Alfonso Reyes
(El hombre cuya obra se desborda)
José Roberto Conde Morales.
Un hombre yace inmóvil y ausente. Un hombre yace
ausente y callado; el mismo hombre que alguna vez “Venció con la voz y la
presencia”[1].
Un hombre yace callado y abatido por la cruel ráfaga de la resistencia y la
moderna tecnología. Observando anhelante las puertas de Palacio Nacional, su
mirada ya no es la misma; le falta el brillo del sol que se refleja en el suelo
regiomontano, tierra en la que su figura de valiente y poderoso fue pilar de
gobernabilidad y orden aparente. Un hombre yace inmóvil, callado, ausente y
abatido en pleno zócalo capitalino. De su cuerpo ya no mana el calor de los
días de batalla y de gloria que se remontan a sus mocedades de dieciséis años. Su
cuerpo yace tendido al sol al igual que el cuerpo de aquél emperador, a quien
se encomendó reinar en el segundo imperio mexicano y quien tenía por esposa a la loca del castillo de Bouchout ,
al que él vio ser fusilado tras el sitio de Querétaro. Un hombre yace tendido
mientras el frio de la roca histórica, cuyo fondo tiene una visión completa del
valle de Anáhuac, lo ha invitado a llevarlo a sus entrañas. El hombre yace frio
y muerto; el hombre es ya uno más de nuestros muertos. El hombre es Bernardo
Reyes.
Amigo y colaborador del Caudillo, se ha levantado
contra el Maderismo fraguando el plan que la soledad le ha inspirado en Tamaulipas.
Será condenado a muerte por este hecho, muerte que no llega en el momento, pero
condena irrefutable en el pronto devenir. En Santiago Tlatelolco, lugar de
esperanza y represión, aguardará por el
cruel destino hasta que el primero de los diez días trágicos y funestos de
Febrero aparezca en las páginas del calendario de 1913.
Pero el apellido Reyes y su linaje no se han esfumado con la lluvia de proyectiles que sobre la
nación, y sobre el general Bernardo,
parece caer a tropel. Como todo buen ciudadano de la época se ha
asegurado de que su sangre siga fluyendo, y en abundancia, más allá del zócalo;
se ha asegurado de que su sangre no sólo sea ese charco en el que ahora
descansa. Su sangre, junto con la de su
compañera Aurelia Ochoa, fluye y da vida a doce personas más: Bernardo,
Rodolfo, María, Roberto, Aurelia, Amalia, Eloísa, Otilia, Alfonso, Guadalupe,
Eva y Alejandro. El noveno en la lista
pasará a la historia junto con su padre. Ejemplos muy escasos (sin tomar en
cuenta los linajes reales en los que la casualidad o destino cuentan más que
los atributos personales) se han dado en
las páginas que guardan la memoria de la humanidad: Alexandre Dumas y Alexandre
Dumas hijo; José María Morelos y Juan Nepomuceno Almonte; Paco Ignacio Taibo I
y Paco Ignacio Taibo II; Luis Villoro y
Juan Villoro; etc.
La muerte del padre será un parte aguas en la vida de Alfonso
Reyes. Debido a esta se exiliará en París. El hijo de un “traidor” de la patria
no tiene más opción que ésta. Su hermano también se ha unido al gobierno del
Chacal espurio Victoriano Huerta. En París se unirá a la Legación mexicana. Su estancia
en Europa, particularmente en España en la que pasa diez años de su vida, servirá para que su talento y erudición se confirmen.
A su regresó será ya conocida su fama de
escritor, ensayista, periodista, investigador y poeta, lo que ocasionará que
desempeñe importantes cargos en la construcción de la revolución
institucionalizada.
Alfonso Reyes, el regiomontano universal, fue uno de
esos hombres tocados por el encanto que la palabra manifiesta entre el mundo, las cosas y el hombre y que es poco apreciado por las mayorías. Es
el mismo encanto el que lo mantuvo horas y horas devorando todo lo que llegara
a sus manos en forma escrita; y fue ese mismo deleite de la palabra lo que lo
condenó -condena del artista por la imposibilidad de no hacer
a diario su arte- a pasar la vida entera
suspendido de la pluma con que dibujando
escenas, reflexiones, divagaciones, poemas, ensayos, críticas,
traducciones e investigaciones se han llenado las páginas que forman su vasta
obra. Sobre la escritura Reyes dice:
“Escribir es como la respiración de mi alma, la
válvula de mi moral. Siempre he confiado a la pluma la tarea de consolarme o
devolverme el equilibrio, que el envite de las impresiones exteriores amenaza
todos los días. Escribo porque vivo. Y nunca he creído que escribir sea otra
cosa que disciplinar todos los órdenes de la actividad espiritual, y, por
consecuencia, depurar de paso todos los motivos de la conducta.”[2]
Allegado a los clásicos, Alfonso Reyes no fue un
escritor precisamente nacionalistas cuya inspiración proviniera de los
paisajes, costumbres, historia, gente e idiosincrasia del país de origen. Las
imágenes que de su pluma salieron a la luz como manantial aparentemente
inagotable de sabiduría y erudición invitan al lector a terrenos más profundos
del alma occidental e internacional. Sus temas no tiene que ver con la historia
de una región; sus temas tratan de abarcarlo todo. Su inspiración viene de la
cuna en la que reposa la civilización del occidente y su estilo se basa en la
búsqueda de las formas más bellas. “Ya sé que hay grandes artistas que escriben
con el puñal o mojan la pluma en veneno. Respeto el misterio, pero yo me siento
de otro modo. Vuelvo a nuestro platón, y soy fiel a un ideal estético y ético a
la vez, hecho de bien y de belleza.” [3]
Nacido en Monterrey, el 17 de mayo de 1889, fue criado
en cuna condecorada por el régimen existente. Su padre, eminente hombre de guerra, ocupó el cargo de
gobernador en el estado norteño de Nuevo León. De igual forma, el general Bernardo Reyes fue nombrado por el
Caudillo como su secretario de guerra y marina. Por este motivo Alfonso Reyes
vino al mundo con una gran de ventaja sobre la mayor parte de la población; ya
que en esta época tan sólo menos de una
cuarta parte de la sociedad mexicana de finales del siglo XIX y principios del
XX se podía apreciar a sí misma como parte de ese grupo que escapaba a la
pobreza cruel y a la marginalidad necesarias de la modernidad porfiriana para
la construcción del progreso material. Su familia fue perteneciente a esa élite
que se encargaba de dar perpetuidad al orden y a la paz construida a base de
violencia y represión de que tanto se ha escrito en la historia nacional.
Fue en ese ambiente de paz en el que el joven Alfonso
Reyes comienza su formación académica. En los colegios de Monterrey será
educado bajo los preceptos del liberalismo y positivismo reinantes que buscan
la formación de ese “hombre nuevo”[4]
que pueda poseer los valores morales para liberarse. Fue inscrito en Liceo
Francés de México y en el Colegio Civil de Monterrey; ya en la capital, será
uno más de los jóvenes que pasaron a engrosar las filas de la Escuela Nacional
Preparatoria; también estudio en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, que
tiempo después sería la Facultad de Derecho de la Ciudad de México, en donde el
16 de Julio de 1913 se graduó de abogado.[5] Los chicos de esta época fueron educados para
ser los pilares que sostuvieran todo el
conjunto ideológico de la modernidad capitalista naciente; se trataba de
uniformizar a la educación para crear hombres, que en palabras de José Emilio
Pacheco, llegaran a ser “egoístas, violentos, ambiciosos, materialistas”. Los
encargados de la instrucción pública “dan al mexicano la misión de alcanzar
cualidades sajonas”.[6]
Pero Reyes, al igual que un distinguido grupo de
Jóvenes sensibles al cambio de siglo, no cae en las categorías que el momento
trata de imponer. La ideología positivista, con su orden y progreso, es
rechazada por un naciente humanismo que se da entre muchos de los egresados de
la Escuela Nacional Preparatoria. Este recinto había funcionado como bastión de
la ideología dominante (científica) y en
sus aulas la educación era fragmentada de tal forma que sirviera al avance de
las ciencias, haciendo de lado las cuestiones consideradas como morales o
metafísicas. El humanismo tenía muy poco espacio en este lugar. Sin embargo, un
grupo de muchachos, cansados de la rigurosidad de los modelos aprendidos en las
diversas instituciones a lo largo del país, tuvieron la idea de formar un grupo
en el que la filosofía, la literatura, las artes, el libre pensar y la
valoración de la antigüedad clásica tuvieran una voz propia fuera de las
aulas. Esta idea se vio concretada en
1909 con la formación del Ateneo de la Juventud, del que Alfonso Reyes fue
pionero.
La educación que este grupo tuvo, así como la
ideología con la que fueron construidos, ya no era coherente con los nuevos
tiempos. La figura del Dictador, héroe del pasado y salvador de México, ya era
caduca e inverosímil. Se encontraban viviendo entre la “Ficción Liberal”, en la
que se defendía la idea de un país en el que la democracia era real y efectiva;
y la ficción científica y excluyente en la que sólo un pequeño grupo era privilegiado
en detrimento de las mayorías; todo esto sostenido aún por la figura de
Porfirio Díaz al que los años parecían cobrarle sus andanzas.
Cansados de la academia, los ateneístas se enfrascan
en la reflexión y la divagación. Los clásicos son despertados de sus tumbas y se
los hace ser escuchados en las noches de algarabía y júbilo que el grupo
organiza. Se lee a Kant y a Nietzsche; a
Platón y a Walter Pater; a Émile Boutroux
y Henri Bergson. Son las noches en las que la revolución cultural
comienza a fraguarse. Es en este punto en el que lo revolucionario y
nacionalismo tiene su expresión: la transformación de la cultura. Las conferencias
empiezan a llegar a la sociedad, se hacen de forma abierta con el fin de culturizar
al pueblo. La cultura que el Porfiriato
buscaba imponer tenía los ojos dirigidos a Europa, a Francia en específico. “Volved
los ojos al suelo de México, a los recursos de México, a los hombres de México…a
los que somos en verdad” dice Antonio Caso en una de las conferencias
organizadas por el Ateneo. La meta de los ateneístas es conseguir la libertad
de pensamiento y cátedra así como así como la consecución de una estética
mexicana. El apoyo en lo clásico y europeo se convierte en el punto de partida
hacia lo auténticamente mexicano. Algunos
de ellos pasaran tiempo en Europa aprendiendo de las nuevas tendencias
artísticas.
Para Alfonso Reyes ésta será una etapa de despertar:
sus preocupaciones apuntan hacia la crítica del modelo ideológico seguido hasta
entonces y a sus impaciencias literarias. Para Alfonso es necesario un cambio
de paradigma en cuanto al modo de enseñanza y el formalismo educativo que sólo
encasilla al ser humano en un delimitado campo de aprendizaje. Para él la búsqueda
de la formación completa debe de ser un patrón a seguir que ayudará a la
población a renacer con nuevos valores inspirados en un humanismo contrario al materialismo
desgastante del ser moderno. La literatura, la música, la pintura, la cultura
etc. son en su obra el material de construcción de una humanidad más
consciente. En cuanto a sus
preocupaciones literarias y lingüísticas, podemos encontrar de manera temprana
una visión sobre el lenguaje culto y el lenguaje vulgar; sobre el qué hacer y
el cómo hacer del escritor; se pregunta acerca de la estética y de la ética en el arte. En cuanto a la
lengua, se pregunta cuál de las dos
tiene una mayor preeminencia, ¿la vulgar o la culta?; cuál es la que merece prevalecer.
Reyes no niega la importancia del pueblo
en la transformación del lenguaje; no es un escritor que ve al vulgo como ese
inmenso asesino de lengua. A pesar de que en su obra es apreciable un gran
cuidado de la estética en las palabras, sabe que la lengua vive en los que la
hablan; y que por su parte, el lenguaje culto es más parecido a una construcción
que a un ser vivo. En uno de sus ensayos dice lo siguiente: “Por otra parte,
hay que desconfiar de nuestro orgullo. Lo que hoy es un barbarismo pudiera ser
la forma lícita de mañana. El vulgo, con sus barbarismos, previene y cultiva la futura etapa del idioma.
Si a los cultos estuviera confiado dar el aliento a los idiomas, todavía
estaríamos hablando el latín.”[7]
La Revolución Mexica vino a provocar una ruptura de
todo lo ya establecido en el país. No se trató tan sólo una etapa de lucha
entre diferentes y variados grupos sociales con el fin de derrocar a un
dictador, ni tampoco fue el simple hecho de cambiar una élite por otra; la
revolución es una lucha de proyectos entre los diversos intereses de la época.
El maderismo parecía ser en sus inicios el triunfo de la contienda. Sin embargo
dicho triunfo no fue duradero y, como hemos visto, la lucha continuó hasta el
año de 1917 en el que, con la proclamación de la constitución del 17, se da
comienzo a la Revolución institucionalizada. En el año de 1913 se da un golpe contra
el gobierno Madero en el que muere el general Bernardo Reyes. Como ya se ha
mencionado arriba esto, más la participación de uno de sus hermanos en el
gobierno de Huerta, provocó el exilio de Alfonso Reyes a Europa.
París fue para Reyes el lugar de un destierro al que
se puede calificar de más o menos honorable. En este país desempeñó un modesto
cargo diplomático. Pero el lugar en donde se haría de fama internacional fue
España. Si a su llegada a Europa había sido un empleado de gobierno agotado por
las innumerables tareas consulares que sobre él recaían, para su salida de
Europa ya era un afamado embajador. En España, de 1914 a 1924, consolida su
oficio literario y, más importante, depura su estilo. De este periodo datan
obras como: Visión de Anáhuac, Cartones de Madrid,
El suicida, El cazador, Calendario, El plano oblicuo, Huellas, Ifigenia cruel y Cuestiones
gongorinas.[8]
En Plano Oblicuo se encuentra una de las narraciones más intrigantes de
Alfonso Reyes: La cena. Cuento
fantástico que llega a ser tomado como surrealista y que deja al lector con una
sensación de pérdida y mareo en su tiempo circular. Otro cuento contenido en
Plano Oblicuo es La primera confesión en el que el autor deja al lector con una
gran duda; parece que al cuento le faltaran esas páginas imprescindibles para
descubrir el misterio que la penitencia guarda.
La variedad de los temas es uno de los aspectos característicos en la
obra de Reyes: temas de la niñez, reflexiones sobre la pintura y los pintores;
narraciones de sucesos fantásticos y acercamientos a la cultura europea;
crónicas y artículos periodísticos; ensayos que rayan en lo filosófico;
investigaciones profesionales de la literatura; poemas y prosas de gran belleza
y calidad; la novela “cinematográfica”. Toda una gama de escritos se hacen
presentes en Reyes.
Visón de Anáhuac
es quizá la obra más conocida de Alfonso Reyes o por lo menos es de la que más
se ha escuchado hablar. (caso como el de el Quijote del que todos hablan pero
pocos leen). En ella el autor hace una descripción, basándose en fuentes de primera
mano (cronistas), de las impresiones de los primeros conquistadores al
encontrarse en el basto valle
precolombino. Hace un esfuerzo literario por ubicar al lector en el paisaje;
las montañas, la verdura del valle y la parcelación de la laguna:
“Dos lagunas
ocupan casi todo el valle: la una salada, la otra dulce. Sus aguas se mezclan
con ritmos de marea, en el estrecho formado por las sierras circundantes
y un espinazo de montañas que parte del centro.
En mitad de la
laguna salada se asienta la metrópoli, como una
inmensa flor de piedra, comunicada a tierra firme por cuatro
puertas y tres calzadas, anchas de dos
lanzas jinetas. En cada una de las cuatro puertas, un ministro grava las
mercancías. Agrúpanse los edificios en masas cúbicas; la piedra está llena de
labores, de grecas. Las casas de los señores tienen vergeles en los pisos altos
y bajos, y un terrado por donde pudieran correr cañas hasta treinta hombres
acaballo.”[9]
La cultura del México prehispánico se hace presente a
través del relato de las costumbres: el mercado, la arquitectura, la figura del
emperador, etc. No deja de lado el simbolismo tan rico con el que contaban los
antiguos moradores del periodo precolombino:
“Flor era
uno de los veinte signos delos días; la flor es también el signo de lo noble y
lo precioso; asimismo, representa los perfumes y las bebidas. También surge de la sangre del
sacrificio, y corona el signo jeroglífico de la oratoria. Las guirnaldas, el
árbol, el maguey y el maíz alternan en los jeroglíficos de lugares. La flor se
pinta de un modo esquemático, reducida a estricta simetría, ya vista por
el perfil o ya por la boca de la corola. Igualmente, para la representación del
árbol se usa de un
esquema definido: ya es un tronco que se abre en tres ramas iguales
rematando en haces de hojas, o ya son dos troncos divergentes que se ramifican
de un modo simétrico.”[10]
En este mismo libro Reyes nos da su visión de la
historia. En ella plantea que es esta maestra de vida es la que nos puede hacer
apreciar el paisaje y la cultura de una forma más completa y sustancial; sin
ella todo en el mundo se nos puede presentar carente del verdadero significado;
tan sólo nos sería posible ver un fantasma de la realidad:
“Cualquiera que
sea la doctrina histórica que se profese (y no soy de los que sueñan en
perpetuaciones absurdas de las tradiciones indígenas, y ni siquiera fío
demasiado en perpetuaciones de la española), nos une con la raza de ayer,
sin hablar de sangres, la comunidad del esfuerzo por domeñar nuestra
naturaleza brava y fragosa; esfuerzo que es la base bruta de la historia. Nos
une también la comunidad, mucho más profunda, de la emoción cotidiana ante el
mismo objeto natural. El choque de la sensibilidad con el mismo mundo labra,
engendra un alma común. Pero cuando no se aceptara lo uno ni lo otro—ni la obra
de la acción común, ni la obra de la contemplación común—, convéngase en que la
emoción histórica es parte de la vida actual, y, sin su fulgor, nuestros valles
y nuestras montañas serían como un teatro sin luz”. [11]
Alfonso Reyes es
uno de los escritores más importantes de nuestro país. Su obra es de carácter
descomunal. Casi treinta tomos del Fondo de Cultura Económico han sido
dedicados a sus letras. Harían falta muchas páginas para hablar de Reyes y su obra. En este trabajo me he delimitado a
sus primeros años tomando como punto de partida la muerte de su padre que fue
un suceso emotivo y determinante, para
después ir hacia atrás en la cronología de su vida. También lo he ubicado más
que nada en el momento revolucionario de México en el que la transformación
cultural empieza a hacerse presente. La etapa en la que vive en España y se
forma como verdadero escritor y en la que adquiere fama mundial puede ser
motivo para seguirse en otro trabajo.
[2] Reyes Alfonso, Obras completas,
FCE,Tomo 4, Pag.451.
[3] Ibim.p.451.
[4] Guerra Francois Xavier,México: del antiguo régimen a la Revolución,
México, FCE, 2T, 1988. P. 395.
[5] http://es.wikipedia.org/wiki/Alfonso_Reyes_Ochoa
[6] Pacheco José Emilio,( …)1969,p.34.
[7] Reyes Alfonso, Obras completas,
FCE,Tomo 3,p.144.
[8] http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/a_reyes/entorno/martinez.htm
[9] Reyes Alfonso, Obras completas,
FCE,Tomo II, P.18
[10] Ibim.
[11] Ibim.