lunes, 16 de julio de 2012


Alfonso Reyes
(El hombre cuya obra se desborda)

José Roberto Conde Morales.


Un hombre yace inmóvil y ausente. Un hombre yace ausente y callado; el mismo hombre que alguna vez “Venció con la voz y la presencia”[1]. Un hombre yace callado y abatido por la cruel ráfaga de la resistencia y la moderna tecnología. Observando anhelante las puertas de Palacio Nacional, su mirada ya no es la misma; le falta el brillo del sol que se refleja en el suelo regiomontano, tierra en la que su figura de valiente y poderoso fue pilar de gobernabilidad y orden aparente. Un hombre yace inmóvil, callado, ausente y abatido en pleno zócalo capitalino. De su cuerpo ya no mana el calor de los días de batalla y de gloria que se remontan a sus mocedades de dieciséis años. Su cuerpo yace tendido al sol al igual que el cuerpo de aquél emperador, a quien se encomendó reinar en el segundo imperio mexicano y quien tenía  por esposa a la loca del castillo de Bouchout , al que él vio ser fusilado tras el sitio de Querétaro. Un hombre yace tendido mientras el frio de la roca histórica, cuyo fondo tiene una visión completa del valle de Anáhuac, lo ha invitado a llevarlo a sus entrañas. El hombre yace frio y muerto; el hombre es ya uno más de nuestros muertos. El hombre es Bernardo Reyes.   
Amigo y colaborador del Caudillo, se ha levantado contra el Maderismo fraguando el plan que la soledad le ha inspirado en Tamaulipas. Será condenado a muerte por este hecho, muerte que no llega en el momento, pero condena irrefutable en el pronto devenir. En Santiago Tlatelolco, lugar de esperanza y represión,  aguardará por el cruel destino hasta que el primero de los diez días trágicos y funestos de Febrero  aparezca  en las páginas del calendario de 1913.
Pero el apellido Reyes y su linaje no se han esfumado  con la lluvia de proyectiles que sobre la nación, y sobre el general Bernardo,  parece caer a tropel. Como todo buen ciudadano de la época se ha asegurado de que su sangre siga fluyendo, y en abundancia, más allá del zócalo; se ha asegurado de que su sangre no sólo sea ese charco en el que ahora descansa.  Su sangre, junto con la de su compañera Aurelia Ochoa, fluye y da vida a doce personas más: Bernardo, Rodolfo, María, Roberto, Aurelia, Amalia, Eloísa, Otilia, Alfonso, Guadalupe, Eva y Alejandro.  El noveno en la lista pasará a la historia junto con su padre. Ejemplos muy escasos (sin tomar en cuenta los linajes reales en los que la casualidad o destino cuentan más que los atributos personales)  se han dado en las páginas que guardan la memoria de la humanidad: Alexandre Dumas y Alexandre Dumas hijo; José María Morelos y Juan Nepomuceno Almonte; Paco Ignacio Taibo I y Paco Ignacio Taibo II;  Luis Villoro y Juan Villoro; etc.  
La muerte del padre será un parte aguas en la vida de Alfonso Reyes. Debido a esta se exiliará en París. El hijo de un “traidor” de la patria no tiene más opción que ésta. Su hermano también se ha unido al gobierno del Chacal espurio Victoriano Huerta. En París se unirá a la Legación mexicana. Su estancia en Europa, particularmente en España en la que pasa diez años de su vida,  servirá  para que su talento y erudición se confirmen. A su regresó será ya conocida su fama  de escritor, ensayista, periodista, investigador y poeta, lo que ocasionará que desempeñe importantes cargos en la construcción de la revolución institucionalizada.  
Alfonso Reyes, el regiomontano universal, fue uno de esos hombres tocados  por  el encanto que la palabra  manifiesta  entre el mundo,  las cosas y el hombre  y que es poco apreciado por las mayorías. Es el mismo encanto el que lo mantuvo horas y horas devorando todo lo que llegara a sus manos en forma escrita; y fue ese mismo deleite de la palabra lo que lo condenó  -condena  del artista por la imposibilidad de no hacer a diario su arte-  a pasar la vida entera suspendido de la pluma con que dibujando  escenas, reflexiones, divagaciones, poemas, ensayos, críticas, traducciones e investigaciones se han llenado las páginas que forman su vasta obra. Sobre la escritura Reyes dice:
“Escribir es como la respiración de mi alma, la válvula de mi moral. Siempre he confiado a la pluma la tarea de consolarme o devolverme el equilibrio, que el envite de las impresiones exteriores amenaza todos los días. Escribo porque vivo. Y nunca he creído que escribir sea otra cosa que disciplinar todos los órdenes de la actividad espiritual, y, por consecuencia, depurar de paso todos los motivos de la conducta.”[2] 
Allegado a los clásicos, Alfonso Reyes no fue un escritor precisamente nacionalistas cuya inspiración proviniera de los paisajes, costumbres, historia, gente e idiosincrasia del país de origen. Las imágenes que de su pluma salieron a la luz como manantial aparentemente inagotable de sabiduría y erudición invitan al lector a terrenos más profundos del alma occidental e internacional. Sus temas no tiene que ver con la historia de una región; sus temas tratan de abarcarlo todo. Su inspiración viene de la cuna en la que reposa la civilización del occidente y su estilo se basa en la búsqueda de las formas más bellas. “Ya sé que hay grandes artistas que escriben con el puñal o mojan la pluma en veneno. Respeto el misterio, pero yo me siento de otro modo. Vuelvo a nuestro platón, y soy fiel a un ideal estético y ético a la vez, hecho de bien y de belleza.” [3]     
Nacido en Monterrey, el 17 de mayo de 1889, fue criado en cuna condecorada por el régimen existente. Su padre,  eminente hombre de guerra, ocupó el cargo de gobernador en el estado norteño de Nuevo León. De igual forma,  el general Bernardo Reyes fue nombrado por el Caudillo como su secretario de guerra y marina. Por este motivo Alfonso Reyes vino al mundo con una gran de ventaja sobre la mayor parte de la población; ya que en esta  época tan sólo menos de una cuarta parte de la sociedad mexicana de finales del siglo XIX y principios del XX se podía apreciar a sí misma como parte de ese grupo que escapaba a la pobreza cruel y a la marginalidad necesarias de la modernidad porfiriana para la construcción del progreso material. Su familia fue perteneciente a esa élite que se encargaba de dar perpetuidad al orden y a la paz construida a base de violencia y represión de que tanto se ha escrito en la historia nacional.
Fue en ese ambiente de paz en el que el joven Alfonso Reyes comienza su formación académica. En los colegios de Monterrey será educado bajo los preceptos del liberalismo y positivismo reinantes que buscan la formación de ese “hombre nuevo”[4] que pueda poseer los valores morales para liberarse. Fue inscrito en Liceo Francés de México y en el Colegio Civil de Monterrey; ya en la capital, será uno más de los jóvenes que pasaron a engrosar las filas de la Escuela Nacional Preparatoria; también estudio en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, que tiempo después sería la Facultad de Derecho de la Ciudad de México, en donde el 16 de Julio de 1913 se graduó de  abogado.[5]  Los chicos de esta época fueron educados para ser los pilares que sostuvieran  todo el conjunto ideológico de la modernidad capitalista naciente; se trataba de uniformizar a la educación para crear hombres, que en palabras de José Emilio Pacheco, llegaran a ser “egoístas, violentos, ambiciosos, materialistas”. Los encargados de la instrucción pública “dan al mexicano la misión de alcanzar cualidades sajonas”.[6]
Pero Reyes, al igual que un distinguido grupo de Jóvenes sensibles al cambio de siglo, no cae en las categorías que el momento trata de imponer. La ideología positivista, con su orden y progreso, es rechazada por un naciente humanismo que se da entre muchos de los egresados de la Escuela Nacional Preparatoria. Este recinto había funcionado como bastión de la ideología dominante (científica)  y en sus aulas la educación era fragmentada de tal forma que sirviera al avance de las ciencias, haciendo de lado las cuestiones consideradas como morales o metafísicas. El humanismo tenía muy poco espacio en este lugar. Sin embargo, un grupo de muchachos, cansados de la rigurosidad de los modelos aprendidos en las diversas instituciones a lo largo del país, tuvieron la idea de formar un grupo en el que la filosofía, la literatura, las artes, el libre pensar y la valoración de la antigüedad clásica tuvieran una voz propia fuera de las aulas.  Esta idea se vio concretada en 1909 con la formación del Ateneo de la Juventud, del que Alfonso Reyes fue pionero.
La educación que este grupo tuvo, así como la ideología con la que fueron construidos, ya no era coherente con los nuevos tiempos. La figura del Dictador, héroe del pasado y salvador de México, ya era caduca e inverosímil. Se encontraban viviendo entre la “Ficción Liberal”, en la que se defendía la idea de un país en el que la democracia era real y efectiva; y la ficción científica y excluyente en la que sólo un pequeño grupo era privilegiado en detrimento de las mayorías; todo esto sostenido aún por la figura de Porfirio Díaz al que los años parecían cobrarle sus andanzas.
Cansados de la academia, los ateneístas se enfrascan en la reflexión y la divagación. Los clásicos son despertados de sus tumbas y se los hace ser escuchados en las noches de algarabía y júbilo que el grupo organiza.  Se lee a Kant y a Nietzsche; a Platón y a Walter Pater; a Émile Boutroux  y Henri Bergson. Son las noches en las que la revolución cultural comienza a fraguarse. Es en este punto en el que lo revolucionario y nacionalismo tiene su expresión: la transformación de la cultura. Las conferencias empiezan a llegar a la sociedad, se hacen de forma abierta con el fin de culturizar al pueblo.  La cultura que el Porfiriato buscaba imponer tenía los ojos dirigidos a Europa, a Francia en específico. “Volved los ojos al suelo de México, a los recursos de México, a los hombres de México…a los que somos en verdad” dice Antonio Caso en una de las conferencias organizadas por el Ateneo. La meta de los ateneístas es conseguir la libertad de pensamiento y cátedra así como así como la consecución de una estética mexicana. El apoyo en lo clásico y europeo se convierte en el punto de partida hacia lo auténticamente mexicano.  Algunos de ellos pasaran tiempo en Europa aprendiendo de las nuevas tendencias artísticas.  
Para Alfonso Reyes ésta será una etapa de despertar: sus preocupaciones apuntan hacia la crítica del modelo ideológico seguido hasta entonces y a sus impaciencias literarias. Para Alfonso es necesario un cambio de paradigma en cuanto al modo de enseñanza y el formalismo educativo que sólo encasilla al ser humano en un delimitado campo de aprendizaje. Para él la búsqueda de la formación completa debe de ser un patrón a seguir que ayudará a la población a renacer con nuevos valores inspirados en un humanismo contrario al materialismo desgastante del ser moderno. La literatura, la música, la pintura, la cultura etc. son en su obra el material de construcción de una humanidad más consciente.  En cuanto a sus preocupaciones literarias y lingüísticas, podemos encontrar de manera temprana una visión sobre el lenguaje culto y el lenguaje vulgar; sobre el qué hacer y el cómo hacer del escritor; se pregunta acerca de la estética  y de la ética en el arte. En cuanto a la lengua, se  pregunta cuál de las dos tiene una mayor preeminencia, ¿la vulgar o la culta?; cuál es la que merece prevalecer.  Reyes no niega la importancia del pueblo en la transformación del lenguaje; no es un escritor que ve al vulgo como ese inmenso asesino de lengua. A pesar de que en su obra es apreciable un gran cuidado de la estética en las palabras, sabe que la lengua vive en los que la hablan; y que por su parte, el lenguaje culto es más parecido a una construcción que a un ser vivo. En uno de sus ensayos dice lo siguiente: “Por otra parte, hay que desconfiar de nuestro orgullo. Lo que hoy es un barbarismo pudiera ser la forma lícita de mañana. El vulgo, con sus barbarismos,  previene y cultiva la futura etapa del idioma. Si a los cultos estuviera confiado dar el aliento a los idiomas, todavía estaríamos hablando el latín.”[7]
La Revolución Mexica vino a provocar una ruptura de todo lo ya establecido en el país. No se trató tan sólo una etapa de lucha entre diferentes y variados grupos sociales con el fin de derrocar a un dictador, ni tampoco fue el simple hecho de cambiar una élite por otra; la revolución es una lucha de proyectos entre los diversos intereses de la época. El maderismo parecía ser en sus inicios el triunfo de la contienda. Sin embargo dicho triunfo no fue duradero y, como hemos visto, la lucha continuó hasta el año de 1917 en el que, con la proclamación de la constitución del 17, se da comienzo a la Revolución institucionalizada. En el año de 1913 se da un golpe contra el gobierno Madero en el que muere el general Bernardo Reyes. Como ya se ha mencionado arriba esto, más la participación de uno de sus hermanos en el gobierno de Huerta, provocó el exilio de Alfonso Reyes a Europa.
París fue para Reyes el lugar de un destierro al que se puede calificar de más o menos honorable. En este país desempeñó un modesto cargo diplomático. Pero el lugar en donde se haría de fama internacional fue España. Si a su llegada a Europa había sido un empleado de gobierno agotado por las innumerables tareas consulares que sobre él recaían, para su salida de Europa ya era un afamado embajador. En España, de 1914 a 1924, consolida su oficio literario y, más importante, depura su estilo. De este periodo datan obras como:   Visión de Anáhuac, Cartones de Madrid, El suicida, El cazador, Calendario, El plano oblicuo, Huellas, Ifigenia cruel y Cuestiones gongorinas.[8]
En Plano Oblicuo se encuentra una de las narraciones más intrigantes de Alfonso Reyes: La cena.  Cuento fantástico que llega a ser tomado como surrealista y que deja al lector con una sensación de pérdida y mareo en su tiempo circular. Otro cuento contenido en Plano Oblicuo es La primera confesión en el que el autor deja al lector con una gran duda; parece que al cuento le faltaran esas páginas imprescindibles para descubrir el misterio que la penitencia guarda.  
La variedad de los temas es uno de los aspectos característicos en la obra de Reyes: temas de la niñez, reflexiones sobre la pintura y los pintores; narraciones de sucesos fantásticos y acercamientos a la cultura europea; crónicas y artículos periodísticos; ensayos que rayan en lo filosófico; investigaciones profesionales de la literatura; poemas y prosas de gran belleza y calidad; la novela “cinematográfica”. Toda una gama de escritos se hacen presentes en Reyes.    
 Visón de Anáhuac es quizá la obra más conocida de Alfonso Reyes o por lo menos es de la que más se ha escuchado hablar. (caso como el de el Quijote del que todos hablan pero pocos leen). En ella el autor hace una descripción, basándose en fuentes de primera mano (cronistas), de las impresiones de los primeros conquistadores al encontrarse en el  basto valle precolombino. Hace un esfuerzo literario por ubicar al lector en el paisaje; las montañas, la verdura del valle y la parcelación de la laguna:
Dos lagunas ocupan casi todo el valle: la una salada, la otra dulce. Sus aguas se mezclan con ritmos de marea, en el estrecho formado por las sierras circundantes y un espinazo de montañas que parte del centro. En mitad de la laguna salada se asienta la metrópoli, como una inmensa flor de piedra, comunicada a tierra firme por cuatro puertas y tres calzadas, anchas de dos lanzas jinetas. En cada una de las cuatro puertas, un ministro grava las mercancías. Agrúpanse los edificios en masas cúbicas; la piedra está llena de labores, de grecas. Las casas de los señores tienen vergeles en los pisos altos y bajos, y un terrado por donde pudieran correr cañas hasta treinta hombres acaballo.”[9] 
La cultura del México prehispánico se hace presente a través del relato de las costumbres: el mercado, la arquitectura, la figura del emperador, etc. No deja de lado el simbolismo tan rico con el que contaban los antiguos moradores del periodo precolombino:
Flor era uno de los veinte signos delos días; la flor es también el signo de lo noble y lo precioso; asimismo, representa los perfumes y las bebidas. También surge de la sangre del sacrificio, y corona el signo jeroglífico de la oratoria. Las guirnaldas, el árbol, el maguey y el maíz alternan en los jeroglíficos de lugares. La flor se pinta de un modo esquemático, reducida a estricta simetría, ya vista por el perfil o ya por la boca de la corola. Igualmente, para la representación del árbol se usa de un esquema definido: ya es un tronco que se abre en tres ramas iguales rematando en haces de hojas, o ya son dos troncos divergentes que se ramifican de un modo simétrico.”[10]
En este mismo libro Reyes nos da su visión de la historia. En ella plantea que es esta maestra de vida es la que nos puede hacer apreciar el paisaje y la cultura de una forma más completa y sustancial; sin ella todo en el mundo se nos puede presentar carente del verdadero significado; tan sólo nos sería posible ver un fantasma de la realidad:
Cualquiera que sea la doctrina histórica que se profese (y no soy de los que sueñan en perpetuaciones absurdas de las tradiciones indígenas, y ni siquiera fío demasiado en perpetuaciones de la española), nos une con la raza de ayer, sin hablar de sangres, la comunidad del esfuerzo por domeñar nuestra naturaleza brava y fragosa; esfuerzo que es la base bruta de la historia. Nos une también la comunidad, mucho más profunda, de la emoción cotidiana ante el mismo objeto natural. El choque de la sensibilidad con el mismo mundo labra, engendra un alma común. Pero cuando no se aceptara lo uno ni lo otro—ni la obra de la acción común, ni la obra de la contemplación común—, convéngase en que la emoción histórica es parte de la vida actual, y, sin su fulgor, nuestros valles y nuestras montañas serían como un teatro sin luz”. [11]
Alfonso Reyes es uno de los escritores más importantes de nuestro país. Su obra es de carácter descomunal. Casi treinta tomos del Fondo de Cultura Económico han sido dedicados a sus letras. Harían falta muchas páginas para hablar de Reyes y  su obra. En este trabajo me he delimitado a sus primeros años tomando como punto de partida la muerte de su padre que fue un suceso emotivo y  determinante, para después ir hacia atrás en la cronología de su vida. También lo he ubicado más que nada en el momento revolucionario de México en el que la transformación cultural empieza a hacerse presente. La etapa en la que vive en España y se forma como verdadero escritor y en la que adquiere fama mundial puede ser motivo para seguirse en otro trabajo.   




[1]Reyes  Alfonso "ALBORES" Pág. 154.
[2] Reyes Alfonso, Obras completas, FCE,Tomo 4, Pag.451.
[3] Ibim.p.451.
[4] Guerra Francois Xavier,México: del antiguo régimen a la Revolución, México, FCE, 2T, 1988. P. 395.
[5] http://es.wikipedia.org/wiki/Alfonso_Reyes_Ochoa
[6] Pacheco José Emilio,( …)1969,p.34.
[7] Reyes Alfonso, Obras completas, FCE,Tomo 3,p.144.
[8] http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/a_reyes/entorno/martinez.htm
[9] Reyes Alfonso, Obras completas, FCE,Tomo II, P.18
[10] Ibim.
[11] Ibim.

sábado, 7 de julio de 2012


Las Jóvenes calles de Julio.
Roberto Conde.

Las calles rejuvenecen en estos días en los que el polvo se asienta con facilidad sobre ellas. El tiempo parece haber dado marcha atrás casi un siglo. Las huellas de miles van levantando el polvo marchito que sexenio tras sexenio se cimienta sobre los trazos de la nación. Y quedan como impronta imborrable en la cera de la memoria colectiva. El ayer de hace 83 años  está más que presente en los ánimos de los que dan por vencida la contienda.  Reina en  los  que un pasado trata de imponer y dar su versión de los hechos. Es el pasado defensor de los mejores tiempos; defensor de una nostalgia de lo menos “pior” Pero este pasado no es el de los mexicanos ni el de los historiadores serios: es el pasado de algún puño de traidores que construyen ficciones y traman una realidad más que fingida.
Modernidad sobre modernidad ha venido dejando al pueblo con un lastre insoportable hacia el pasado. El discurso de ellas es el del porvenir que ya está aquí. El ahora democratizado  del que tanto se presume en la actualidad se parece tanto al ahora de Porfirio; al ya de Ávila Camacho; al hoy de Díaz Ordaz y de Echeverría. Se le ha vendido a un precio demasiado caro al pueblo la idea barata de una democracia adecuada a las circunstancias del siglo XXI. Democracia fallida cuyo centro está plagado con  prácticas que  no son diferentes a las del siglo XIX. Se trata de la ficción liberal; de la ficción democrática. Es la ficción que crea realidad de la misma manera en que la televisión crea historias inverosímiles a todas horas del día.
El pasado debe de estar presente, de eso no cabe la menor duda. Pero debe de estar presente como memoria en los ciudadanos: ese ser de lo que ha sido compartido por el grupo; ser auténtico e imborrable en el mundo; ser que se encuentra en constante lucha contra el olvido. Desde los ámbitos de la memoria se sacarán las fuerzas y las armas para negar el pasado por encargo creado  desde arriba. La memoria maestra y amiga, eslabón entre los humanos, jamás debe de ser borrada con discursos y palabrerías engañosas. Si esto no pasara se caería en  la imagen errónea del presente continuo; ese presente en el que al parecer todo es y ha sido tal y como se nos presenta. Es la continuidad de lo ya establecido y de lo que no tiene ni se puede encontrar escapatoria.  
Las calles rejuvenecen en estos días en los que un pasado fantoche parece estar más que presente. Pasado que niega su inexistencia y se rehúsa a dejar de ser y mentir. Rejuvenecen por que es necesario y  así lo amerita; porque de lo contrario, quedaran como ruinas sobre las que la modernidad impondrá su terrible sello de autenticidad y novedad.  Rejuvenecen con el ritmo de los que estudian; de los que saben y se informan; de los que ya no aceptan imposiciones ni caen en clásicos discursos de apatía y resignación; de los que ya no callan, gritan  y viven ilusionados por lo que los demás ven tan distante e imposible. Su marcha ha venido a dar aires de respiro, provenientes del oriente, a un cuerpo que ha pasado por mucho tiempo raquítico e inmóvil. Dicen ser 132. Habrá que contarlos mejor.

Puebla 8 de Julio de 2012.