Las Jóvenes
calles de Julio.
Roberto Conde.
Las calles rejuvenecen en estos días en los que
el polvo se asienta con facilidad sobre ellas. El tiempo parece haber dado
marcha atrás casi un siglo. Las huellas de miles van levantando el polvo
marchito que sexenio tras sexenio se cimienta sobre los trazos de la nación. Y quedan
como impronta imborrable en la cera de la memoria colectiva. El ayer de hace 83
años está más que presente en los ánimos
de los que dan por vencida la contienda.
Reina en los que un pasado trata de imponer y dar su
versión de los hechos. Es el pasado defensor de los mejores tiempos; defensor
de una nostalgia de lo menos “pior” Pero este pasado no es el de los mexicanos
ni el de los historiadores serios: es el pasado de algún puño de traidores que
construyen ficciones y traman una realidad más que fingida.
Modernidad sobre modernidad ha venido dejando
al pueblo con un lastre insoportable hacia el pasado. El discurso de ellas es
el del porvenir que ya está aquí. El ahora democratizado del que tanto se presume en la actualidad se
parece tanto al ahora de Porfirio; al ya de Ávila Camacho; al hoy de Díaz Ordaz
y de Echeverría. Se le ha vendido a un precio demasiado caro al pueblo la idea
barata de una democracia adecuada a las circunstancias del siglo XXI. Democracia
fallida cuyo centro está plagado con prácticas
que no son diferentes a las del siglo
XIX. Se trata de la ficción liberal; de la ficción democrática. Es la ficción
que crea realidad de la misma manera en que la televisión crea historias
inverosímiles a todas horas del día.
El pasado debe de estar presente, de eso no
cabe la menor duda. Pero debe de estar presente como memoria en los ciudadanos:
ese ser de lo que ha sido compartido por el grupo; ser auténtico e imborrable
en el mundo; ser que se encuentra en constante lucha contra el olvido. Desde
los ámbitos de la memoria se sacarán las fuerzas y las armas para negar el
pasado por encargo creado desde arriba. La
memoria maestra y amiga, eslabón entre los humanos, jamás debe de ser borrada
con discursos y palabrerías engañosas. Si esto no pasara se caería en la imagen errónea del presente continuo; ese
presente en el que al parecer todo es y ha sido tal y como se nos presenta. Es la
continuidad de lo ya establecido y de lo que no tiene ni se puede encontrar escapatoria.
Las calles rejuvenecen en estos días en los que
un pasado fantoche parece estar más que presente. Pasado que niega su
inexistencia y se rehúsa a dejar de ser y mentir. Rejuvenecen por que es
necesario y así lo amerita; porque de lo
contrario, quedaran como ruinas sobre las que la modernidad impondrá su
terrible sello de autenticidad y novedad. Rejuvenecen con el ritmo de los que estudian;
de los que saben y se informan; de los que ya no aceptan imposiciones ni caen
en clásicos discursos de apatía y resignación; de los que ya no callan, gritan y viven ilusionados por lo que los demás ven
tan distante e imposible. Su marcha ha venido a dar aires de respiro,
provenientes del oriente, a un cuerpo que ha pasado por mucho tiempo raquítico
e inmóvil. Dicen ser 132. Habrá que contarlos mejor.
Puebla 8 de Julio de 2012.
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