jueves, 11 de agosto de 2011

Here with you

Here with you

R.C.M




Cómo describir aquella sensación de profundidad y melancolía en la que caía estrepitosamente. La música sonaba frenética, solo podía escuchar el coro de aquella canción, I love being here with you, con una voz profunda, quizá Diana Krall.
De pie como esperando quien sabe qué cosa, cobijado por la sombra de un árbol, el tiempo pasaba en un lento devenir. Podía escuchar  como la brisa seguía su pacífico camino a través de las hojas violetas de esa extraña, pero a la vez familiar, mezcla de majestuosidad y naturaleza que se levantaba frente a mí. El tronco se erguía hacía una región inalcanzable, sus ramas arañaban aquella bóveda de azules y naranjas. Pensé en que ya había estado en aquél lugar. Recordé esa sensación de oquedad en el espacio, un lugar que se encontraba fuera de lo inteligible.
La  corteza dibujaba extrañas figuras, como una especie de collage, en las que era posible ver, con suficiente imaginación, historias pasadas, recuerdos distantes, hechos que escapan a la memoria pero que nos asechan constantemente. El árbol guardaba en sí un poco de magia.
Siguiendo la línea vertical que del suelo a la copa se extendía era posible escuchar un poema –no tan bueno en realidad-  que contrapunteaba con la voz de Krall. De igual forma, recorriendo horizontalmente la curva del árbol, me era posible distinguir un cuento casi olvidado. Un niño inquieto al que le gustaba envenenar hormigas era lastimado debido a la traición de  su primer amor. Me pregunté si tal vez, regresando por la misma curva, me sería posible cambiar el final y que la escuincla recibiera su merecido. No lo intenté.  
 A medida que los recuerdos eran conjurados, la música se hacía más clara. Podía escuchar un nítido y cadencioso contrabajo que parecía caminar con prisa, así como también me era posible escuchar  los acordes que se tensaban y relajaban continuamente de un  piano muy piano.
 I love the east, I love the west, pero en este mundo esos puntos se confundían, la redondez hacía imposible distinguirlos. ¿Era el intolerable universo del que Borges se despedía dejando el legado de la nada? Seguramente, un mundo de laberintos, de palabras, de arquetipos y símbolos difíciles de retener en la memoria. Sí, en realidad me encontraba en un lugar familiar, qué lugar puede ser más familiar que la patria común (patria de los muertos para Paz)  a la que regresamos cada noche.
Alguna vez leí, y  también lo se de propia experiencia, que cuando te das cuenta de que todo es un sueño, el despertar es casi inmediato. Es tal el  sobresalto que causa verte dentro de ti mismo que tienes que regresar inmediatamente.  Pero esta vez eso no pasó. Suelo tener una clase de complicidad con mis sueños, hacer lo que de otra forma no sería posible. Alguna vez volé, no tan lejos, pero volé.
Como en todo lugar donde el tiempo es escaso, o así nos parece, o en todo caso no lo hay, las horas se convertían apenas en minutos. El swing seguía incansable, la batería en el fondo parecía acelerar dándole continuidad a la situación. En verdad no existía  orden en la música, venía a tropel en mis oídos. I love being here with you y la batería, así como el piano piano y el contrabajo presuroso acompañado de un love it´s such a pretty game, creaban una atmósfera particular.
Pude comprobar de soslayo que no me encontraba sólo, algo llamó mi atención. Había un testigo, solo que este no dejaba crecer su uña. Un pie asomaba desde el lado contrario a la cara que yo podía ver del árbol como si fuera una raíz más. Parecía estar vigilándome. Me pregunte quien podría ser el propietario de aquél  pie  aunque, juzgando la forma y la belleza del mismo (el pulgar estaba adornado por una uña roja o quizá naranja), podía estar seguro que se trataba de una propietaria. La blancura y tersura del empeine contrastaba con las formas oscuras y el cuerpo estriado del árbol. La imagen solo duro unos cuantos segundos.
Me precipité con lento y silencioso paso hacía el árbol, y a medida que me acercaba parecía incrementar su tamaño exponencialmente. Era como esos enormes ahuehuetes que simulan ser murallas.
 Pude ver otra vez que el pie se asomaba. En cierta forma algo me incomodaba. Esta presencia no era normal, era como una especie de intruso, algo fuera de contexto (si es que esto se aplica), quizás un recuerdo obstruido por el tiempo, una memoria de naturaleza agorera.
El pie se movía ondulante en el aire dando un pequeño golpe a intervalos regulares en el piso y después en la orilla de la raíz que sobresalía del suelo. Este intruso no solo me incomodaba con su presencia, sino que me demostraba, siguiendo un ritmo, que era capaz de escuchar la música de diferente manera. A las melodías, percusiones y armonías éste ser les daba forma y sentido.
Concentrándome en el beat que llevaba aquel, ya para esos momentos, conocido pie, de aquella aún desconocida mujer, me fue posible también darle orden a la canción y de paso al sueño. No me encontraba como siempre en una más de mis ya conocidas pesadillas. El desorden y caos se convirtió en Jazz. El piano acompañaba a un  solo de guitarra que hasta ese momento no me había sido viable escuchar. Al arrastre de las escobillas seguían tenues golpes en los platillos y gordos impactos al bombo. Era por fin capaz de escuchar las melodías unas sobre otras contrapunteando verticalmente y horizontalmente.
A partir de ese momento las cosas tomaron otro color. A la cascada de sensaciones se le sumó un constante flujo de interrogantes. ¿Quien era esa extraña figura que tan solo me mostraba una parte de su ser? Creí por un momento que alguien, usando no se que trucos, había sido capaz de inmiscuirse en algo tan personal como un sueño. Después surgió otra duda, ¿sería posible que yo también fuera el sueño de alguien más? No seas tonto pensé, eso solo pasa en los ya clásicos y buenos cuentos, no en éste.
Pero la música seguía. La canción era ya para entonces más que conocida y sobre todo  hermosa. Pude escuchar con atención el coro y, definitivamente no era Diana Krall la que cantaba. Era una voz diferente, un poco más joven y penosa, que me llevaba de la mano en un ir y venir de dicha y frustración. Definitivamente no era una sorpresa descubrirme nuevamente en ésta situación. Ya la había vivido. Lo difícil era saber donde y cuando.
Cansado de seguir con la duda, me decidí a dar con la dueña del pie. Camine siguiendo  orilla del árbol, apoyando los pasos en las gruesas raíces que de él brotaban. Las raíces eran resbalosas y la tierra que había entre ellas estaba cubierta por agua a manera de pequeñas lagunas. Cada vez que daba un paso quedaba atascado en el abundante lodo. Era como caminar por un tablero de ajedrez en el que pisar negro es caer y pisar blanco naufragar.
La curva del árbol parecía no tener fin. A este paso lento y dificultoso era casi imposible dar alcance al pie del que ya solo podía ver la parte trasera. El talón levantado me dejaba apreciar la planta del pie y una parte de la pantorrilla. Se estaba moviendo. Huía de mí y lo hacía con un lento paso, sabiendo que no dependía de mi astucia y rapidez el descubrirla. Tras varios minutos de seguir aquel juego caí agotado, era un cansancio jamás experimentado.
Siempre es el mismo andar - dijo una voz-. No aprendes.
Alcé la mirada y no había nadie. Pensé que quien hablaba era yo mismo. Ya sabes,  esa voz que siempre nos acompaña y nos hace hacer cosas a veces inteligentes, pero la mayoría llenas de estolidez que suelen resultar bien.  Me levanté y sacudí mis ropas, que de nada servía, y me preparé para irme sin saber a dónde ni cómo. Las cosas se habían puesto raras. Di vuelta y emprendí el camino con un sentimiento lleno de frustración.
¿Ya te vas? – Dijo la voz-.
Volví la vista atrás…….y como en una epifanía, apareciste tú, como en cada esquina sin cita previa, como en cada zaguán del que sales de las sobras, como en cada clara tarde, como en los teatros donde no actúas y la música donde no cantas y yo regresé a mi etapa lítica nuevamente y el silencio se hizo presente. Ya solo quedó el tiempo que se me fue como siempre, mientras te veía hundir en lontananza.
  

martes, 28 de junio de 2011

Tecate sunrise

La cruda era insoportable, apenas si me dejaba respirar.  Éste estado se había convertido en algo casi crónico. A todo los lugares que iba la gente solía preguntarme: “ey ¿qué tal estuvo la fiesta? Yo les miraba con cierto desprecio. Cómo se podían burlar de tal condición, qué no saben que uno no debe burlarse de las personas a las que nos gusta extremadamente el alcohol.
Decidí entrar al colegio a curar mi malestar con una Tecate que compre justo enfrente. A esas horas de la mañana casi todo el mundo se encontraba en clase. Sólo había al fondo un empleado del aseo. Saqué de la bolsa la lata de cerveza y empecé a ingerir. Sólo los que forman parte de este movimiento saben lo que es  una Tecate después de una noche de alcohol barato. La chela con la que me la estaba curando resultaba costar casi tanto como el panal que había bebido la noche anterior. El gusto por los pomos baratos  me fue adquirido desde mis años de preparatoria. No era cuestión de falta de efectivo, simplemente  prefería tomar de esos licores de dudosa procedencia  a otros como el Bacardí o el mentado Torres de albañil.
Me encontraba bebiendo en el mismo lugar en el que tantas veces lo había hecho. Ya fuera solo, o con los demás amigos de la facultad, prefería tomar en aquellos lugares que no están destinados para eso. Todos los que pasaban por aquél lugar sabían que en ese sitio el alcohol corría.
Mire sobre el horizonte de lata hacia el salón en el que una belleza de cabello castaño me miraba con asco de tras de sus diminutos lentes. Me gustan esa clase de lentes, parecen esconder la coquetería que no se deja mostrar por completo. Ahora  muchos en la facultad traen unos lentes que cubren casi toda la cara como para esconder su falta de originalidad. Lo bueno es que, aunque me mirara con asco, la belleza de aquel salón no los usaba. Sentía un poco más de conexión con ella. Es lo que se me venía a la mente:   la conexión; enchufarla, ensartarla, saber que nos conectábamos.  Llevaba una falda que me permitía ver un pequeño triángulo verde asomando entre sus piernas maravillosas. Sus caderas parecían querer escapar por los lados de la silla. Una cierta rigidez empezaba a esconderse debajo de mi bragueta.
-Ya te vi.
Giré la cabeza para ver quien me veía
-Hola –dije con dificultad mientras trataba de esconder la lata- ¿Cómo estás Georgina?
-Muy bien –dijo inclinando un poco la cabeza hacia la izquierda como tratando de adivinar algo- Es muy temprano. Casi no te veo por el colegio a estas horas. ¿Qué tal estuvo la fiesta?
Ahí estaba otra vez la maldita pregunta, sólo que con ella no era tan desagradable. De todas formas no podía negar  que había estado ingiriendo cantidades casi industriales de Charanda y cosas peores, mi cara simplemente delataba una tremenda cruda.
-Estuvo muy bien aunque, siéndote sincero, se trató más que nada de una monstruosa peda. Ya casi no voy a fiestas o por lo menos no me invitan. Dicen que mis amigos y yo luego solemos mal copear.
- Ya ves…¿para qué andas haciendo cosas malas? Yo por eso no me meto nada.
Metete ésta –pensé mientras fingía una sonrisa-.
-Pues no creas que ando por la vida provocando peleas –dije- yo sólo trato de discutir problemas elementales, trato de que se de en las pedas toda una dialéctica entre borrachos. El problema radica en que a veces lo hago en círculos muy diferentes a los de mi banda.
Note que es su cara se dibujó la duda cuando escuchó la palaba dialéctica. Creo que en alguna parte muy profunda de mi, siempre me han gustado las mujeres cuya estolidez se llega a confundir con la ternura. Ella era un claro ejemplo de esto. Era como la Maga de Cortázar a la que se le podía adivinar la próxima tarugada que de su boca saldría. Era eso, y lo sorprendente de su belleza. Claro, no podía sólo gustarme su estupidez. Si las aceptaba tontas por lo menos tenían que estar bien sabritas.
-Alguna vez –proseguí- en una discusión le dije a un conocido que su hijo (que tenía menos de un año) era todavía como un animalito que no piensa aún, lo comparé con un perro que pasaba por el jardín. No aguanto la verdad y se indignó. Desde ese día no me ve de la misma forma.
Se me quedó mirando de tal forma que mejor cambié de tema.
-¿Sigues con tu nefasto novio? –pregunté-. Puso una cara peor que la anterior.
-¿Por qué hablas así de él? Si ni lo conoces
-No necesito conocerlo. Sólo sé que es un  hijoputa anacrónico que se cree hipster. Ya me lo imagino a él  y a sus amiguitos jugando a los alternativos (como que la chela me había activado el alcohol de la borrachera pasada) dándose por atrás por las noches mientras tu desperdicias todo eso que tienes.
-No me hables así que apenas si te conozco.
-Pues ya me iras conociendo.
- Lo único que sé de ti es que bebes.
- Pues por algo se empieza –contesté-. Lo único que debes saber es como me molesta verte de la mano de aquél cabrón a quien dices amar. Me re emputa ese wey, con sus chinitos y sus lentes que abarca toda su cara. Que bueno que los usa porque está re pinche feo.
-No hables de esa manera de él – me dijo- ( pero en su cara no se mostraba el menor enojo), aparte él me trata como nadie más me ha tratado. Es más, es mi primer novio.
-Pues ahí está el problema. Falta que conozcas más personas.
-¿Cómo tú? Hazme el favor….
La vi detenidamente a los ojos. Llevaba ya mucho tiempo deseándola. Me excitaba verla por la facultad caminado, dando grandes saltos como escuincla babosa.  Cuando pasaba y se despedía de mi no me era posible quitar la mirada de esas magníficas nalgas. No era necesario que sus pantalones estuviesen ajustados, cualquier cosa que vistiera quedaba entallada en ese culo.  Me encantaba ver como se marchaba.
La jalé hacia la banca y quedamos estrechamente uno junto al otro. Pasé mi mano por su cintura con seguridad. Ella fingió resistencia a la vez que su cabeza se acercaba más a mi pecho. Sus ojos empezaron a buscar los míos mientras yo tocaba uno de sus pechos. Sentí como su respiración aceleraba. La comencé a tocar con más fuerza. Pasé mi boca por su oreja,  respirándole suavemente a la par que le decía cosas obscenas.  Bajé más y di unos cuantos besos a su cuello. No había soltado para nada su seno.
 Me percaté que la belleza de cabellos castaño, aquella que desde el salón mostraba su diminuto triángulo verde, nos miraba. Pensé que aquello la estaba poniendo horney así que fui más aventurero. Seguí besándole el cuello a la vez que mi mano se deslizó a la parte trasera de su pantalón. Metí mi mano y por fin pude sentir lo que tanto había anhelado. Era mejor de lo que pensaba. Ella se levantó un poco para que yo me introdujera más y más. Pude cerciorarme rápidamente de que ella ya estaba más lista que nada para la acción. Era un torrente ahí adentro. Con un poco de dificultad mandé  un dedo expedicionario a aquellos confines. Un sobresalto, seguido de una pequeña queja, se produjo en su cuerpo.  Su mano, tímida, subía por mi pierna, pero siempre paraba antes de tocar a la que suda blanco, y eso me ponía muy hot. Con un ligero movimiento me permití mandar un segundo dedo.
Esto la sacó del transe. Se alejó un poco de mi y me miro sorprendida. Mis dedos seguían en el mismo lugar, en aquel manantial, humedeciéndose. Se deslizó sobre la banca, lo que sacó mi mano de sus pantalones.
-          ¿Cómo te atreves?-dijo-. Estás tomado y te aprovechas de mí.
Se dio media vuelta y subió corriendo por las escaleras. Eso me dio una mejor vista (Repito: me encantaba ver cómo se marchaba). La hermosura del triángulo seguía observándome.
Saqué mi cerveza de su escondite y seguí bebiendo.