la evolución biológica, o semejantes a ellos, parece
que no hay ninguna buena razón para abstenerse de utilizar la palabra
<<evolución>> para referirnos a ello.”[13]
Las teorías estructurales-funcionales se
encuentran en desacuerdo con el marxismo en dos puntos. El primero incumbe al
juicio de valor sobre diferentes tipos de sociedades; a la posibilidad de
clasificarlas en cualquier tipo de orden jerárquico, y acerca de los mecanismos
de cambio. Los estructuralistas no aceptan, por razones válidas, la idea de
clasificar a las sociedades en superiores e inferiores; esto debido a que en la
sociedad no debería de ser descrita desde la postura en la que existen unos
civilizados que estén por encima y gobiernen a los bárbaros desde una idea de
superioridad fundamentada en la evolución social. Desde un punto de vista
funcional, para éste tipo de científico, no existe una jerarquía como tal en
las sociedades, debido a que cada una de ellas cuenta con la capacidad de
satisfacer sus necesidades y tienen sus propias formas de organización que
funcionan de manera correcta dentro de ellas.”Los esquimales resuelven los
problemas de su existencia como grupo social tan bien a su manera como los
habitantes blancos de Alaska, y algunos estarían tentados a decir que mejor. En
ciertas circunstancias y según ciertos supuestos, el pensamiento mágico puede
ser tan lógico a su modo como el pensamiento científico e igualmente apropiado
para su fin. Y así sucesivamente.”[14]
A pesar de la valides de dichas observaciones,
éstas teorías se ven limitadas en cuanto no pueden aportar al historiador, o a
otros científicos sociales, una manera de explicar el contenido específico de
un sistema; lo que hacen es dar a conocer la estructura general del sistema.
Todas las sociedades para existir deben de ser capaces de administrarse de
manera adecuada, de lo contrario desaparecerían; al existir sociedades, se
aprecia claramente que han logrado este último cometido. Lo que el marxismo
critica en cuanto al estudio de las sociedades desde el análisis de sus comportamientos
es que al compararlas tan sólo desde sus relaciones internas entre los miembros
se están comparando cosas iguales. La diferencia viene cuando se compara la
forma en que dichas sociedades se relacionan con la naturaleza exterior; es su
capacidad de controlar y transformar la naturaleza, es ahí cuando surgen las
diferencias. De este modo, es inevitable que surjan las clasificaciones y los
niveles si se estudian en cuanto a los rasgos distintivos de evolución social
de cada una de las sociedades. Esto claro no justifica el control de una sobre
otra, pero sí lo explica.
La segunda discrepancia encierra un punto
fundamental. La mayoría de las teorías estructuralistas- funcionales son
sincrónicas, y, por lo mismo, resultan inclinarse hacia lo estático en la
sociedad. El elemento dinámico que llegue a explicar el cambio ya depende de
cada pensador. Es común entre estos pensadores la idea de que un mismo análisis
no llegue a explique el cambio y la función de la sociedad.” El camino más
sencillo para el estructuralista consiste en omitir el cambio y dejar que de la
historia se ocupe otro, o incluso, como alguno de los anteriores antropólogos
sociales británicos, negar virtualmente su pertinencia. Sin embargo, dado que
existe, el estructuralismo debe encontrar maneras de explicarlo.”[15]
Hobsbawm dice que estás maneras del estructuralismo bien
deberían de acercarlo más al marxismo o, de plano, dejar el cambio evolutivo.
Ve en la teoría de Lévi Strauss una tendencia más hacia la segunda
postura.”Aquí el cambio histórico se convierte sencillamente en la permutación
y combinación de ciertos <<elementos>> (…) de los cuales cabe
esperar que, en un plazo suficientemente largo, se combinen para formar pautas
diferentes y, si son suficientemente limitados, agotar las posibles
combinaciones. La historia es, por así decirlo, el proceso de agotar todas las
variantes en la etapa final de una partida de ajedrez. Pero ¿en qué orden? En
este caso la teoría no nos proporciona ninguna orientación.”[16]
Sin embargo, el marxismo sí trata de dar
respuesta al problema de la evolución social. Y es esto lo que diferencia a
Marx de otros estructuralistas-funcionales. En el pensamiento de Marx deben de
tomarse en canta dos peculiaridades de su teoría: el modelo de los niveles, en
el que resalta el de las relaciones de producción como principal, y la
peculiaridad de la existencia de contradicciones internas dentro de los
sistemas, en el cual el conflicto de clases es tan sólo un caso especial.
La jerarquía de niveles explica por qué la
historia tiene una dirección. La progresiva emancipación del hombre con
respecto a la naturaleza, el control y transformación de la misma, es lo que ha
dado el carácter de orientada e irreversible a la historia en su conjunto. El
proceso y progreso del control por parte del ser humano de la naturaleza no
sólo entrañan cambios en las fuerzas de producción, sino que también en las
relaciones sociales de producción. Estos
cambios se dan a la par, son inseparables; es de esta unión que se crea
cierto orden el a sucesión de sistemas socioeconómicos. Porque si algo tiene
como característico el pensamiento histórico de Marx es el no ser ni
propiamente sociológico ni solamente económico, sino ambas cosas a la vez. En
esta orientación de la evolución histórica es donde se dan las contradicciones
al interior de los sistemas socioeconómicos que proporcionan los mecanismos de
cambio que se convierten en evolución. Hobsbawm señala la importancia de tales
contradicciones:
“Lo importante de tales contradicciones
internas es que no pueden definirse
sencillamente como <<disfunciones>> excepto basándose en el
supuesto de que la estabilidad y la permanencia son la norma y el cambio es la
excepción; o incluso en el supuesto más ingenuo, frecuente en las ciencias sociales
vulgares, de que un sistema específico es le modelo al que aspira todo cambio.
Se trata más bien de que, como ahora reconocen los antropólogos sociales
de forma mucho más generalizada que
antes, un modelo estructural que prevea sólo el mantenimiento de un sistema es
insuficiente. Es la existencia simultánea de elementos estabilizadores y
perturbadores lo que debe reflejar tal modelo. Y es en esto en lo que se ha
basado el modelo marxista, aunque no las versiones marxistas vulgares del
mismo.”[17]
Como conclusión de lo escrito por Hobsbawm
podemos asegurar que la influencia de las ideas y concepciones históricas de
Marx entre los historiadores no se pone en duda. Tal fue la fuerza de su
pensamiento, y lo sigue siendo, que ayudó a la transformación de la historia de
manera determinante. Si la historia en el siglo XIX se veía como atrasada e
incapaz de proporcionar explicaciones de la sociedad que promovieran una visión
más amplia del pasado humano, con el marxismo se descubrió toda una dinámica
dentro de los procesos históricos que ya no se encontraban necesariamente
conectados con la influencia de los individuos y sus ideas, sino a fuerzas que
estaban más allá del hombre como ser capaz de crear historia. Lo social y
económico tomó su papel relevante en los procesos históricos. Las fuerzas
productivas y la relación de producción existente vinieron a dar nuevos aires a
una historia que había caído en la mediocridad.
Cómo se aterriza el pensamiento marxista en la
construcción de una historia diferente, sin remanentes de la historia
positivista, ya decimonónica en realidad; una historia en la que el ser humano,
o, mejor dicho, la sociedad actual se reconozca de una manera autónoma, ya sin
todas esas máscaras con las que se le trata de disfrazar para la legitimización
de un sistema o de una ideología dominante; una historia que parta de la
crítica real: historia no sólo de los ganadores y de su proyecto civilizatorio,
sino también, siguiendo a Benjamin, una historia de todos aquellos proyectos
que fueron vencidos, más no eliminados. Ésta es la cuestión que debe ser
abordada.
Es indudable que, a pesar de la reticencia
existente en la actualidad en cuanto a la vigencia del pensamiento de Marx, las
ciencias sociales en general, y la historia en particular, aún ven como horizonte
intelectual la creación de este pensador. No existe pensamiento en la
actualidad dentro del estudio social que no se apoye en Marx, ya sea como
trabajo intelectual con influencia marxista o pensamiento científico social
crítico de las ideas planteadas por él. Incluso en las ideas del pensamiento de
derecha existen críticas o pseudocríticas basadas en una mala lectura que
intentan deslegitimar el trabajo de Marx; esto, claro está, con toda falta de
inocencia y con una meta particular de una clase.
Tomando en cuenta la pregunta arriba
mencionada cabe referirnos a la importancia vigente de este pensamiento. Si
Marx veía a la historia como la ciencia más importante, única ciencia de lo social humano en el tiempo, debemos tomar como
punto de partita cuáles son las lecciones de este pensador; qué clase de
herramientas conceptuales nos aporta su obra para la construcción de una
historia crítica.
Ya hemos examinado con la ayuda de Hobsbawm la
forma en la que el marxismo llegó a mediados del siglo XIX a revolucionar a la ciencia histórica con la
introducción de los estudios con carácter social en detrimento de la historia
positivista con aires de cientificismo no del todo acorde al estudio de lo
referente a lo humano. Lo que comienza de forma aislada y tímida a mediados del
siglo antepasado, irá tomando fuerza a lo largo del siglo XX corto con la
división del mundo en los dos grandes bloques económicos e ideológicos.[18] De
igual forma, van reafirmándose al mismo tiempo las posturas contrarias a lo que
se conoce con el nombre de Materialismo histórico e incluso, como ocurre en el
periodo conocido como crisis de la historia, a la historia en general. Ya esto
será abordado en siguientes capítulos.
Para abordar las lecciones que el pensamiento
de Marx puede dar a la historia es necesario el deshacernos de las ideas
provenientes de las lecturas mal interpretadas de la obra de nuestro autor. Lo
que se conoce como Marxismo vulgar es sin lugar a dudas uno de los puntos
débiles en el utillaje mental de los historiadores dogmáticamente marxistas.
Para contrarrestar tal tendencia es importante el encontrar y analizar los
conceptos provenientes del marxismo profundo, aquel que emana del pensamiento
maduro de Marx. Carlos Antonio Aguirre Rojas, en su libro Retratos para la historia[19],
enumera cuáles son las lecciones que nuestro autor nos da para la elaboración
de una historia crítica que refleje la realidad de lo social.
Comienza planteando el pensamiento marxista
como horizonte intelectual de las ciencias sociales en general. La manera en la
que dicho horizonte sirve de guía a la investigación histórica toma forma en
siete conceptos que se encuentran de manera intrínseca en la obra de Marx; y
que se ubican fuera de lo que Carlos Antonio Aguirre ve como una crisis del
episteme parcelado en el que se encuentra la historia, entendida esta crisis
como la imposibilidad de encontrar en la historia una totalidad.
La primera lección del pensamiento de Marx se refiere al estatuto mismo de la historia.
El trabajo del historiador, así como sus resultados, se encuentran encaminados
hacia la consolidación de una ciencia de la historia. Pero no en el sentido
dado anteriormente en el que la historia se acercara por semejanza a las
ciencias naturales. La historia debe de englobar en su discurso a todas las
actividades, aspectos y relaciones sociales que son estudiados en ese
territorio de las llamadas ciencias sociales y que indudablemente se encuentran
ya sea en el presente o pasado de los hombres. “Ciencia de la historia que
entonces, y concebida en esta vasta dimensión, es para Marx una historia
necesariamente global, una historia
que posee la amplitud misma de lo social- humano en el tiempo, considerado en
todas sus expresiones y manifestaciones posibles.”[20]
Si la historia no es entendida de dicha forma global se cae en la parcelación
ya mencionada, esto es, en la pretensión de una historia ensimismada, carente
de vínculos conceptuales y metodológicos con otras ramas de la investigación
social. Esto deja al historiador como mero anticuario, recolector y
coleccionador de datos y hechos aislados.
La mera descripción y narración de un
acontecimiento, sin importar qué tan bien documentadas se encuentren, no
alcanzan el estatuto de ciencia. Se queda en la estratósfera de la erudición y
la clasificación; en el mero conocimiento de datos y fechas carentes de sentido
en una investigación que pretende ser científica. En cambio la ciencia engloba
otros sentidos. Aguirre Rojas los esclarece de esta manera:
“la idea de ciencia conlleva necesariamente la
de existencia de todo un aparato categorial y conceptual específico, organizado
de una determinada manera, a través de modelos y teorías de orden general, y
que busca y recolecta dichos hechos y acontecimientos históricos, para
ensamblarlos e insertarlos dentro de explicaciones científicas comprehensivas,
y dentro de modelos de distinto orden de generalidad, que definen tendencias de
comportamiento de los procesos sociales, y regularidades de las líneas
evolutivas de las sociedades, a la vez que dotan de sentido y de significación
a esos mismos sucesos y fenómenos históricos particulares.”[21]
Sin embargo, no debe de caerse en el mero
ejercicio de ensamblar a la realidad en la teoría o la explicación científica.
Debe de existir un juego mutuo en dicho proceso. En el proceso de investigación
no deben de existir formulas apriorísticas en las que el conocimiento se va
construyendo a partir del seguimiento de modelos invariables con los cuáles éste
mismo conocimiento sea insertado en las categorías aceptadas o establecida por
determinada teoría. Es el error en el que cae el marxismo vulgar, en el cual no
se acepta la subversión de sus conceptos. Un ejemplo de ello lo podemos
encontrar en la forma de ver la historia desde el determinismo económico o por
la mera lucha de clases; así como en la noción reaccionaria de seguir el modelo
de estructura y superestructura de forma dogmática. Pero esto será abordado en
los siguientes párrafos.
La misma historiografía, entendida como esa
especie de historia de la escritura de la historia, da el ejemplo básico de la
concepción científica de la historia. En ella se encuentran inmersos los
diferentes cambios que ha tenido el proceso de la construcción del conocimiento
del pasado: diferentes tradiciones intelectuales; paradigmas emblemáticos de
una época en cuanto a la escritura de lo ya acontecido; debates de orden
teórico en cuanto al pasado y su posibilidad epistemológica; los modelos
teóricos y metodológicos que han sido aplicados en el tiempo, etc. Demuestra
que el saber histórico no es un mero encierro archivístico, mero revoltijo de
papeles y polvo que mancha los dedos. La historia, por su misma historicidad,
se encuadra por sí misma en una tradición científica totalmente diferente y
auténtica, sin reminiscencias de la ciencia natural. “Porque nunca será dentro
de los archivos, en donde el historiador se pondrá al tanto de esas
tradiciones, debates y teorías que conforman el verdadero edificio de su
ciencia. (…)así el buen historiador sólo va al archivo después de que ha
asimilado lo que es y lo que debe de ser la historia, y luego de haber definido
con claridad una problemática historiográfica determinada, desde y con las
teorías, la metodología y los conceptos y categorías de su propio oficio.”[22]
Siguiendo a éste autor nos encontramos con
otros de los aportes que el marxismo dio a la historia. Como ya había sido
mencionado arriba, durante el siglo XIX comienza a existir en la historia un
interés por mencionar a todos aquellos grupos sociales que hasta esas fechas
habían sido excluidos de las narraciones del pasado. De la historia de los
personajes se pasa a la historia de los grupos sociales. Es ésta una de las
lecciones que para Aguirre forman parte sustancial del pensamiento marxiano: un
carácter profundamente social de la historia.
“Ya que es justamente a Marx, a quien debemos
la incorporación sistemática de las clases populares como verdaderos
protagonistas de la historia, al habernos ilustrado como han sido los esclavos
y las comunidades arcaicas, lo mismo que los siervos, los obreros, los
campesinos y los gropos sociales explotados y sometidos, los que en gran medida
“han hecho la historia”.”[23]
Es bien conocido el aporte que los llamados
modos de producción han venido a introducir en el estudio de la historia. En
cada uno de ellos la sociedad se ha gestado de forma original, la mayoría de
las veces de una manera demasiado diferente de la forma precedente. Marx y
Engels concibieron que ha cada modo o forma de producción en determinado
momento histórico correspondía una determinada manera o cuerpo de la sociedad;
en el meollo de esta sociedad se encontraba un lucha entre diferentes grupos
sociales, explotados y explotadores. Podemos encontrar en este concepto, el de
lucha de clases, la introducción del elemento social. Es una de las primeras
veces en que los grupos vienen a mostrarse en el análisis de la historia. Y no
sólo se trató de mencionarlos, de convocarlos al presente del siglo XIX- Estaba
claro que la historia no negaba la existencia de determinados grupos, lo que
negaba era la importancia de estos en el devenir de la vida humana en el
tiempo. Mencionar a un grupo en la narración de nuestra historia no explica
nada en absoluto, por otro lado, el análisis de la existencia de ese grupo, la
explicación de las condiciones de existencia, mejor dicho, de ese grupo y de su
antagonismo con el grupo de élite o dominante sí ayuda a una mejor comprensión
y conocimiento del historiador.
Lo social no sólo se refleja en el interés del
historiador a partir de su enunciación en las teorías y conceptos marxistas. La
sociedad comenzó a ser punto de partida en el estudio de otras disciplinas.
Carlos Antonio Aguirre menciona:
“Y es claro que no hay historia científica o
crítica posible, pero tampoco una sociología o economía serias, ni una
antropología o psicología realmente científicas, que no tomen en cuenta, por
ejemplo, a las formas de la cultura popular, o a los grandes movimientos
sociales, a las expresiones de la lucha de clases o a los grandes intereses
económicos colectivos, lo mismo que a las grandes corrientes de las creencias
colectivas o a los diversos contextos y condicionamientos sociales generales de
cualquier proceso, fenómeno o hechos social e histórico analizado.”[24]
El carácter social que viene a introducir Marx
en la historia no niega la importancia o participación del individuo. Lo que
reafirma es que las elecciones, acciones, decisiones y formas de afrontar una
realidad por parte del ser humano están condicionadas también por las
condiciones sociales y materiales en el tiempo en el que dicho ser se
desenvuelve. Este último punto puede servir de enlace para una más de las
lecciones que Marx aporta a la construcción de una historia crítica.
La tercera lección podemos encontrarla en que
así como Marx introduce un carácter profundamente social en la historia, de la
misma forma introduce un carácter profundamente materialista en la misma. No
hablamos en este sentido en cuanto a que lo ideal es simple reflejo de lo
material. Va más allá. Lo que se afirma es que resulta imposible que lo ideal
se explique por sí mismo, por algo que no se encuentre vinculado con su
existencia material. Explicar a lo ideal como reflejo de lo material nos haría
caer en el marxismo vulgar. Sin embargo, el estudio de las formas culturales,
sociales, económicas, políticas etc, pueden ser estudiadas de mejor manera si
tomamos como punto de partida que corresponden a una manera de ser de lo
material. La producción material de la vida y la producción de las ideas que en
ella se desarrollan sirven de horizonte para el estudio de la historia. Aguirre
lo explica de la siguiente manera:
“Porque las ideas no flotan en el aire,
separadas de los hombres y de los grupos sociales que las producen, y los
productos de la cultura, de la conciencia o de la sensibilidad, sólo se hacen
vigentes en la medida en la que se encarnan y “materializan” en determinadas
prácticas, en instituciones, en comportamientos y en realidades totalmente
materiales. Lo que, sin embargo, no elimina el hecho de que el tipo de relación
específica y concreta que se establece, entre esa dimensión intelectual y sus
condiciones materiales de producción y efectivización, sea un problema abierto
y por establecer, y que puede abarcar desde la forma de la condensación o la
transposición sublimada que a veces se expresa en el arte, hasta la forma del
“reflejo invertido” que en ocasiones descubrimos en la religión, y pasando por
diversas y complejas variantes como la de la “traducción”, la negación, la
simbolización, la construcción de fetiches o las múltiples figuras de una
cierta reconstrucción diferente de ese mundo material en el nivel cultural.”[25]
Este es
una de las principales lecciones de Marx. Incluso en la historia de la cultura
podemos encontrar ejemplos en los que se reafirma la manera en que la realidad
material de la vida viene a darle forma
a los aspectos identitarios de la producción cultural. Tomemos como ejemplo el
libro de Robert Darnton, La gran matanza
de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa.[26]
En este trabajo el autor hace una historia de las mentalidades de la
Francia del siglo XVIII[27],
la intención del autor es el conocer, o por lo menos acercarse, al pensamiento
de los campesinos, de los obreros, de los burgueses, etc, que vivieron en el
antiguo régimen. La finalidad de dicha investigación es la de saber cómo la
gente común de aquella época entendía el mundo y sobre todo ¿qué hace la gente
para pensar? ”Donde el historiador de las ideas investiga la filiación del
pensamiento formal de los filósofos, el historiador etnográfico estudia la
manera como la gente común entiende el mundo. Intenta investigar su cosmología,
mostrar cómo la gente organiza su realidad en su mente y cómo la expresa en su
conducta.”[28]
Darnton en su primer capítulo analiza y
clasifica varios cuentos franceses de la época. Encuentra similitudes y hace
comparaciones con las versiones alemanas, italianas, inglesas e incluso chinas
(como en el caso de la cenicienta), con los cuales pretende construir una
visión del mundo mental de los grupos sociales bajos del antiguo régimen. Nos
menciona el autor que la importancia histórica de los cuentos no se encuentra
en su antigüedad, sino en su cambio. Los cuentos se vuelven históricos al
cambiar; y al presentarse este cambio, la imposibilidad o el reto para
entenderlos como fueron entendidos en su tiempo se hace presente. Cuando no
entendemos lo que leemos se abre una brecha en la que vislumbramos el
ocultamiento de algo. Cómo sacar a relieve lo que se encuentra escondido en
ellos para poder significarlos de mejor manera es uno de los ejercicios que se
lleva a cabo en dicho libro.
Las ideas que conforman a los cuentos
analizados por el autor estuvieron basadas en una realidad material de la
época. Aspectos como el hambre, la fortuna y la muerte son retomadas en los
cuentos que pasaban de generación en generación. No es coincidencia la
aparición de una madrastra malvada o de un hambre latente en los relatos de la
época. Esto debido a las tasas de mortalidad entre la población. Darnton no se
olvida de mencionarlas en su estudio. Las condiciones de la vida cotidiana en
aquella Francia eran plasmadas en la tradición oral de los grupos de
campesinos:
“La muerte era igual de inexorable para las
familias que se quedaban en sus villas y se mantenían sobre la línea de la
pobreza. (…) la vida era una despiadada lucha contra la muerte por doquier, en
los albores de la Francia moderna. (…). EL 45% de los franceses nacidos en el
siglo XVIII murieron antes de cumplir los diez años. Pocos sobrevivientes
llegaban a la edad adulta antes de que por lo menos muriera uno de sus padres.
Y muy pocos padres lograban vivir hasta el fin de sus años fértiles, porque la
muerte se los impedía. Los matrimonios, que terminaban por muerte y no por
divorcio, duraban quince años en promedio (…) un marido de cada cinco perdía a
su esposa y después se casaba de nuevo. Las madrastras proliferaban en todas
partes, más que los padrastros, ya que la tasa de segundas nupcias entre las
viudas era de una de cada diez. Quizá los hijastros no los trataban como a
Cenicienta, pero probablemente las relaciones entre los medios hermanos eran
difíciles. Un nuevo hijo a menudo significaba la diferencia entre ser pobre o
indigente. Aunque no fuera una carga excesiva para la alimentación de la
familia, podría ser causa de penuria en la próxima generación, al aumentar el
número de los herederos cuando la tierra de los padres se dividiera entre los
hijos.”[29]
Puede servirnos esto de ejemplo de cómo en la
investigación histórica el aspecto material de la misma ayuda de forma
transcendental al mejor análisis de un elemento cultural. Darnton dará otros
ejemplos a lo largo de la obra de dicha forma de hacer historia. Podemos
encontrar lo mismo en la forma en que analiza el evento, el testimonio escrito,
de la gran matanza de gatos; una broma que desde nuestro tiempo no es tal, pero
que en la época viene a ser comprendida por el autor como un acto simbólico de
rebeldía expresado desde las condiciones laborales de los aprendices de
impresores en la Francia del XVIII. Pero este sólo es un ejemplo entre muchos.
Sigamos con las lecciones de Marx.
Podemos tomar otra visión de cómo las ideas se
encuentran presentes en la concepción marxista de la historia desde su materialización. Quien hace
mención de cómo las ideas toman forma en la realidad no es otro más que
Gramsci:
“Con Marx la historia sigue siendo dominio de
las ideas, del espíritu, de la actividad consciente de los individuos aislados
o asociados. Pero las ideas, el espíritu, se realiza, se pierden su
arbitrariedad, no son ya ficticias abstracciones religiosas o sociológicas. La
sustancia que cobran se encuentra en la economía, en la actividad práctica, en
los sistemas y relaciones de producción y de cambio. La historia como
acaecimiento es pura actividad práctica (económica y moral). Una idea se
realiza (…) en cuanto encuentra en la realidad económica justificación,
instrumento para afirmarse.”[30]
La cuarta lección es quizás una de las que han
provocado mayor grado de vulgarización del marxismo: los hechos económicos. La
historia no se apoya necesariamente sobre los hechos económicos, sin embargo no
puede negarse la importancia de estos. La base económica en las que la sociedad
se ha desarrollado no sirve de pretexto para ver a la historia desde un
determinismo económico. Esto es lo que ha pasado con muchos historiadores
marxistas.
“Porque esta lección no implica, ni mucho
menos, que todos los fenómenos sociales deben de “reducirse” a la base
económica, ni que la economía es la “esencia” oculta o el “espíritu profundo”
escondido de todo lo social, sino simplemente -¡simplemente!- que, en la
historia que los hombres han recorrido y construido desde su origen como
especie y hasta el día de hoy, los hechos
y las estructuras económicas han ocupado y ocupan todavía un rol que posee
una centralidad y una relevancia
fundamentales innegables. Lo que significa que dichos procesos sociales globales son incomprensibles sin la consideración
de las evoluciones y la naturaleza determinada de esa dimensión económica (…).”[31]
El historiador debe de ser cuidadoso al
abordar este punto. No se puede considerar a todo lo ocurrido en el devenir
histórico, ni a sus manifestaciones (como el arte), desde la base económica;
debe de saber hasta qué punto se pueden construir vínculos entre la estructura
y la superestructura. Pueden existir hechos tan coyunturales que el explicarlos
desde el aspecto económico puede hacernos caer en el error. “no significa, en
cambio, que debamos de buscar cuál es, por ejemplo, “la base económica de la
pintura de Picasso”, o la “estructura económica en que se apoya esa
superestructura que ha sido el arte surrealista”, lo que es a todas luces una empresa ridícula
y sin sentido”[32].
Seguir por este camino nos conduciría a una historia en la cual nuestra
construcción del pasado histórico estaría basada en el seguimiento de fórmulas
que pueden alejarnos más de nuestra meta.
La quinta lección de Marx a las ciencias
sociales y a la historia en especial tiene que ver con la idea de construir una
historia que abarque la totalidad. Esta visión ya ha sido esbozada en la
historiografía del siglo XX con la idea de la multidisciplinariedad, que
necesariamente debe de ser existente en cada investigación de nuestro pasado.
Sin embargo, la concepción marxiana de totalidad es algo que, como su nombre lo
indica, trata de no encontrar en la investigación rasgos de parcelación. Lo que
se trata en este punto es la capacidad de detectar y descubrir de manera
sistémica los diferentes vínculos entre el problema que tratamos y las
“sucesivas “totalidades”[33]
que lo enmarcan, y que de diferentes formas lo condicionan y hasta sobre
determinan.”[34]
Existen diferentes tipos de totalidades en la
construcción de la historia. Las que normalmente manejamos como historiadores
son las más básicas: el espacio y el tiempo en el que el hecho que investigamos
se desarrolló. La totalidad es explicada
por Carlos Antonio Aguirre de la siguiente forma:
“Y si estas coordenadas o “totalidades” más
generales que son las del tiempo y el espacio correspondientes a un cierto
hecho histórico cualquiera, son siempre relevantes
y fundamentales para su adecuada comprensión, también lo son las
“totalidades” diversas que constituyen los diversos contextos que enmarcan e
influyen sobre ese hecho histórico y social. Pues es claro que dichos contextos
geográficos, económicos, tecnológicos, étnicos, sociales, políticos,
culturales, artísticos, psicológicos, etc., además de especificar y volver más concretas
a esas totalidades o coordenadas espaciales y temporales, -acotando el espacio
como área, región, lugar, país o entorno geográfico determinado, y al tiempo como una época, momento, coyuntura, era o
periodo igualmente particularizado-,
van también a establecer de manera igualmente concreta, todo el nudo de
específicas conexiones que tendrá ese hecho social o fenómeno histórico
investigado con esos diferentes y sucesivos medios contextuales en los que él
se despliega.”[35]
En qué radica la diferencia entre la totalidad
y la multidisciplinariedad. Lo que se trata de establecer con esta idea es que
los hechos no deben de ser sólo analizados desde una perspectiva específica. No
debemos poner tan sólo un adjetivo a nuestra investigación histórica: historia
cultural, historia económica, historia de la religión, historia política, historia
social, etc. Lo que importa es estar conscientes de que cada hecho que
abordemos en la investigación tiene un vínculo determinado con cada uno de los
aspectos que la sociedad enmarca.
Lo que la multidisciplinariedad enuncia es el
conocimiento de los métodos utilizados en las diversas ciencias sociales;
conocimiento cuya importancia no puede ser negada, es más, debe de existir en
el historiador. Por otro lado, la totalidad establece que el historiador debe de ser conocedor de los
trabajos de las otras ciencias sociales. Debe de saber acerca de antropología
como de sociología; conocer las principales obras de la psicología y de la
lingüística, como lo mismo en el caso de la filosofía; incluso el historiador
debería de tener el acercamiento necesario a la literatura para una mejor
construcción de su narración. El conocimiento de estas áreas del saber social
es el que permite la posibilidad de establecer vínculos que de otra manera no
podrían ser descubiertos o por lo menos vislumbrados.
La sexta lección trata de una perspectiva con
la que la historia deja de ser algo muerto, algo que “ya pasó”. La historia
positivista trataba de traer al presente las cosas del pasado “como pasaron en
realidad”, con lo cual se establecía entre el presente y los hechos ocurridos
una distancia innegable. Esta sexta lección viene a servirnos de ayuda contra
este tipo de visión. La que se enuncia como sexta lección es la visión
dialéctica de la historia.
Los hechos del pasado se nos aparecen a través
de esta visión como hechos abiertos; hechos que no han sido sellados por el
pasado y que se encuentran en devenir. No es para nada especulativo el
preguntarnos en nuestra investigación cómo hubieran sido las cosas de ni haber
ocurrido de la manera en que acontecieron. Este ejercicio puede traer a la
mente toda una gama de posibilidades y vínculos que, no haciéndolo, no
llegaríamos a tomar en cuenta. Si en la historia existe el éxito de un proyecto
social y civilizatorio, como por ejemplo, el apogeo de una modernidad burguesa,
esto no sirve como pretexto para la negación de proyectos que han luchado y
luchan contra esta visión de mundo y que también deben de ser tomados en la
narración.
“Esta perspectiva dialectizante afirma por el
contrario que todos los hechos históricos y sociales son realidades vivas y en
devenir, a la vez que elementos de procesos dinámicos y dialécticos en los que
el resultado está siempre abierto y en redifinición constante, a partir de las
contradicciones inherentes y esenciales que se encuentran, tanto en esos mismos
procesos, como en el conjunto de los hechos antes mencionados.”[36]
Esta lección nos recuerda a lo mencionado por
Walter Benjamin en sus tesis sobre la historia, en especial aquella que habla
de la historia a contrapelo. Carolos Antonio Aguirre no se olvida de traerlo a
la memoria:
“Porque para este enfoque dialéctico, la
realidad social e histórica es como una manzana que sólo existe si lleva
adentro el gusano que la corroe, o como un dulce que al chuparlo tuviese
también un sabor amargo y agrio. Lo que explica entonces que, para este punto
de vista, todo progreso es al mismo tiempo un retroceso histórico, y todo
“documento de cultura es al mismo tiempo un documento de barbarie”, como lo ha
afirmado y explicado tan brillantemente Walter Benjamin.”[37]
Hemos llegado por fin a la última lección que
Aguirre Rojas rescata del pensamiento marxista para la elaboración y
construcción de una historia verdaderamente crítica y novedosa. Esta se
refiere, redundantemente, a la posibilidad de construir siempre una historia y
una análisis social profundamente críticos.
Esta historia es la que va en contra de los discursos dominantes y de los
lugares comunes. No es el tipo de historia de bronce, es la reacción a ella.
Este tipo de análisis es el que más se apega al concepto de historia a
contrapelo ya mencionado arriba. Lo que trata de hacer esta historia es
rescatar a los pasados vencidos; no se contenta con la versión histórica de los
vencedores. Trata de convocar la voz de todos aquellos que sistemáticamente han
sido callados. Esto se logra “desechando las explicaciones lineales y
simplistas, y elaborando una historia que sea realmente una historia profunda,
compleja y sutil. Una perspectiva crítico-histórica, que sea también capaz de
dar cuenta de todos esos fenómenos históricos desde explicaciones multicausales
y combinadas”. [38]
Para resumir podremos decir que la
construcción de una historia crítica, como la que necesariamente debe de
existir en la actualidad, no puede hacer caso omiso a lo planteado por Marx
hace ya casi dos siglos. Las lecciones que este pensador nos deja ayudaran a la
construcción de una historia que sea en primer lugar de carácter científico,
sin ser éste entendido de la misma manera que en el siglo XIX; una historia en
la que los grupos sociales sean los portavoces del discurso histórico, esto sin
dejar de lado a los individuos que actúan siempre dentro de los límites de esos
grupos sociales; una historia materialista que tome en cuenta el desarrollo de
la sociedad desde el desarrollo de sus condiciones materiales de existencia y
viceversa; una historia que ponga como un punto imprescindible la economía
existente, sin que sea esta misma el punto de explicación de todo lo que ocurre
en el devenir histórico; dialéctica, en el sentido de que todos los hechos no
son cadáveres que se entierran en el tiempo, sino que se encuentran vivos y
rondando entre nosotros con toda su actualidad; una historia que sea total, más
allá de lo interdisciplinario.
La importancia del cambio dentro de la
disciplina de la historia está condicionada a su vez por el cambio existente en
el mundo en sí. La modernidad, entendiéndola a la manera de Bolívar Echeverría,
que no es más que la modernidad capitalista,[39]
no es ya la misma modernidad capitalista de la del siglo XIX; esta ha cambiado
desde la aparición de Marx. Este mismo problema de cambio en la sociedad
provoca que los problemas en los que la historia se inmiscuye sean tratados de
formas diferentes a las que encontramos en obras historiográficas decimonónicas
o de los principios del siglo pasado.
Cabe mencionar cuáles han sido los cabios
existentes en el modelo capitalista de los cuáles Marx ya no fue testigo.
Adolfo Sánchez Vázquez enumera algunos de los más importantes según su
consideración:
“1.- La transformación del capitalismo para
reforzar aún más su naturaleza explotadora y sujetar a ella a naciones y
pueblos enteros.
2.- El desarrollo de las fuerzas productivas
–cuyo carácter destructivo bajo el capitalismo no escapó a Marx- que hoy amenaza con una guerra nuclear
o un desastre ecológico la supervivencia misma de la humanidad.
3.- El creciente reforzamiento del poder
estatal que, sin rebasar su marco de clase, descubierto por Marx, alcanza hoy
una autonomía que, si bien él la previó, no alcanzó a ver.
4.- La destrucción de las relaciones
capitalistas de producción y del Estado burgués en una serie de países como
resultado de las revoluciones rusa, yugoslava, china, en Vietnam, en Cuba,
etcétera.
5.- la iniciación difícil y compleja del
proceso de transición al socialismo después de la Revolución de Octubre en
condiciones históricas y formas no previstas por Marx, proceso que por su
peculiaridad ha dejado su marca peculiar en las nuevas sociedades.
6.- La transformación del sujeto
revolucionario que, como demuestran las experiencias revolucionarias de nuestro
continente, en Cuba y Nicaragua, no puede reducirse al proletariado industrial
del marxismo clásico.
7.- Finalmente, la incorporación a la historia
mundial, con sus luchas anticoloniales e imperialistas, de los pueblos que
Marx, bajo la influencia de Hegel, situaba alguna vez entre los “pueblos sin
historia”.”[40]
Es de vital importancia el tomar a
consideración estas transformaciones o evoluciones que ha tenido el mundo
capitalista a lo largo de la historia. Es debido a dichas consideraciones que
el marxismo dentro de la construcción histórica no puede ni debe seguir con los
dogmatismos que a lo largo del siglo XX se llegaron a tener como fórmulas
innegables del devenir histórico. Por eso mismo la distancia entre marxismo
vulgar y el marxismo profundo o crítico debe de ser marcada de una vez por
todas dentro de la concepción histórica en los trabajos de investigación. No
podemos abordar los problemas sociales de la misma forma en la que Marx los
hubiese tomado, existe una transformación en la modernidad que hace
imprescindible el buscar otras soluciones a lo que se nos presenta como reto
intelectual en la narración de los acontecimientos del pasado. El tomar en
cuenta las lecciones mencionadas por Aguirre Rojas dentro del marco del
pensamiento marxiano debe de ser el incio. Sin embargo, vale la pena asomarnos
a lo que otros pensadores marxistas han establecido conceptualmente y rescatar
lo que ellos pueden proponer en la investigación histórica.
Es esa la intención última de lo que se
presenta como trabajo de tesis en esta ocasión. Marx será visto como el
horizonte intelectual que sirve de punto de partida. La meta de esta
investigación será el análisis de otros pensadores importantes en el marxismo
con tendencia crítica para después centrarse en el análisis concreto de la obra
de Bolívar Echeverría y su concepción en la historia de la cultura, en la
construcción de una historia material de la cultura.
[6] Ibidem.,p.150
[7] Ibid., p.151.
[8] Idem.
[9] Ibidem. , pp. 152-153.
[10] Ibid., p.153.
[11] Ibim.154.
[12] Ibim,. p.154-155
[13] Ibim., p.156.
[14] Ibid., pp. 156-157.
[15] Ibim.,p.157.
[16] Ibid., pp. 157-158.
[17] Ibidem., p.159.
[19] Aguirre Rojas Carlos
Antonio, Retratos para la historia,
ensayos de contrahistoria intelectual, ed. Contrahistorias, México 2006, pp.
5-29.
[26] Darnton Robert, La gran matanza de gatos y otros episodios
en la historia de la cultura francesa, FCE, México, 1987, p. 267
[27] El autor llama a esto
historia cultural debido a la falta de traducción de lo que en Francia se
conoce como historia de las mentalidades. Menciona que puede recibir este
nombre por la metodología usada en la que el trabajo es abordado a la manera en
que los antropólogos estudian a las culturas extranjeras, pero aplicadas a la
civilización occidental.
[30] Gramsci Antonio, Antología, siglo
XXI, 15º ed, México, 2005, p. 39.
[31] Aguirre Rojas Carlos Antonio, Retratos para la historia, ensayos de
contrahistoria intelectual, ed. Contrahistorias, México 2006, p. 19.
[33][33] Debe de ser entendida la
totalidad como al marco en el que un hecho se desarrolla: la sociedad capitalista
del siglo XX, la sociedad china del siglo XIII; una la sociedad europea o una
sociedad que se da en América latina. Los historiadores llegan a hacer de lado
una cuestión tan simple.
[39] Gandler Stefan , Marxismo crítico en México: Adolfo Sánchez
Vázquez y Bolívar Echeverría, FCE, México, 2007, p. 621